El sheriff de Nottingham
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No sé, sinceramente, qué efectos esotéricos puede ocultar la cartera ministerial de Sanidad. Bien es cierto que se está ante una de esas gestiones vitales para el bienestar de la sociedad; por eso, las decisiones en este campo dejan nulo margen a la impasibilidad. No pueden pasar desapercibidas, porque en el saco de sus atribuciones, entran de una sola tacada millones de ciudadanos en la satisfacción o en el desencanto, nunca en la indiferencia. Es un ministerio de profundo contenido social y con plenitud de matices cotidianos. Aparte, por si no fuera poco, de acompañarnos en el BOE desde el nacimiento hasta la muerte.
Las designaciones de los titulares de este ministerio no han tenido, en varios ejemplos, el acierto o la oportunidad en los elegidos. Unas veces por errores decisorios, otras por disparates en declaraciones, ambas cuestión de luces. No faltan las apelaciones tan singulares a las connotaciones, en apariencia inocentes, de apellidos o nombres de los ministros, aunque eso ya es propio de cierta mala leche nacional a la hora de mezclar conceptos, más que de rigor en la crítica. Si en las hemerotecas se archivan momentos memorables para cincelar en mármol, como los bichitos del aceite de colza o la llamada crisis de las vacas locas, en los memorandos del humor cáustico, flota, fresco todavía, el apellido Mato, en una de sus protagonistas, o en la actual, el nombre propio de Dolors, cuyo camuflaje catalán no puede esconder el más familiar, para estos lares, de Dolores. Es como una tarjeta de predestinación.
Esta última ya ha puesto el plus de penosidad a la ya de por sí dolorosa cuesta de enero. Quizás pensando en que los rescoldos del espíritu navideño iban a dotarnos de beatíficas reacciones, ha anunciado un análisis previo del Gobierno, tendente a elevar los pagos de las medicinas para los pensionistas con los tramos de renta más altos. La idea tiene todos los visos de un globo sonda, artificio al que tan aficionados son los políticos, puesto que se lanza la ocurrencia huérfana de contenidos para explorar talantes y, de paso, los posibles costes en las urnas. Esta especie de encuestas por adelantado casi siempre las carga el diablo, porque, pasado el tiempo, la matraca cala como lluvia fina y termina imponiéndose por la vía de un necesario esfuerzo solidario de los de siempre, los ciudadanos (cada vez más súbditos), en aras al sublime objetivo del bien común.
La grosera manipulación de términos empieza con el inapelable pagar más los que más tienen. Con semejante argumento, ahora mismo, bien pueden empezar a hacerlo los políticos, hoy, los que más tienen, porque son los que menos se han quitado en los duros años de la crisis. Es preciso recordar la importante pérdida de presencia en la riqueza nacional de las clases medias, víctimas de un sistema fiscal que nutre el 70 % de los ingresos del Estado a través de las progresivamente raquíticas nóminas de los asalariados.
Si la hucha de las pensiones adelgaza a pasos agigantados o la demografía hace inviables estados de bienestar de antaño, que den una lección de coherencia con el recorte o renuncia de sus pensiones autoconcedidas en similares condiciones de cobro con el resto de españoles, pero con periodos cotizados infinitamente menores. O también, muy válido, que se apliquen una política de EREs adelgazantes en las elefantiásicas - y atiborradas de asesores-, Administraciones Públicas, castigo que han sufrido miles de empresas y, con ellas, millones de trabajadores, en el mejor de los casos, con insultantes mermas de sueldos.
Una ciudadanía que percibe y padece voracidad fiscal en sus gobernantes jamás podrá ser cómplice de sus decisiones. No fomentará más que desapego. Sobre todo, cuando éstos recurren a dialécticas engañosas, como copago, cuando quiere decir repago; es decir, volver a pagar. Comportamientos así, continuados, reincidentes, evocan la figura literaria y cinematográfica del Sheriff de Nottingham, contrapunto del Robin Hood que robaba a los ricos para dárselo a los pobres, como codicioso recaudador de impuestos. Casi esquilmadas las clases medias, ¿a alguien puede extrañar que los nuevos dineros se olfateen en las pensiones? Dolors (Dolores) Montserrat ha dado el primer susto del año.
No sé, sinceramente, qué efectos esotéricos puede ocultar la cartera ministerial de Sanidad. Bien es cierto que se está ante una de esas gestiones vitales para el bienestar de la sociedad; por eso, las decisiones en este campo dejan nulo margen a la impasibilidad. No pueden pasar desapercibidas, porque en el saco de sus atribuciones, entran de una sola tacada millones de ciudadanos en la satisfacción o en el desencanto, nunca en la indiferencia. Es un ministerio de profundo contenido social y con plenitud de matices cotidianos. Aparte, por si no fuera poco, de acompañarnos en el BOE desde el nacimiento hasta la muerte.
Las designaciones de los titulares de este ministerio no han tenido, en varios ejemplos, el acierto o la oportunidad en los elegidos. Unas veces por errores decisorios, otras por disparates en declaraciones, ambas cuestión de luces. No faltan las apelaciones tan singulares a las connotaciones, en apariencia inocentes, de apellidos o nombres de los ministros, aunque eso ya es propio de cierta mala leche nacional a la hora de mezclar conceptos, más que de rigor en la crítica. Si en las hemerotecas se archivan momentos memorables para cincelar en mármol, como los bichitos del aceite de colza o la llamada crisis de las vacas locas, en los memorandos del humor cáustico, flota, fresco todavía, el apellido Mato, en una de sus protagonistas, o en la actual, el nombre propio de Dolors, cuyo camuflaje catalán no puede esconder el más familiar, para estos lares, de Dolores. Es como una tarjeta de predestinación.
Esta última ya ha puesto el plus de penosidad a la ya de por sí dolorosa cuesta de enero. Quizás pensando en que los rescoldos del espíritu navideño iban a dotarnos de beatíficas reacciones, ha anunciado un análisis previo del Gobierno, tendente a elevar los pagos de las medicinas para los pensionistas con los tramos de renta más altos. La idea tiene todos los visos de un globo sonda, artificio al que tan aficionados son los políticos, puesto que se lanza la ocurrencia huérfana de contenidos para explorar talantes y, de paso, los posibles costes en las urnas. Esta especie de encuestas por adelantado casi siempre las carga el diablo, porque, pasado el tiempo, la matraca cala como lluvia fina y termina imponiéndose por la vía de un necesario esfuerzo solidario de los de siempre, los ciudadanos (cada vez más súbditos), en aras al sublime objetivo del bien común.
La grosera manipulación de términos empieza con el inapelable pagar más los que más tienen. Con semejante argumento, ahora mismo, bien pueden empezar a hacerlo los políticos, hoy, los que más tienen, porque son los que menos se han quitado en los duros años de la crisis. Es preciso recordar la importante pérdida de presencia en la riqueza nacional de las clases medias, víctimas de un sistema fiscal que nutre el 70 % de los ingresos del Estado a través de las progresivamente raquíticas nóminas de los asalariados.
Si la hucha de las pensiones adelgaza a pasos agigantados o la demografía hace inviables estados de bienestar de antaño, que den una lección de coherencia con el recorte o renuncia de sus pensiones autoconcedidas en similares condiciones de cobro con el resto de españoles, pero con periodos cotizados infinitamente menores. O también, muy válido, que se apliquen una política de EREs adelgazantes en las elefantiásicas - y atiborradas de asesores-, Administraciones Públicas, castigo que han sufrido miles de empresas y, con ellas, millones de trabajadores, en el mejor de los casos, con insultantes mermas de sueldos.
Una ciudadanía que percibe y padece voracidad fiscal en sus gobernantes jamás podrá ser cómplice de sus decisiones. No fomentará más que desapego. Sobre todo, cuando éstos recurren a dialécticas engañosas, como copago, cuando quiere decir repago; es decir, volver a pagar. Comportamientos así, continuados, reincidentes, evocan la figura literaria y cinematográfica del Sheriff de Nottingham, contrapunto del Robin Hood que robaba a los ricos para dárselo a los pobres, como codicioso recaudador de impuestos. Casi esquilmadas las clases medias, ¿a alguien puede extrañar que los nuevos dineros se olfateen en las pensiones? Dolors (Dolores) Montserrat ha dado el primer susto del año.