Isabel Medarde y Eloisa Otero / Nuria Cadierno
Domingo, 25 de Diciembre de 2016

Las sombras y los tacones

Ahora empiezan las mujeres a escribir para los 'Cuentos al alud del alumbre', y vienen así en alud primaveral. Hoy son dos al alimón, Eloísa Otero e Isabel Medarde, con resabios de bebida fresca y gran escape de nieve. Confiesan haber empleado la te?cnica surrealista conocida como 'cada?ver exquisito' sobre la ilustración sugerida por Nuria Cadierno.

 

[Img #26201]

 

 


No mires a los ojos de la gente, me dan miedo, siempre mienten. No salgas a la calle cuando hay gente, ¿y si no vuelves? ¿y si te pierdes? No digas nunca la verdad, ni cuando la verdad te abrase. ¡Miente!


Era el deca?logo de una sociedad corrupta. Las ranas croaban en el fango. Los artificios croaban en el fango y las palabras se perdi?an en el fango. Aquella ponzon?a les abrasaba pero ellos sabi?an meterse en sus propias pieles.

 

Quiza?s alguien suspirase en su interior cantando: "¡que?date a mi lado, no te marches ma?s!".


En el fondo ella era soberbia y solitaria, como todos ellos. Pero segui?a cultivando una elegancia antigua que no habi?a heredado de nadie. Cuando caminaba por la calle le gustaba sentir miradas a su espalda, aquello funcionaba como un esti?mulo a la hora de mantenerse erguida. Pero aquel di?a... aquel di?a sintio? que la segui?an, y no eran dos o tres sombras que hubiesen tomado forma desde su mala conciencia. No.


Aquel 'no' rotundo se le clavo? pro?ximo a la madrugada. A cada golpe de taco?n escuchaba un 'no'.


—"¡No! (taco?n) ¡No son sombras producto de mi mala conciencia! ¡No! (otro taco?n). No son sombras en mi persecucio?n... ¡No!” (y suena el taco?n izquierdo).


Detenida bajo una farola, contemplo? una polilla que pululaba rasgando la luz. Y entonces descubrio? que la muerte era una carretera infinita surcando una llanura repleta de molinos de acero, en cuya curva encontrari?a el cementerio, a la entrada del Castromonte.


¿Y do?nde estaba la dichosa curva? Mientras caminaba observo? una monda de pla?tano oxida?ndose un poco ma?s adelante. Podi?a esquivarla o darle con la puntera del zapato hacia atra?s, para ver si una de aquellas sombras que la segui?a se esnafraba al pisarla y resbalar. Sonrio?.


El taco?n bien afilado era su mejor arma. Una sombra o un fantasma siempre podi?an encararse sin miedo cuando se estaba en posesio?n de un buen taco?n. El taco?n era al zapato lo que la bala a la pistola. Empun?o? el arma, se escondio? tras el cubo de basura del callejo?n y espero?.


Espero?, y espero? y espero? por largo tiempo. Pero las sombras no haci?an acto de presencia. Pareci?a que se las hubiese tragado la tierra. Hasta que cayo? en los brazos de Morfeo.


Un reno salio? a su encuentro en mitad de la oscuridad. La miraba fijamente mientras sacudi?a sus cuernos a ca?mara lenta. De pronto empezo? a nevar sobre e?l, y los copos de nieve, al tocar el pelo de su lomo, se converti?an en lucie?rnagas. Pareci?a un a?rbol de navidad viviente.


Ella le sorteo?, sin reconocer al animal bajo aquel manto de luz candente. Continuo? caminando sin rumbo y sin tiempo. Respiro? intensamente, diez veces, inhalando todo el oxi?geno posible, exhala?ndolo despue?s, poco a poco, hasta que se sintio? fuerte y poderosa.


(Lapsus temporal)


En lo alto de la colina, una mancha informe, espi?a. Derrotada, se envuelve en su manto y se lanza al vaci?o del huraca?n.


Cuando se despierta, intuye que el reno todavi?a sigue ahi?, cubierto de nieve, pero sin lucie?rnagas. Empieza a clarear. Tiene mucho fri?o, un buen chicho?n en la frente y a su zapato izquierdo le falta el taco?n. Así que se levanta, limpia los restos de basura de su vestido y, renqueante, inicia el camino de regreso a casa.
 

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