Bruno Marcos
Domingo, 19 de Mayo de 2013
La Casa de los Panero (2)
Seguramente sea lo más razonable restaurar cuanta cosa queramos preservar del olvido pero algo falla en las labores de conservar si el resultado se suma a los propios del olvido. Me da la sensación a mí, que soy un raro, de que las incursiones que hacemos en el pasado son calaveradas que no dejan títere con cabeza y que acaban por hablar más de nosotros que de antaño. Es lo que pasa con la novela histórica que tanto ha triunfado estos años: Una mascarada de gentes de ahora disfrazadas de las de antes: pastiche de escritores eufóricos y bulímicos.
A la primera entrega de estas notas respondió en las redes sociales Juan José Alonso Perandones, que creo fue el alcalde que inició la restauración de la casa de los Panero: "Hasta se puede entender que mejor la magia, la ensoñación; el problema está en que esta casa ya no tenía mueble alguno, muchas vigas podridas, un deterioro total, pisar por parte de ella era un verdadero peligro. En el suelo, una vez adquirida, papeles humedecidos. Pero no se derribó y se conservó todo aquello que fue posible. Esa visión decadente tiene su encanto, y podría haber durado este encanto hasta que la última teja polvo fuese en el suelo, pero no casa bien con el uso 'interno' y 'externo' que se quiere para ella. En cuanto a recordar el relato de Poe me parece más que acertado y sugerente." Se refiere, en lo de Poe, al comentario de Jesús Palmero: "Una de las reflexiones más lúcidas que he leído sobre el concepto de 'los Panero' y su casa Usher que tanto se empeñan en no dejar hundir..."
Es difícil saber qué les ha parecido a ellos, los Panero que quedan, la reedificación de su casa. Me dicen que a Leopoldo María no se le puede preguntar fácilmente, que está hecho polvo mental y físicamente y que, por supuesto, no tiene email. Juan Luis distante de todo, enfurruñado como siempre, seguramente sintiéndose, como decía en la película, más hijo de cualquier otro poeta que de su poeta padre, y Michi, quién otrora algún grafitero astorgano postulara para alcalde, en el jardín de los quietos. Carbajo Larsen sale con que tiene fotos de la casa y de la casa de Castrillo y se incrusta en ellas como fantasma a mayores, espectro de esa exigua colección de extravagantes melancólicos que preferimos pasear las ruinas que reconstruirlas, pero no me las enseña. Con grandes dosis de sensatez añade Eloy Rubio: "Algo había que hacer, pues las ruinas a su ser se desmoronan, sólo la desidia no hubiera hecho nada. Conservar la ruina arruinada es un contrasentido. Ahora bien, comprendo esa evocación que produce el deterioro. Pero ese no es el tema, sino la ruina de la familia que no se puede enfoscar y la ruindad que en ellos describe".
La ruina es una puesta en el tiempo, incluso, un dinamizador del presente. Hace poco en una entrevista que hice a Antonio Colinas este afirmaba que las ruinas siembran vida. Yo creo que son vida y muerte, heredad que nos trasmite cosas de la vida y cosas de la muerte. Nos dicen que somos pasajeros pero, también, que hay algo noble que podemos edificar y que incluso sus ruinas serán hermosas. Hablan de la intensidad como un posible y nos dan nociones de las dimensiones de la existencia. Me lo citaba Alfredo Puente con relación a su proyecto de las ruinas, Albert Speer, el arquitecto de Hitler, proyectaba sus edificios imaginando cómo serían sus ruinas después de mil años. Sobrecogedora idea. Pocos días después encontré sus memorias en el anticuario de la calle Cantareros. Qué extraño que todo me lleve ahora a este tema de las ruinas, por cierto que el anticuario nos despidió afirmando que todo el mundo debería leer un libro así. Claro que, para un anticuario, un arquitecto como ese, que pensaba en ruinas cuando edificaba, debía ser perfecto. No quisiera yo insinuar que la rehabilitación de la casa de los Panero debería haberla acometido el arquitecto de Hitler ni mucho menos, pero sí apuntar que estas especulaciones son algo más que astracanadas de bohemios cloróticos.
Hay un episodio en el Salón de los pasos perdidos de Andrés Trapiello en el que cuenta cómo unos cónsules de la Universidad leonesa se fueron al portal del piso de Madrid donde vivía el pequeño de los Panero, el mítico del número 35 de la calle Ibiza, y, tras mucho rato a la espera tocando el timbre, amaneció este en calzoncillos para enseñarles una maleta con manuscritos del padre. Debía ser de las últimas cosas que quedaban por vender y estas se fueron finalmente a una universidad del sur. Entonces, me pregunto, si pulieron cuanto pudieron, si vendieron todo lo vendible y, como dice Perandones, no había mueble alguno, ni manuscrito en la casa, cuando entraron los hombres de las brigadas municipales, ¿qué tenía esa casa?¿qué había que conservar?
Toda la ciudad de Astorga se torna el escenario de una pesquisa que va más allá de los hechos y encara una novela policíaca del futuro en torno a lo que sería "el extraño caso de los Panero". Larsen reconstruye la ruina con sus fotos pordioseras de vagabundo literario, yo evoco una ruina que carecía de tesoros tangibles y un ayuntamiento restaura una casa irrestaurable... Pero lo que ahora me pregunto es: ¿Qué hay de todo el material descartado por Chávarri? Dice J. Benito Fernández en su En el contorno del abismo, la biografía de Leopoldo María: "Finalizado el rodaje, Chávarri se encierra en la sala de montaje con siete horas de película, sin contar las tomas dobles. (...) Llega noviembre y Jaime Chávarri todavía continúa el montaje. En el cesto van desapareciendo días enteros de rodaje; unos descartes tan valiosos como el material seleccionado. (...) Con un copión de trabajo de dos horas y media de duración, director y productor discuten sobre los sesenta minutos que le sobran al largometraje".
Quedo con el fotógrafo Amando Casado a veinte quilómetros de Astorga, en el desangelado bar de una gasolinera de pueblo con un sol de primavera deslumbrándonos, como si toda esta pesquisa fuera , efectivamente, clandestina, aunque verdaderamente sólo es intempestiva, anacrónica e improductiva. Pocos minutos antes acabo las casi cuatrocientas páginas de la biografía de Leopoldo María leída al trote en dos días. Me va a enseñar todo el archivo privado de la familia Panero. Son fotos de la felicidad, cuando sólo se posaba ante la cámara para registrar los momentos mejores para fijarlos contra el tiempo. Y por supuesto se ve la casa con todo lo que voló. Hablamos de que Astorga, con tan granados frutos culturales, carece de infraestructuras, un auditorio o una sala de exposiciones en condiciones, y que en el rehabilitado caserón apenas se puede hacer nada. Me cuenta que en su inauguración un hombre quedó muerto cruzado en la verja, tapado por la sábana a espera del juez, mientras los fantasmas de todos los paneros revoloteaban con la voz de fondo del locutor resucitada del día en que falleció Leopoldo.
Le digo que había siete horas de más de El desencanto y que Ricardo Franco tenía cuarenta filmadas de Después de tantos años, que dónde estará todo eso y que un buen proyecto para Astorga y para esa casa sería encontrar esos recortes, esas tomas descartadas, los escombros de los escombros, las ruinas de las ruinas y proyectarlas sobre los vetustos muros restaurados, a ver si las almas en pena volvían a la casa.
*Fotografías pertenecientes al Archivo Municipal de la familia Panero. Gentileza de Amando Casado.
*Viene de La Casa de los Panero (1).
Seguramente sea lo más razonable restaurar cuanta cosa queramos preservar del olvido pero algo falla en las labores de conservar si el resultado se suma a los propios del olvido. Me da la sensación a mí, que soy un raro, de que las incursiones que hacemos en el pasado son calaveradas que no dejan títere con cabeza y que acaban por hablar más de nosotros que de antaño. Es lo que pasa con la novela histórica que tanto ha triunfado estos años: Una mascarada de gentes de ahora disfrazadas de las de antes: pastiche de escritores eufóricos y bulímicos.
![[Img #3192]](upload/img/periodico/img_3192.jpg)
A la primera entrega de estas notas respondió en las redes sociales Juan José Alonso Perandones, que creo fue el alcalde que inició la restauración de la casa de los Panero: "Hasta se puede entender que mejor la magia, la ensoñación; el problema está en que esta casa ya no tenía mueble alguno, muchas vigas podridas, un deterioro total, pisar por parte de ella era un verdadero peligro. En el suelo, una vez adquirida, papeles humedecidos. Pero no se derribó y se conservó todo aquello que fue posible. Esa visión decadente tiene su encanto, y podría haber durado este encanto hasta que la última teja polvo fuese en el suelo, pero no casa bien con el uso 'interno' y 'externo' que se quiere para ella. En cuanto a recordar el relato de Poe me parece más que acertado y sugerente." Se refiere, en lo de Poe, al comentario de Jesús Palmero: "Una de las reflexiones más lúcidas que he leído sobre el concepto de 'los Panero' y su casa Usher que tanto se empeñan en no dejar hundir..."
![[Img #3195]](upload/img/periodico/img_3195.jpg)
Es difícil saber qué les ha parecido a ellos, los Panero que quedan, la reedificación de su casa. Me dicen que a Leopoldo María no se le puede preguntar fácilmente, que está hecho polvo mental y físicamente y que, por supuesto, no tiene email. Juan Luis distante de todo, enfurruñado como siempre, seguramente sintiéndose, como decía en la película, más hijo de cualquier otro poeta que de su poeta padre, y Michi, quién otrora algún grafitero astorgano postulara para alcalde, en el jardín de los quietos. Carbajo Larsen sale con que tiene fotos de la casa y de la casa de Castrillo y se incrusta en ellas como fantasma a mayores, espectro de esa exigua colección de extravagantes melancólicos que preferimos pasear las ruinas que reconstruirlas, pero no me las enseña. Con grandes dosis de sensatez añade Eloy Rubio: "Algo había que hacer, pues las ruinas a su ser se desmoronan, sólo la desidia no hubiera hecho nada. Conservar la ruina arruinada es un contrasentido. Ahora bien, comprendo esa evocación que produce el deterioro. Pero ese no es el tema, sino la ruina de la familia que no se puede enfoscar y la ruindad que en ellos describe".
![[Img #3193]](upload/img/periodico/img_3193.jpg)
La ruina es una puesta en el tiempo, incluso, un dinamizador del presente. Hace poco en una entrevista que hice a Antonio Colinas este afirmaba que las ruinas siembran vida. Yo creo que son vida y muerte, heredad que nos trasmite cosas de la vida y cosas de la muerte. Nos dicen que somos pasajeros pero, también, que hay algo noble que podemos edificar y que incluso sus ruinas serán hermosas. Hablan de la intensidad como un posible y nos dan nociones de las dimensiones de la existencia. Me lo citaba Alfredo Puente con relación a su proyecto de las ruinas, Albert Speer, el arquitecto de Hitler, proyectaba sus edificios imaginando cómo serían sus ruinas después de mil años. Sobrecogedora idea. Pocos días después encontré sus memorias en el anticuario de la calle Cantareros. Qué extraño que todo me lleve ahora a este tema de las ruinas, por cierto que el anticuario nos despidió afirmando que todo el mundo debería leer un libro así. Claro que, para un anticuario, un arquitecto como ese, que pensaba en ruinas cuando edificaba, debía ser perfecto. No quisiera yo insinuar que la rehabilitación de la casa de los Panero debería haberla acometido el arquitecto de Hitler ni mucho menos, pero sí apuntar que estas especulaciones son algo más que astracanadas de bohemios cloróticos.
Hay un episodio en el Salón de los pasos perdidos de Andrés Trapiello en el que cuenta cómo unos cónsules de la Universidad leonesa se fueron al portal del piso de Madrid donde vivía el pequeño de los Panero, el mítico del número 35 de la calle Ibiza, y, tras mucho rato a la espera tocando el timbre, amaneció este en calzoncillos para enseñarles una maleta con manuscritos del padre. Debía ser de las últimas cosas que quedaban por vender y estas se fueron finalmente a una universidad del sur. Entonces, me pregunto, si pulieron cuanto pudieron, si vendieron todo lo vendible y, como dice Perandones, no había mueble alguno, ni manuscrito en la casa, cuando entraron los hombres de las brigadas municipales, ¿qué tenía esa casa?¿qué había que conservar?
Toda la ciudad de Astorga se torna el escenario de una pesquisa que va más allá de los hechos y encara una novela policíaca del futuro en torno a lo que sería "el extraño caso de los Panero". Larsen reconstruye la ruina con sus fotos pordioseras de vagabundo literario, yo evoco una ruina que carecía de tesoros tangibles y un ayuntamiento restaura una casa irrestaurable... Pero lo que ahora me pregunto es: ¿Qué hay de todo el material descartado por Chávarri? Dice J. Benito Fernández en su En el contorno del abismo, la biografía de Leopoldo María: "Finalizado el rodaje, Chávarri se encierra en la sala de montaje con siete horas de película, sin contar las tomas dobles. (...) Llega noviembre y Jaime Chávarri todavía continúa el montaje. En el cesto van desapareciendo días enteros de rodaje; unos descartes tan valiosos como el material seleccionado. (...) Con un copión de trabajo de dos horas y media de duración, director y productor discuten sobre los sesenta minutos que le sobran al largometraje".
![[Img #3194]](upload/img/periodico/img_3194.jpg)
Quedo con el fotógrafo Amando Casado a veinte quilómetros de Astorga, en el desangelado bar de una gasolinera de pueblo con un sol de primavera deslumbrándonos, como si toda esta pesquisa fuera , efectivamente, clandestina, aunque verdaderamente sólo es intempestiva, anacrónica e improductiva. Pocos minutos antes acabo las casi cuatrocientas páginas de la biografía de Leopoldo María leída al trote en dos días. Me va a enseñar todo el archivo privado de la familia Panero. Son fotos de la felicidad, cuando sólo se posaba ante la cámara para registrar los momentos mejores para fijarlos contra el tiempo. Y por supuesto se ve la casa con todo lo que voló. Hablamos de que Astorga, con tan granados frutos culturales, carece de infraestructuras, un auditorio o una sala de exposiciones en condiciones, y que en el rehabilitado caserón apenas se puede hacer nada. Me cuenta que en su inauguración un hombre quedó muerto cruzado en la verja, tapado por la sábana a espera del juez, mientras los fantasmas de todos los paneros revoloteaban con la voz de fondo del locutor resucitada del día en que falleció Leopoldo.
Le digo que había siete horas de más de El desencanto y que Ricardo Franco tenía cuarenta filmadas de Después de tantos años, que dónde estará todo eso y que un buen proyecto para Astorga y para esa casa sería encontrar esos recortes, esas tomas descartadas, los escombros de los escombros, las ruinas de las ruinas y proyectarlas sobre los vetustos muros restaurados, a ver si las almas en pena volvían a la casa.
*Fotografías pertenecientes al Archivo Municipal de la familia Panero. Gentileza de Amando Casado.
*Viene de La Casa de los Panero (1).