María José Cordero
Miércoles, 21 de Septiembre de 2016

El aroma del recuerdo

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Tengo, desde pequeña, fijada en la memoria de lo que jamás se olvida, un olor de una fruta tropical que mucho me gustaba comer, cuando vivía en la hermosa isla de Cuba: el mamey. Es algo imborrable en mi lengua y en mi mente; la excitación, que su solo nombre me provoca, logra activar el perfume y el tacto, recordando el pasar de la fruta por mi garganta, su jugosa carne dulzona y la luz de El Caribe cegándome los ojos.


El otoño en El Bierzo también tiene un aroma inconfundible. Es olor a uva, a fogatas, al pálpito que las húmedas madrugadas van dejando en el ánimo del que habita esta tierra hermosa. 


Huele a ti, cuando te alejabas soñoliento al trabajo y las estrellas huidizas desaparecían del firmamento. Huele a abrazos interminables, a los ecos de los juegos de los niños y las sonrisas de los que siempre he amado. Huele al cabello de mi madre, a su sombra tras mi sombra y su infinito amor.


Hay algo de aroma en la nostalgia, como un viento ligero que anuda los bucles del silencio con las voces de antaño y, todo eso y más, se funde en un perfume.


También la amistad tiene su aroma, que no se deshace ni se deshilvana, sino que va tejiendo, con el paso del tiempo, la tela que Penélope urdió sin llegar a terminarla nunca, no por desidia, sino… por esperanza.

 

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