Luis Miguel Suárez Martínez
Domingo, 06 de Noviembre de 2016

La mirada que transforma todo en poesía

Javier Lostalé (Madrid, 1942) se dio conocer como poeta junto a Luis Alberto de Cuenca, Ramón Mayrata, Luis Antonio de Villena y Eduardo Calvo en la antología Espejo del amor y de la muerte (1971), que algunos interpretaron —erróneamente— como a una réplica a los celebérrimos Nueve novísimos poetas españoles (1970) de Castellet. Su primer poemario, Jimmy, Jimmy (1976), tardaría, sin embargo, aún unos años en aparecer. Le seguirían Figura en el paseo marítimo (1981), La rosa inclinada (1995), Hondo es el resplandor (1998), La estación azul (2003), Tormenta transparente (2010) y El pulso de las nubes (2014).

 

Javier Lostalé, La estación azul, Sevilla, Renacimiento, 2016, 134 pp.

 

 

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En esta obra poética —más bien breve aunque dilatada en el tiempo —, sobresale sin duda alguna La estación azul. Esta colección de poemas en prosa, publicados originalmente en sucesivas entregas en el diario ABC, se reunió por primera vez dentro de La rosa inclinada (2002), que recogía la obra completa del autor hasta aquel momento. Poco después, se publicaría como libro exento bajo el sello de Calambur. La editorial Renacimiento lanza ahora una nueva edición —limitada a cuatrocientos ejemplares, según reza en la contraportada—, que añade a los cincuenta textos originales tres composiciones inéditas. 

 

En el prólogo que acompañaba a la primera edición, Jaime Siles hablaba de 'lirismo solidario' para resumir la poética de La estación azul. Y, en efecto, ese es el punto de partida que aparece enunciado de manera explícita en el texto inicial (que es, además, el que da título a todo el poemario): “Basta sólo con que nos olvidemos del espejo en el que multiplicamos el rostro de nuestros deseos y nuestros triunfos y que salgamos al encuentro de los demás (…). Basta con que olvidemos nuestro nombre en el bautismo universal de la luz del amanecer para que, abrazados, arribemos todos a la estación azul” (p. 13).  Estos poemas, pues, nacen ante todo de una actitud de renuncia del yo para volcarse en los otros y en lo otro. De esa actitud surge una nueva mirada —la estación azul— sobre el mundo y los hombres, una mirada que transforma todo en poesía. De esos 'instantes azules' —ese es el significativo título del último texto de la versión original— se compone el libro.

 

A pesar de la variedad de los temas tratados —de la que dan idea, por citar solo unos pocos, títulos como 'Otoño', 'La belleza', 'La despedida', 'Del elogio', 'Andalucía', 'Poesía y filosofía', 'Todos necesitamos a alguien' o 'Sacerdote'—  se observa en el conjunto una esencial unidad, que afecta tanto al fondo como a la forma. Así, en cuanto al contenido,  en general cada uno de los ocho apartados (a los que hay que añadir la sección final, 'Tres inéditos') agrupa poemas de temática semejante: por ejemplo, en el II predomina el contenido amoroso, en el VI el metapoético y literario, etc. Igualmente, resulta perceptible la reiteración de algunas referencias de carácter amoroso o erótico, o de otra índole, como las abundantes alusiones a la figura materna, a la que se le dedica uno de los textos más emotivos del libro: 'La renuncia' (pp. 123-124). Pero, por encima de todo, debe destacarse la singular y lograda fusión de lo lírico y lo reflexivo, fusión que constituye una de las señas de identidad fundamentales de La estación azul.

 

 

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Por otro lado, se percibe también una notable unidad en los recursos artísticos desplegados por el poeta. Aparte de las imágenes e incluso de las acuñaciones verbales concretas que se repiten, en el plano de la expresión predomina de manera absoluta la metáfora que, con frecuencia, forma series consecutivas: “la luz es la respiración del misterio, que inunda lo más cierto; la transparente nube de oro de un sueño; la criatura incandescente que toca el pensamiento, su tormenta retenida” (p. 111); “La pobreza es un cansancio sin llave para entrar en casa, el paréntesis de unos pasos sin destino, un racimo de sombras que sostiene el lento avance de un cuerpo. La quemadura en el paisaje” (118). Sin duda en esta elaboración de metáforas e imágenes brilla de modo especial el talento del poeta, con un conseguido equilibrio, como ya se señaló, entre lo lírico y lo meditativo; aunque no falta tampoco alguna pequeña concesión al ingenio, por ejemplo, en el poema 'Los cinco sentidos' (pp. 34-35).

 

Es de destacar asimismo el marcado —y logrado— sentido del ritmo que se logra en todas las composiciones mediante el recurso fundamental a la anáfora y al paralelismo: algunas —como 'Bastan unas palabra fieles' (pp. 103-104)— se estructuran precisamente en torno a ambos recursos, que combinados con la epifora logran, un resultado excelente en un texto como 'El espíritu de la luna' (pp. 17-18). Al ritmo poético contribuyen también en menor medida otros recursos como el hipérbaton y hasta ciertas rimas internas.

 

En definitiva, todo revela aquí una esmerada elaboración literaria, lo que unido a una original mirada poética da lugar a un libro singularmente logrado, que destaca no solo en la trayectoria del autor, sino en el panorama poético español de las dos últimas décadas. Sería deseable que esta nueva salida de La estación azul —en rigor, edición ampliada— obtuviera la atención que su calidad merece.

 

 

 

 

 

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