Marcos Carrascal Castillo (@M_CarrascalC)
Viernes, 21 de Abril de 2017

La vigencia de Villalar

 

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“1521, en abril para más señas», el ejército de los rebeldes castellanos es derrotado por Carlos I de España y V de Alemania. Aquel febril combate significó el fin de la nación castellana. A partir de aquel instante, Castilla se fundió en esa unión dinástica llamada España, que luego mutaría en un Estado. Ya se celebraba por aquellos años el Imperio español, en el que nunca se ponía el Sol. Tal vez, título demasiado osado para el país que esquilmó a Castilla para perpetrar los ambiciosos proyectos imperialistas de la nueva nación.

 

Los capítulos ulteriores son de sobra conocidos. El resultado de esta novela es un antiguo reino fracturado en comunidades autónomas que, sin embargo, a excepción de Madrid, comparten la amargura del despoblamiento. El 23 es el día del orgullo castellano, del día de conmemoración de un pasado honroso y de un presente desafiante. Es un día para reflexionar por qué los extintos reinos de Castilla y de León han perdido el debate identitario que, empero, ha vencido en otras regiones del Estado.

 

Isabel I fue la última monarca de Castilla y de los castellanos. Sus sucesores serían reyes de España, que apremiarían a Castilla a convertirse en el hormigón con el que compactar España. En este sacrificio, Castilla perdió su idiosincrasia. Tuvo que despedir su folclore, en virtud de la vertebración de una cultura española que maltrató a Castilla. Un ejemplo evidente es: ¿cuántos castellanos conocen la leyenda del Diablo Cojuelo o el mito de la paparrasolla?, ¿cuántas niñas y niños castellanos conocen las andanzas de Robin Hood e ignoran quién fue el Pernales?, ¿cuántos temas se decidan a estudiar movimientos artísticos foráneos, sin mencionarse el arte relicario leonés? 

 

Efectivamente: escribe un castellano enfadado. Un castellano que padece cómo los pueblos de sus padres disuelven su población en nichos y emigración. Un castellano nacido en Madrid que se siente orgulloso del 2 de mayo sin menoscabo del 23 de abril. Un castellano que escucha el redoble de los tambores de Padilla, Bravo y Maldonado.

 

Es Castilla un país enigmático, de pueblos amurallados y de castillos protegiendo a los fantasmas de la comarca. Es Castilla la madre del Cid, de Quijote, de Lazarillo y de los santos inocentes. Es Castilla compuesta por frescos viñedos glaucos en Burgos y vastos trigales amarillos en Salamanca. Es Castilla la custodia de los molinos de Ciudad Real, las colosales catedrales y los hidalgos palacios. Es Castilla el arquitecto del segundo idioma más hablado del mundo y el más genuino, sobrio y bello, fehaciente retrato de sus gentes. Es Castilla la patria de los comuneros.

 

No es casualidad que el día de los comuneros sea la fecha escogida por el sino para conmemorar la literatura universal. Castilla es una gran novela, que se gestó en el Alto Medievo. Los capítulos más célebres son los protagonizados por legendarios soberanos, héroes y santos de la primera mitad del segundo milenio de nuestra Era. Los últimos capítulos han mostrado cómo nuestro libro ha sido magullado. No obstante, todavía no se ha escrito el punto final; y no se escribirá hasta que muera nuestra cultura. Desde la oficina, la escuela, el taller, la universidad, el hospital, la tienda, los cultivos, los rebaños o las minas tenemos que continuar redactando ese libro. Siempre que quede el mínimo sentimiento de pertenencia a Castilla, Castilla no habrá muerto.

 

Finalmente, quisiera rendir un tributo a esos literatos que canonizaron en sus escritos a Castilla: los rastros orales juglarescos castellanos, el arcipreste de Hita, don Juan Manuel, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, fray Luis de León, Cervantes, Diego Hurtado de Mendoza —con y sin Lazarillo—, Lope de Vega, Quevedo, Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Bécquer, Galdós, los Machado, Arniches, Maeztu, Azorín, Delibes, Torrente Ballester y, sobre todo, aquel vasco que adoptó Castilla por patria: Unamuno. Y tantos que todavía no nos hemos sumergido en esa eterna pléyade del castellano y los que mi limitada mente no ha logrado verter en estas páginas.

 

¡Castilla, entera, se siente comunera!

 

Felicidades, castellanas. Felicidades, castellanos. Felicidades.  

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