Javier Huerta
Jueves, 26 de Enero de 2017

Erasmo

 

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No pasa por sus momentos mejores la idea de Europa, la realidad política de la Unión Europea, sobre la que se ceban los egoísmos nacionalistas, los populismos de uno y otro signo, la falta de un liderazgo similar al que, en los orígenes del proyecto, ejercieron De Gasperi, Adenauer, De Gaulle… El economicismo está pudiendo con todo, como bien delata esa nueva expresión, cada vez más utilizada por unos y otros, de la Eurozona. En efecto, Eurozona, o sea, la zona del euro, ha reemplazado a Europa, que era otra cosa, el territorio donde nació la democracia, el humanismo, la ilustración…  Y el italiano de Dante, y el inglés de Shakespeare, y el francés de Molière, y el español de Cervantes…

 

Uno de los pocos proyectos culturales de la UE que ha fructificado en los últimos treinta años ha sido el programa ERASMUS, un acrónimo de European Community Action Scheme for the Mobility of University Students, un tanto forzado, pero sin duda afortunado, para que se correspondiera con el nombre de una de las figuras capitales del pensamiento humanista en el siglo XVI: Erasmus, Erasmo de Rotterdam, el autor del Enruiridión o manual del caballero cristiano, de la Querella pacis, de los Coloquios…

 

A los estudiantes ERASMUS que asisten a mis clases suelo preguntarles si saben quién era Erasmo, y son muy pocos los que contestan afirmativamente. Y lo mismo cabe decir de los españoles. Solo los que estudian Filología Hispánica se aventuran a decir algo sobre él, porque al estudiar la literatura del siglo XVI es raro que los profesores no les hayan hablado del gran pensador holandés, de su influencia en los diálogos de Valdés, el Lazarillo, el astorgano Torquemada, El Quijote…, del monumental libro de Marcel Bataillon, Erasme et l’Espagne. Curiosamente, España, el país donde mayor influencia ejercieron sus escritos, hasta el punto de forjarse la importante corriente del erasmismo, fue el único importante de Europa que Erasmo no quiso visitar: “Non placet Hispania”, declaró en cierta ocasión.

 

No son fáciles los libros de Erasmo, algunos de gran profundidad teológica, pero uno de ellos debiera ser de obligada lectura para el europeo con conciencia de serlo: Elogio de la locura (en latín, el idioma en que lo escribió, Stultitiae Laus). En él brilla el genio satírico del holandés, mediante una diatriba que pone en boca de la Locura para pasar revista a los males y las lacras de la sociedad. Erasmo fustiga la locura por la que se mueven los seres humanos y que los lleva a la codicia, la envidia, la guerra, pero también alaba la locura positiva que anima a los que persiguen los más altos ideales: la justicia, la libertad, la palabra de Cristo, esto es, la locura de la Cruz…

 

Erasmo escribió el Elogio de la locura en uno de sus viajes a Inglaterra, a donde acudió invitado a su casa por el canciller Thomas More, conocido entre nosotros como Tomás Moro, antes de que Enrique VIII le rebanara la cabeza por llevarle la contraria. Moro es autor de otro monumento del pensamiento humanista que ningún europeo debiera desconocer: la Utopía. De ella les hablaré otro día.

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