Pensar
![[Img #26425]](upload/img/periodico/img_26425.jpg)
El acto de pensar ha hecho del hombre el ser racional que es o pretende ser. Nos ha convertido en autoproclamados reyes de la creación o de la naturaleza, en esa división de los tiempos de la escuela entre personas, animales y cosas. Ha facultado la evolución de la humanidad desde sus albores en las cavernas hasta un futuro que con frecuencia da miedo imaginar.
Pensar es una ambivalencia que oculta lo mejor y lo peor de nosotros; en pocos actos emocionales como éste conviven con tanta alternancia el bien y el mal, lo objetivo y lo subjetivo. Pero el hecho de razonar, aún con sus taras y aberraciones, es un atributo grandioso del ser humano. Es el motor expansivo de las grandes civilizaciones, de las revueltas y revoluciones que contribuyeron a erradicar tiránicas injusticias y a sanar sociedades enfermas. El pensamiento es el sujeto en la inmensa sintaxis de la cultura.
Los tiempos que asoman, sin embargo, no son proclives a los razonamientos. Se empieza por erradicar la ciencia madre del pensamiento que es la filosofía, a la que se cubre del oprobio de lo inútil, porque no aflora las rentabilidades materiales de los triunfos sociales en formas de cargos de relumbrón y cuentas corrientes amasadas en la miseria de la docilidad y la alienación. Idiocia supina que un riguroso estudio de la materia desmontaría en un pisplás. Sale de los planes de estudios de las generaciones llamadas al relevo. Eso es descapitalizar el talento. Pasará la onerosa factura de una colectividad sin pulso, moribunda.
Pensar es sumirse en la lectura de un libro y abarcar en nuestra mente su aventura y su mensaje, en comunión o en discrepancia con el autor. Leer es sondear y englobar multitud de conocimientos ajenos que prenden y contagian en el espíritu propio y lo dotan de capacidad crítica; o bien, fortalecen los principios básicos que sirven de guía ética a las andanzas por la vida. Pescar en estos caladeros está vedado mediante los artificios publicitarios de una literatura de best sellers, divertimentos, la mayoría, incapaces de transmitir las emociones de los clásicos vigentes durante siglos, hoy olvidados, porque vejez es casi sinónimo de ofensa. Lo mismo es válido para el cine, donde el valor artístico de una película solo es medible en las cifras de recaudación y en la espectacularidad de los efectos especiales.
El poder y los poderosos de hoy abominan de la capacidad ajena de poder pensar. Se han dado cuenta del enorme vigor de esa arma en entendimientos ajenos a su casta y estatus. Por eso tratan de monopolizarlo en su beneficio, como mercancía de exclusivo intercambio entre iguales y elegidos de la misma cordada. A las masas se las otorga inmensas raciones de pan y circo, en forma de cultura sospechosamente teledirigida hacia el conformismo de oficio y la ignorancia. Quien desconoce no pregunta, simplemente acata. Una ciudadanía hipnotizada por medios de comunicación sumisos, huérfanos de didáctica, apologéticos de la fama y celebridad ramplonas, y rebosantes de bufonesco espectáculo, únicamente tendrá el reflejo de la concavidad o convexidad del espejo en el que se mira: un espantajo.
Y falta el inquietante capítulo de unas nuevas tecnologías manipuladas hasta la exasperación para que el usuario se adentre todavía más en el control por otros de unas facultades a las que nunca debe, ni puede, renunciar. El llamado teléfono inteligente, en multitud de casos, y solo basta echar un vistazo en cualquier calle, es una especie de virus alienígena que, para dar veracidad a su calificativo, succiona el intelecto de la persona, convirtiéndolo en mero autómata. Irritante intercambio de papeles.
Estamos en el aperitivo de una copiosa comida de adelantos científicos que se nos van a indigestar. Se proclama como paradigma de la nueva civilización la imparable fuerza laboral de la máquina. Curiosa paradoja la de un mundo que ha hecho del trabajo el ídolo de una divinidad para el hombre, y está a punto de arrebatársela con el nuevo mesías de la robótica. Si la máquina lo va a hacer todo ¿qué papel desempeñará el ser humano? Ojalá esta pregunta inicie la reconquista de nuestros grandes valores, entre ellos, y en primer término, pensar.
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El acto de pensar ha hecho del hombre el ser racional que es o pretende ser. Nos ha convertido en autoproclamados reyes de la creación o de la naturaleza, en esa división de los tiempos de la escuela entre personas, animales y cosas. Ha facultado la evolución de la humanidad desde sus albores en las cavernas hasta un futuro que con frecuencia da miedo imaginar.
Pensar es una ambivalencia que oculta lo mejor y lo peor de nosotros; en pocos actos emocionales como éste conviven con tanta alternancia el bien y el mal, lo objetivo y lo subjetivo. Pero el hecho de razonar, aún con sus taras y aberraciones, es un atributo grandioso del ser humano. Es el motor expansivo de las grandes civilizaciones, de las revueltas y revoluciones que contribuyeron a erradicar tiránicas injusticias y a sanar sociedades enfermas. El pensamiento es el sujeto en la inmensa sintaxis de la cultura.
Los tiempos que asoman, sin embargo, no son proclives a los razonamientos. Se empieza por erradicar la ciencia madre del pensamiento que es la filosofía, a la que se cubre del oprobio de lo inútil, porque no aflora las rentabilidades materiales de los triunfos sociales en formas de cargos de relumbrón y cuentas corrientes amasadas en la miseria de la docilidad y la alienación. Idiocia supina que un riguroso estudio de la materia desmontaría en un pisplás. Sale de los planes de estudios de las generaciones llamadas al relevo. Eso es descapitalizar el talento. Pasará la onerosa factura de una colectividad sin pulso, moribunda.
Pensar es sumirse en la lectura de un libro y abarcar en nuestra mente su aventura y su mensaje, en comunión o en discrepancia con el autor. Leer es sondear y englobar multitud de conocimientos ajenos que prenden y contagian en el espíritu propio y lo dotan de capacidad crítica; o bien, fortalecen los principios básicos que sirven de guía ética a las andanzas por la vida. Pescar en estos caladeros está vedado mediante los artificios publicitarios de una literatura de best sellers, divertimentos, la mayoría, incapaces de transmitir las emociones de los clásicos vigentes durante siglos, hoy olvidados, porque vejez es casi sinónimo de ofensa. Lo mismo es válido para el cine, donde el valor artístico de una película solo es medible en las cifras de recaudación y en la espectacularidad de los efectos especiales.
El poder y los poderosos de hoy abominan de la capacidad ajena de poder pensar. Se han dado cuenta del enorme vigor de esa arma en entendimientos ajenos a su casta y estatus. Por eso tratan de monopolizarlo en su beneficio, como mercancía de exclusivo intercambio entre iguales y elegidos de la misma cordada. A las masas se las otorga inmensas raciones de pan y circo, en forma de cultura sospechosamente teledirigida hacia el conformismo de oficio y la ignorancia. Quien desconoce no pregunta, simplemente acata. Una ciudadanía hipnotizada por medios de comunicación sumisos, huérfanos de didáctica, apologéticos de la fama y celebridad ramplonas, y rebosantes de bufonesco espectáculo, únicamente tendrá el reflejo de la concavidad o convexidad del espejo en el que se mira: un espantajo.
Y falta el inquietante capítulo de unas nuevas tecnologías manipuladas hasta la exasperación para que el usuario se adentre todavía más en el control por otros de unas facultades a las que nunca debe, ni puede, renunciar. El llamado teléfono inteligente, en multitud de casos, y solo basta echar un vistazo en cualquier calle, es una especie de virus alienígena que, para dar veracidad a su calificativo, succiona el intelecto de la persona, convirtiéndolo en mero autómata. Irritante intercambio de papeles.
Estamos en el aperitivo de una copiosa comida de adelantos científicos que se nos van a indigestar. Se proclama como paradigma de la nueva civilización la imparable fuerza laboral de la máquina. Curiosa paradoja la de un mundo que ha hecho del trabajo el ídolo de una divinidad para el hombre, y está a punto de arrebatársela con el nuevo mesías de la robótica. Si la máquina lo va a hacer todo ¿qué papel desempeñará el ser humano? Ojalá esta pregunta inicie la reconquista de nuestros grandes valores, entre ellos, y en primer término, pensar.






