La verdadera historia del verdadero Don Quijote
Luis Ordás furibundo lector de 'quijotes', nos envía este escrito a caballo entre la erudición y la fantasía que propone un enigma
![[Img #25129]](upload/img/periodico/img_25129.jpg)
Cuenta Cide Hamete Benengeli, verdadero autor de la historia del verdadero don Quijote, que el ingenioso hidalgo murió poco después de regresar a su aldea derrotado por el de la Blanca Luna. Cuenta también que antes de entregar su alma a Dios recobró el juicio —y con él su verdadero nombre— y abominó de los perniciosos libros de caballerías. Y así lo contó también Cervantes, puntual editor de los papeles del historiador arábigo, cumpliendo la voluntad de este.
Pero ya antes de que Cervantes diera a la imprenta la historia del ingenioso hidalgo, habían empezado a surgir versiones contradictorias sobre la verdadera suerte de su protagonista, cuyas hazañas habían corrido no mucho tiempo antes en boca de la fama por toda la Mancha. El insigne bibliógrafo y cervantista Emilio Cotarelo en un erudito artículo sobre la edición de 1615 recordó la llamativa glosa que descubrió en uno de los ejemplares de la segunda parte (el hoy Cerv/248-b de la Biblioteca Nacional, que, según su extravagante ex libris —digno de Arcimboldo— perteneció a un enigmático S. Y. P.). En las últimas líneas de la novela y anotado al margen puede leerse, en efecto, lo siguiente:
“No fue Cide Hamete verdadero en esta parte de la historia del ingenioso hidalgo, mas sí verdadero en su propósito, como él mesmo aquí dice, pues no fue otro aquel propósito que evitar, dándolo por muerto, que ningún otro nuevo autor tordesillesco levantara más falsos testimonios a don Alonso Quijano el Bueno. Mas muchos que le conocieron aun recuerdan la llegada del pobre loco a su lugar, los desvelos de ama, sobrina y amigos, y al fin su curación, testimonio de la cual es el exvoto conservado en la iglesia de su lugar ofrecido a Nuestra Señora de Illescas, por cuya intercesión ‘curose de su grave mal de cerebro’. Y se cuenta asimismo que, luego que halló la cura a su mal, abandonando su lugar para evitar burlas y malas remembranzas de las pasadas aventuras, tomo hábito de peregrino y acompañado por su fiel amigo Sancho inició jornada hacia Santiago. Y que por el camino, ya cuerdo, le acontecieron sucesos aun más admirables y dignos de recordación que los que le acontecieron cuando era loco”.
Luego otra mano, que parece ser bastante posterior, a juzgar por el tipo de letra y por la nitidez de los trazos anotó:
“Esta misma noticia la da Luis Pimentel en el capítulo IV de su Silva de nuevas flores curiosas (Salamanca, en la oficina de Jacinto Taberniel, impressor de la Universidad, 1622), donde cuenta algunas de las aventuras del ilustre hidalgo manchego cuando por cuarta vez, ya curado, salió de su aldea”.
Resulta sorprendente que ningún estudioso se haya interesado en localizar algún ejemplar del libro de Pimentel. Como si los atroces sucesos que este protagonizó en Nueva España justificaran su condena al olvido absoluto.
Cuenta Cide Hamete Benengeli, verdadero autor de la historia del verdadero don Quijote, que el ingenioso hidalgo murió poco después de regresar a su aldea derrotado por el de la Blanca Luna. Cuenta también que antes de entregar su alma a Dios recobró el juicio —y con él su verdadero nombre— y abominó de los perniciosos libros de caballerías. Y así lo contó también Cervantes, puntual editor de los papeles del historiador arábigo, cumpliendo la voluntad de este.
Pero ya antes de que Cervantes diera a la imprenta la historia del ingenioso hidalgo, habían empezado a surgir versiones contradictorias sobre la verdadera suerte de su protagonista, cuyas hazañas habían corrido no mucho tiempo antes en boca de la fama por toda la Mancha. El insigne bibliógrafo y cervantista Emilio Cotarelo en un erudito artículo sobre la edición de 1615 recordó la llamativa glosa que descubrió en uno de los ejemplares de la segunda parte (el hoy Cerv/248-b de la Biblioteca Nacional, que, según su extravagante ex libris —digno de Arcimboldo— perteneció a un enigmático S. Y. P.). En las últimas líneas de la novela y anotado al margen puede leerse, en efecto, lo siguiente:
“No fue Cide Hamete verdadero en esta parte de la historia del ingenioso hidalgo, mas sí verdadero en su propósito, como él mesmo aquí dice, pues no fue otro aquel propósito que evitar, dándolo por muerto, que ningún otro nuevo autor tordesillesco levantara más falsos testimonios a don Alonso Quijano el Bueno. Mas muchos que le conocieron aun recuerdan la llegada del pobre loco a su lugar, los desvelos de ama, sobrina y amigos, y al fin su curación, testimonio de la cual es el exvoto conservado en la iglesia de su lugar ofrecido a Nuestra Señora de Illescas, por cuya intercesión ‘curose de su grave mal de cerebro’. Y se cuenta asimismo que, luego que halló la cura a su mal, abandonando su lugar para evitar burlas y malas remembranzas de las pasadas aventuras, tomo hábito de peregrino y acompañado por su fiel amigo Sancho inició jornada hacia Santiago. Y que por el camino, ya cuerdo, le acontecieron sucesos aun más admirables y dignos de recordación que los que le acontecieron cuando era loco”.
Luego otra mano, que parece ser bastante posterior, a juzgar por el tipo de letra y por la nitidez de los trazos anotó:
“Esta misma noticia la da Luis Pimentel en el capítulo IV de su Silva de nuevas flores curiosas (Salamanca, en la oficina de Jacinto Taberniel, impressor de la Universidad, 1622), donde cuenta algunas de las aventuras del ilustre hidalgo manchego cuando por cuarta vez, ya curado, salió de su aldea”.
Resulta sorprendente que ningún estudioso se haya interesado en localizar algún ejemplar del libro de Pimentel. Como si los atroces sucesos que este protagonizó en Nueva España justificaran su condena al olvido absoluto.