Crítica
Una historia de la filosofía para la vida cotidiana
PABLO REDONDO Y SEBASTIÁN SALGADO. Maia Ediciones, 2013. 284 páginas
Muchas de la
Historias de la filosofía que hoy se publican no desarrollan por extenso el pensamiento del filósofo. Más bien huyen de cargar las tintas sobre sesudos
mensajes y, antes que enseñar filosofía, intentan llamar la atención del lector
y que se pare a pensar. Para ello el relato es ágil y claro. Pesa sobre el
escritor el temor a fatigar, un temor que es propio de los tiempos que vivimos,
calificado por los autores de esta nueva Historia
de la filosofía para la vida cotidiana,
como el tiempo del hombre multitarea, la comunicación rápida e instantánea y el
pensamiento superficial y automático.
Decía Ortega
y Gasset que las verdades fundamentales tenían que estar siempre a la mano,
pues solo así son fundamentales. Precisamente por eso y por los tiempos actuales, nada propicios para
la reflexión pausada, la narración filosófica tiene que iniciarse en el mundo
cotidiano, el mundo de la vida, el que está ahí tan a mano, ese en que vive el
hombre a quemarropa. Es el inicio esencial, porque para el hombre que contacta
con las cosas sencillas y vive de ellas el pensar es el alfa y la omega de la
vida cotidiana y, gracias a ellas, puede mirarse como en un cristal. De esta
forma, es fácil mostrar cómo, a partir de una sencilla apreciación, se
construye un pensamiento original.
![[Img #3351]](upload/img/periodico/img_3351.jpg)
En este mundo cotidiano encuentra esta Historia
al pensador clásico y no tan clásico. A Ortega
y Gasset, ya que lo tenemos tan a
mano,
lo sorprendemos en una tertulia taurina hablando de la vida como realidad
radical; David Hume aparece tras la
lectura de un libro de magia (claro que luego se le ve intentando explicar la
validez de las inferencias causales, justo para desautorizar la magia). Oyendo
un tango está Sócrates, que critica la letra porque habla
de indiferencia y pasividad. Tras el análisis de la película Gattaca, en la que
el protagonista se rebela contra un destino que le había relegado a una
existencia frustrante, descubrimos a Santo Tomás de Aquino.
Otros
filósofos trascienden este lugar
doméstico hasta un espacio más allá de
lo físico, lo metafísico: es el caso de Platón,
que se presenta como un reformador capaz de fundamentar su filosofía en un
triple ideal, algo así como si un panadero hiciera la rebanada perfecta y fuera
el modelo en que se inspira el resto de panaderos. El caso de Aristóteles es llamativo porque su
metafísica se centra en la explicación del ente, en concreto, del ser humano,
del ser que se es. O Spinoza,
que es noticia por ser un hombre que sabía demasiado. Desde la perspectiva
metafísica orientan y dan forma a la realidad de la que curiosamente nacen sus
planteamientos.
Poco a poco,
el libro nos va acercando hasta esa zona poblada por autores que han querido
reinventar la filosofía clásica o criticarla, aquellos que se han detenido en
las zonas fronterizas buscando, en el ser
llamado hombre, las costuras íntimas donde se aloja la verdad. Una verdad
descarnada y nihilista según Nietzsche, activa y revolucionaria para Marx, despojada de falsos ídolos en Bacon
o alejada de la atrevida ignorancia con Erasmo
y San Agustín. Otras veces, el
filósofo intenta encontrar los verdaderos hilos del ser que llamamos hombre en
su relación con el tiempo, como Heidegger (por más que esos hilos de la existencia auténtica no se los dé
un móvil de última generación), o en la conciencia y su intencionalidad como Husserl o Merleau-Ponty. Y por último están aquellos pensadores que, ya en
el siglo XX, se han preocupado por el lenguaje, no sólo desde el significado
lógico, sino también desde el uso como es el caso de Wittgenstein, Ralws o Gadamer. Los tres han planteado la verdad en
la lógica, en la ética y en la comprensión de los textos. Posiblemente todos
los filósofos actuales han acometido su tarea desde el amplio horizonte del
lenguaje, bien sea en el terreno de la estética o la filosofía de la ciencia.
![[Img #3350]](upload/img/periodico/img_3350.jpg)
Pablo Redondo
Sánchez y Sebastián Salgado González hacen gala de la claridad y voluntad de
hacerse entender. Asumen el postulado de la sencillez, apenas citan textos de
los filósofos y utilizan palabras que no se improvisan, sino que se han
originado en los ruidos de la plaza, en los recuerdos íntimos, en la
transparente figura de los gestos, pero que han reposado y se toman con la
precisión que demanda el pensamiento. Acertadamente, construyen una pequeña
trama que atan a una historia, ya sea vivida o bien intuida al elaborar la
experiencia como profesores. Una Historia de la Filosofía para la
vida cotidiana repasa el arte de trascender la vida y alcanzar cierta
claridad en la meditación sobre el tiempo, la verdad, las paradojas, la obra de
arte, el dualismo natural-artificial… Sobre ellos reflexiona; son los temas
básicos que hacen al pensamiento fijarse en lo cotidiano, pegarse a las cosas.
Quizás llama
la atención en esta somera revisión de los temas clásicos de la filosofía la
forma de acceder al tema de la verdad, siempre tan escurridizo. En primer lugar,
nos insisten en que es uno de nuestros instintos más fuertes, por no decir el que más;
en segundo lugar, plantean la verdad como un reencuentro entre la palabra y la
cosa; la palabra porque es el medio de transporte y el pensamiento porque es el
que posibilita el reencuentro. Y entre ambos elementos se produce, en tercer
lugar, una especie de juego de
presencia: las cosas se reflejan en el espejo del lenguaje para enviarse sus
imágenes unas a otras y el pensamiento nombra, ordena, clasifica y da
significación a esas imágenes en el lenguaje.
Todos somos
filósofos, lo llevamos impreso en la piel, y desde Grecia se nos presentó la
tarea de filosofar como el camino más corto para ser feliz; y desde Grecia
nadie puede cerrar los ojos. Con pasión nos dejó dicho Epicuro que nadie deje
de filosofar por ser joven o viejo. Esta Historia
de la Filosofía para la vida cotidiana nos enseña a saber mirar en torno
nuestro y constituye un gran ejercicio de amor al saber, que para los tiempos
actuales no es poca tarea.
SIMÓN RABANAL CELADA
Muchas de la
Historias de la filosofía que hoy se publican no desarrollan por extenso el pensamiento del filósofo. Más bien huyen de cargar las tintas sobre sesudos
mensajes y, antes que enseñar filosofía, intentan llamar la atención del lector
y que se pare a pensar. Para ello el relato es ágil y claro. Pesa sobre el
escritor el temor a fatigar, un temor que es propio de los tiempos que vivimos,
calificado por los autores de esta nueva Historia
de la filosofía para la vida cotidiana,
como el tiempo del hombre multitarea, la comunicación rápida e instantánea y el
pensamiento superficial y automático.
Decía Ortega y Gasset que las verdades fundamentales tenían que estar siempre a la mano, pues solo así son fundamentales. Precisamente por eso y por los tiempos actuales, nada propicios para la reflexión pausada, la narración filosófica tiene que iniciarse en el mundo cotidiano, el mundo de la vida, el que está ahí tan a mano, ese en que vive el hombre a quemarropa. Es el inicio esencial, porque para el hombre que contacta con las cosas sencillas y vive de ellas el pensar es el alfa y la omega de la vida cotidiana y, gracias a ellas, puede mirarse como en un cristal. De esta forma, es fácil mostrar cómo, a partir de una sencilla apreciación, se construye un pensamiento original.
En este mundo cotidiano encuentra esta Historia
al pensador clásico y no tan clásico. A Ortega
y Gasset, ya que lo tenemos tan a
mano,
lo sorprendemos en una tertulia taurina hablando de la vida como realidad
radical; David Hume aparece tras la
lectura de un libro de magia (claro que luego se le ve intentando explicar la
validez de las inferencias causales, justo para desautorizar la magia). Oyendo
un tango está Sócrates, que critica la letra porque habla
de indiferencia y pasividad. Tras el análisis de la película Gattaca, en la que
el protagonista se rebela contra un destino que le había relegado a una
existencia frustrante, descubrimos a Santo Tomás de Aquino.
Otros filósofos trascienden este lugar doméstico hasta un espacio más allá de lo físico, lo metafísico: es el caso de Platón, que se presenta como un reformador capaz de fundamentar su filosofía en un triple ideal, algo así como si un panadero hiciera la rebanada perfecta y fuera el modelo en que se inspira el resto de panaderos. El caso de Aristóteles es llamativo porque su metafísica se centra en la explicación del ente, en concreto, del ser humano, del ser que se es. O Spinoza, que es noticia por ser un hombre que sabía demasiado. Desde la perspectiva metafísica orientan y dan forma a la realidad de la que curiosamente nacen sus planteamientos.
Poco a poco, el libro nos va acercando hasta esa zona poblada por autores que han querido reinventar la filosofía clásica o criticarla, aquellos que se han detenido en las zonas fronterizas buscando, en el ser llamado hombre, las costuras íntimas donde se aloja la verdad. Una verdad descarnada y nihilista según Nietzsche, activa y revolucionaria para Marx, despojada de falsos ídolos en Bacon o alejada de la atrevida ignorancia con Erasmo y San Agustín. Otras veces, el filósofo intenta encontrar los verdaderos hilos del ser que llamamos hombre en su relación con el tiempo, como Heidegger (por más que esos hilos de la existencia auténtica no se los dé un móvil de última generación), o en la conciencia y su intencionalidad como Husserl o Merleau-Ponty. Y por último están aquellos pensadores que, ya en el siglo XX, se han preocupado por el lenguaje, no sólo desde el significado lógico, sino también desde el uso como es el caso de Wittgenstein, Ralws o Gadamer. Los tres han planteado la verdad en la lógica, en la ética y en la comprensión de los textos. Posiblemente todos los filósofos actuales han acometido su tarea desde el amplio horizonte del lenguaje, bien sea en el terreno de la estética o la filosofía de la ciencia.
Pablo Redondo Sánchez y Sebastián Salgado González hacen gala de la claridad y voluntad de hacerse entender. Asumen el postulado de la sencillez, apenas citan textos de los filósofos y utilizan palabras que no se improvisan, sino que se han originado en los ruidos de la plaza, en los recuerdos íntimos, en la transparente figura de los gestos, pero que han reposado y se toman con la precisión que demanda el pensamiento. Acertadamente, construyen una pequeña trama que atan a una historia, ya sea vivida o bien intuida al elaborar la experiencia como profesores. Una Historia de la Filosofía para la vida cotidiana repasa el arte de trascender la vida y alcanzar cierta claridad en la meditación sobre el tiempo, la verdad, las paradojas, la obra de arte, el dualismo natural-artificial… Sobre ellos reflexiona; son los temas básicos que hacen al pensamiento fijarse en lo cotidiano, pegarse a las cosas.
Quizás llama la atención en esta somera revisión de los temas clásicos de la filosofía la forma de acceder al tema de la verdad, siempre tan escurridizo. En primer lugar, nos insisten en que es uno de nuestros instintos más fuertes, por no decir el que más; en segundo lugar, plantean la verdad como un reencuentro entre la palabra y la cosa; la palabra porque es el medio de transporte y el pensamiento porque es el que posibilita el reencuentro. Y entre ambos elementos se produce, en tercer lugar, una especie de juego de presencia: las cosas se reflejan en el espejo del lenguaje para enviarse sus imágenes unas a otras y el pensamiento nombra, ordena, clasifica y da significación a esas imágenes en el lenguaje.
Todos somos filósofos, lo llevamos impreso en la piel, y desde Grecia se nos presentó la tarea de filosofar como el camino más corto para ser feliz; y desde Grecia nadie puede cerrar los ojos. Con pasión nos dejó dicho Epicuro que nadie deje de filosofar por ser joven o viejo. Esta Historia de la Filosofía para la vida cotidiana nos enseña a saber mirar en torno nuestro y constituye un gran ejercicio de amor al saber, que para los tiempos actuales no es poca tarea.
SIMÓN RABANAL CELADA