Pureza Vega Fernández
Jueves, 27 de Octubre de 2016

Una aventura de ultramar en las rutas del tabaco americianas

En el año 1892, publicó la Diputación Provincial de León un manuscrito que de tiempo inmemorial se hallaba en el archivo municipal del ayuntamiento de León. Un ejemplar de esta primera y única edición cayó en mis manos hace poco tiempo. El libro apareció con este título: 'Relación del descubrimiento del río Apure hasta su ingreso en el Orinoco, por Fray Jacinto de Carvajal, de la orden de los predicadores'. Consta de cerca de 400 páginas.

En el prólogo a la edición Venezolana, de 1956, realizado por Miguel Acosta Saignes, para la ‘Relación del descubrimiento del río Apure hasta su ingreso en el Orinoco’ cuyo autor es Fray Jacinto de Carvajal, señala que habría nacido en Extremadura (España) hacia el año 1567, “sin que pueda precisarse el pueblo en que vio la luz, como tampoco la familia a la que pertenecía, pues únicamente se sabe que su madre se llamaba Ana”.

Muy joven se trasladó a Sevilla, donde estudió en la Compañía de Jesús. Ordenado ya sacerdote, pasó a las ‘Indias Occidentales’. En la isla de La Española, o Santo Domingo, desempeñó el cargo de Capellán de las tropas de su guarnición, y posteriormente el de Capellán de la Armada.

Después residió en Mariquita (Nueva Granada) por espacio de 14 años. Cuando fue autorizado el capitán Miguel de Ochogavia para realizar el ‘descubrimiento del río Apure’, le acompañará Carvajal con el título de Capellán de Campo. Para ese momento ya contaba con una edad octogenaria.

Sin tener el cargo de Cronista de la expedición, Fray Jacinto de Carvajal, aparte de sus sagradas funciones religiosas, no perdía oportunidad para hacer sus anotaciones con observaciones y disquisiciones, enfocando su interés sobre todo lo que estaba relacionado con la región que recorría, de allí que al finalizar la primera etapa del viaje exploratorio, es decir, el viaje de  ida, y estando en la misión jesuita de Nueva Cantabria (hoy Cabruta, Estado Guárico), comience su trabajo de redacción de la conocida Relación del Descubrimiento del Río Apure, llegando a expresar su preocupación en un largo canto al modo medieval.

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El relato de Fray Jacinto de Carvajal está dividido en 22 jornadas naúticas. El fraile acompañó al capitán Miguel de Ochogavía en su descenso por el Apure, la búsqueda de una salida más económica, por el Orinoco, de los productos del tabaco en la región de Barinas es la que motiva este acontecimiento. El fraile nos habla en el libro de todos los preparativos y después va contándonos los más minuciosos detalles de cuanto les sucede. Hay un talante bautismal, de mundo recién creado, al ir poniendo nombre a islitas que quedan en el río Apure. Hasta 44 cuenta el padre y a todas les pone un nombre, generalmente de santo, con algunas excepciones. Por su manera de decirlo conocemos hasta su poder de asociación y las razones de por qué da estos nombres y no otros, casi todos determinados por su condición frailuna y más concretamente dominicana. Una de las cosas que más llama la atención son las referencias a los topónimos hagiográficos en los que se ejercita el buen fraile dominico.

 

Pocas incidencias, verdaderamente aventureras ocurren en el descenso del Apure. El buen fraile, que estudió en Sevilla había nacido en Extremadura y escribe en un español humilde y extremeño, y se queda boquiabierto ante la naturaleza que pasa ante sus ojos móviles en las barcazas o canoas. Todo lo apunta. Unas veces nos ofrece el nombre castellano, otras ensaya nuevas palabras para realidades diferentes. Frecuentemente se queda corto y no tiene palabras, pero no desea que las realidades que tanto le llamaran la atención queden fuera del recuerdo. Nos las describe constantemente por medio de su apariencia.

 

Es el suyo un temperamento observador, aunque las letras divinas y humanas le habían deformado frecuentemente la sensibilidad por medio de tópicos, muy propios del Barroco. Cuando se queda consigo mismo, con su sencillez, o cuando simplemente acumula observaciones o palabras o realidades es cuando su actitud resulta más interesante para el hombre de hoy. Y desde luego para mí como lectora, esto es lo que me ha salvado del aburrimiento.

 

 

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Tiene muchos valores Fray Jacinto de Carvajal. Se le nota a veces su manera de estar pensando en el futuro, en la gloria de su libro. Son indicio de ello los homenajes y prólogos más o menos ampulosos de sus primeras páginas, pero hay instantes en que comunica el gozo de existir, de vivir entre una naturaleza frondosa tropical que le hace arrebatarse en una prosa igualmente subida, ampulosa, aunque en otras ocasiones, se le queda pajiza y es solo una sombra de lo que hubiera podido ser.

 

Como es natural, las palabras nuevas que recoge se refieren al mundo vegetal o al de las aves y pescados. Es lo lógico. Discurre entre árboles, entre frondosas magnitudes, y su visión viene plenamente condicionada por estas realidades. Cuando desciende a tierra también observa las casas, las costumbres de los indios, sus usos y maneras de ser. Como buen conversador sonsaca a cuantos con él charlan. Por tener espíritu de curiosidad es capaz de ordenar algunos inventarios que hoy han de ser útiles en la lexicología o en la misma etnografía.


Es interesante su vocabulario, no el erudito y barroquizante sino el otro que lo marca con poderes de evocación. Palabras que hoy pueden estar incorporadas al idioma vivo americano, especialmente de origen  caribeño, o por lo menos para un estudio comparativo de las lenguas indígenas y su traducción al castellano. El fraile se siente estrecho en su idioma nativo y ha de echar mano de las palabras que emplean los indios.


Tengo la seguridad que esta aportación lingüística en relación con las cosas nuevas, aún no bautizadas a la civilización europea era una de las mayores preocupaciones de este cronista de Indias, bien retrasado  por otra parte, ya que el descubrimiento se hizo en 1657, y la copia actual del manuscrito que se halla en León se hizo en 1648, un año después de las notas directas que sacó por los meses de marzo y abril el dominico extremeño.

 

 

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Contiene la edición de este libro publicada en el año 1892 cuatro apéndices: Apéndice I: Indicaciones geográficas. Apéndice II: Datos biográficos. Apéndice III: Vocabulario y Apéndice IV: Noticias de Historia natural.
Las fotografías que se incluyen provienen de las páginas ilustradas de este libro. Las pinturas se deben al mismo fraile dominico, como revela su ingenuidad y su relativa obsesión de religiosidad dominicana.

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