Olvidemos la tragedia
![[Img #27991]](upload/img/periodico/img_27991.jpg)
Este pasado fin de semana, me acerqué a una localidad de unos 850 habitantes de un país cercano con el fin de conocer tanto el pueblo como su entorno, que además sirve de puerta a una de las comarcas más características de la región.
Dando un paseo por sus calles, me llevé una desagradable sorpresa al encontrarme en una de sus plazas con un monumento de considerables dimensiones que sirve de homenaje a los miembros de una banda terrorista vinculados con el municipio. Tal fue mi sorpresa, que tuve que entrar a uno de los bares del pueblo a tomar algo y así hablar con las personas que lo frecuentaban, con el fin de conocer su opinión.
Para mi asombro, la mayor parte de los parroquianos ante mis preguntas insistían en la necesidad de olvidar, de enterrar el pasado, de no reabrir heridas, de pasar página y varios comentarios más que seguían en esta tónica. Encima de la barra del bar, había un ejemplar de un periódico nacional abierto por la sección de cultura donde un artículo de David Rieff con el título Cumplir con el deber de olvidar nos decía lo siguiente: “Para presentar el dilema de forma más cruda: la conmemoración puede ser aliada de la justicia, pero no es una amiga fiable de la paz, y el olvido sí puede serlo”. En una pequeña estantería, un libro de Javier Cercas de título El monarca de las sombras, nos quería hacer llegar una versión muy equidistante del conflicto, donde su versión de escritor parece intentar sustituir a los estudios de los historiadores y que sus familiares, claros vencedores de ese conflicto, lo fueron casi por casualidad. Para finalizar con las opiniones literarias, le pregunté a un hombre que estaba a mi lado de nombre Sebastiaan Faber su opinión sobre el libro de Andrés Trapiello Las armas y las letras. Sebastiaan me comentó que según Trapiello, “la literatura es lo contario a la política”, que los escritores que en el conflicto defendían abiertamente a los defensores de la democracia y la libertad eran unos radicales y los que defendían al fascismo lo eran casi por accidente, así como que Ramón J. Sender y Camilo José Cela podían haber intercambiado perfectamente sus posiciones. Incluso un dirigente del de un partido socialdemócrata de aquel país, que en el bar era conocido como señor X, me llegó a decir que de su boca no saldría una sola crítica contra la banda y que jamás olvidarían la labor de sus cabecillas. Muy cercano a esa persona, casi codo con codo, un dirigente del partido liberal o de centro como le gustaba decir, sentenciaba que durante la existencia de la banda se vivía “una situación de extraordinaria placidez”, incluso otro vecino que militaba en este mismo partido me dijo que muchas personas solo se acuerdan que tienen familiares asesinados por dicha banda armada cuando hay alguna subvención.
Bien, ahora si hacen el favor, les voy a pedir dos ejercicios. Uno, que cambien banda terrorista por Franquismo y que se sitúen en Castrocontrigo, un pueblo leonés que a día de hoy, sigue homenajeando a los que se situaron en el bando de los que no respetaron el resultado de las urnas de febrero de 1936 y dieron un golpe de estado con su consabido fracaso, dando lugar a la Guerra Civil. El segundo ejercicio, es que se imaginen un monumento al nazismo en Alemania, ¿son capaces?
Esta es la España que nos dejó la modélica Transición. Creo que es hora de leer las páginas antes de pasarlas. Quizá, si no hubieran fusilado o purgado a los maestros y maestras de la República, tendríamos más conocimientos sobre la historia. Aunque como cantó Barricada, “lo que entierran no son huesos, son las semillas que van creciendo”. Por eso hoy, las nietas y los nietos de las personas que vivieron aquello denunciamos sin atisbo de abandono los monumentos a la vergüenza como el de Castrocontrigo.
![[Img #27992]](upload/img/periodico/img_27992.jpg)
![[Img #27993]](upload/img/periodico/img_27993.jpg)
En ese monumento se puede leer ES GLORIOSO MORIR POR LA PATRIA y CASTROCONTRIGO, A SUS GLORIOSOS CAIDOS POR DÍOS Y POR ESPAÑA 1936-1939
Este pasado fin de semana, me acerqué a una localidad de unos 850 habitantes de un país cercano con el fin de conocer tanto el pueblo como su entorno, que además sirve de puerta a una de las comarcas más características de la región.
Dando un paseo por sus calles, me llevé una desagradable sorpresa al encontrarme en una de sus plazas con un monumento de considerables dimensiones que sirve de homenaje a los miembros de una banda terrorista vinculados con el municipio. Tal fue mi sorpresa, que tuve que entrar a uno de los bares del pueblo a tomar algo y así hablar con las personas que lo frecuentaban, con el fin de conocer su opinión.
Para mi asombro, la mayor parte de los parroquianos ante mis preguntas insistían en la necesidad de olvidar, de enterrar el pasado, de no reabrir heridas, de pasar página y varios comentarios más que seguían en esta tónica. Encima de la barra del bar, había un ejemplar de un periódico nacional abierto por la sección de cultura donde un artículo de David Rieff con el título Cumplir con el deber de olvidar nos decía lo siguiente: “Para presentar el dilema de forma más cruda: la conmemoración puede ser aliada de la justicia, pero no es una amiga fiable de la paz, y el olvido sí puede serlo”. En una pequeña estantería, un libro de Javier Cercas de título El monarca de las sombras, nos quería hacer llegar una versión muy equidistante del conflicto, donde su versión de escritor parece intentar sustituir a los estudios de los historiadores y que sus familiares, claros vencedores de ese conflicto, lo fueron casi por casualidad. Para finalizar con las opiniones literarias, le pregunté a un hombre que estaba a mi lado de nombre Sebastiaan Faber su opinión sobre el libro de Andrés Trapiello Las armas y las letras. Sebastiaan me comentó que según Trapiello, “la literatura es lo contario a la política”, que los escritores que en el conflicto defendían abiertamente a los defensores de la democracia y la libertad eran unos radicales y los que defendían al fascismo lo eran casi por accidente, así como que Ramón J. Sender y Camilo José Cela podían haber intercambiado perfectamente sus posiciones. Incluso un dirigente del de un partido socialdemócrata de aquel país, que en el bar era conocido como señor X, me llegó a decir que de su boca no saldría una sola crítica contra la banda y que jamás olvidarían la labor de sus cabecillas. Muy cercano a esa persona, casi codo con codo, un dirigente del partido liberal o de centro como le gustaba decir, sentenciaba que durante la existencia de la banda se vivía “una situación de extraordinaria placidez”, incluso otro vecino que militaba en este mismo partido me dijo que muchas personas solo se acuerdan que tienen familiares asesinados por dicha banda armada cuando hay alguna subvención.
Bien, ahora si hacen el favor, les voy a pedir dos ejercicios. Uno, que cambien banda terrorista por Franquismo y que se sitúen en Castrocontrigo, un pueblo leonés que a día de hoy, sigue homenajeando a los que se situaron en el bando de los que no respetaron el resultado de las urnas de febrero de 1936 y dieron un golpe de estado con su consabido fracaso, dando lugar a la Guerra Civil. El segundo ejercicio, es que se imaginen un monumento al nazismo en Alemania, ¿son capaces?
Esta es la España que nos dejó la modélica Transición. Creo que es hora de leer las páginas antes de pasarlas. Quizá, si no hubieran fusilado o purgado a los maestros y maestras de la República, tendríamos más conocimientos sobre la historia. Aunque como cantó Barricada, “lo que entierran no son huesos, son las semillas que van creciendo”. Por eso hoy, las nietas y los nietos de las personas que vivieron aquello denunciamos sin atisbo de abandono los monumentos a la vergüenza como el de Castrocontrigo.
En ese monumento se puede leer ES GLORIOSO MORIR POR LA PATRIA y CASTROCONTRIGO, A SUS GLORIOSOS CAIDOS POR DÍOS Y POR ESPAÑA 1936-1939