Lidia Latiseva LLK
Jueves, 08 de Junio de 2017

Hidalgo

 

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Con mi amigo Paco, que también es mi peluquero, una vez al mes hablamos de cualquier cosa, porque Paco es un intelectual y un artista muy espiritual, que también tiene un oficio y dos hijos. Todo esto le permite mantener los pies muy bien plantados sobre la tierra, para volar ya tiene las cometas y las flechas, además de su imaginación.


 
Yo no soy de peluquería porque a mi pelo, típico de una eslava, le falta una capa de gelatina que no me permite llevar peinados, sólo el pelo. Pero en un momento decidí ponerle un toque de extravagancia imitando un teclado de piano. Una amiga me recomendó a Paco, no sólo porque es un peluquero, ya que en Astorga hay más, sino como una persona abierta y que no le va a extrañar que una señora entre 50 a 70 años quiera que el tinte de su pelo imite el teclado de un piano. A este ornamento en mi pelo le saqué mucho partido porque en esos momentos empecé a asistir en un curso de arte contemporáneo en el MUSAC y, calzada con un zapato blanco y otro negro del mismo modelo, me incorporé adecuadamente en la estética del Museo y su programación. Pero desde entonces ya han pasado 25 años. Lo extravagante es el hecho de que sigo yendo a la peluquería de Paco, aunque ya llevo sólo las canas, y seguimos hablando, como siempre, de todo. 

 

Me acuerdo muy bien cuando en alguna de mis primeras visitas empezamos a hablar de Portugal pasando por Saramago, Pessoa, siguiendo por Madredeus, Dulce Pontes y la lengua portuguesa, que Paco domina. Después ojeamos juntos la Divina Comedia de Dante ilustrada por Miguel Barceló, que los Reyes Magos habían traído a Paco aquel año, y él lo tenía en un enorme atril en la peluquería para poder disfrutarlo entre cliente y cliente.

 

En estos 25 años tocamos los temas más variados en nuestras conversaciones, a pesar de que Paco es muy discreto y nada charlatán ni dentro ni fuera de su sitio de trabajo. En mi última visita a su peluquería él sacó el tema sobre el fenómeno de ‘plantas pensantes’ que se comunican entre sí como si tuvieran cerebro. “Cerebro no” contesté con vehemencia sacando todo mi escepticismo sobre esta hipótesis que de momento sigue siendo sólo una abstracción. Si las plantas se comunican entre sí tienen que tener otras vías posibles de comunicación, pero no cerebro. Puede que sean redes de raíces o sus biocampos que interactúan, fenómenos que pertenecen todavía al campo de lo fantástico, pero son muy válidos para despertar un pensamiento creativo y recorrer los caminos nuevos en búsqueda de respuestas.

 

Tengo que reconocer que mi interés siempre se ha dirigido hacia el ser humano y su cerebro más que a la vida de las plantas u otros seres vivos, aunque todo esto me haya rodeado, pero entraba dentro de la misma poética de la vida que continuamente estaba presente.


Aunque no sé si las plantas se comunican entre sí,  si el ser humano quiere de algún modo comunicarse con ellas, aprovechando de su imagen para expresar sus sentimientos. Esto se acusa muy claro si analizamos el folclore de cualquier pueblo del mundo. Ahí las plantas hablan, cantan, agreden o consuelan. Las más bellas canciones rusas que hablan de amor casi siempre hablan de árboles. Un arce que ama y protege a una delicada abedul.  Una serbal que ama desesperadamente a un roble que crece por el otro lado del barranco y que nunca podrá juntarse con él. Una mujer enamorada pide a un cerezo que aconseje a su corazón cual de los hombres de los que está enamorada tiene que elegir. 

 

Y fuera del folclore, la literatura fantástica y la ciencia ficción, que hay sobre este tema, habla sobre las civilizaciones fitomórficas. 

 

Yo no tengo internet, pero tengo un cuarto con enciclopedias, diccionarios, monografías y un gran atril para poder apoyar los grandes tomos. Tengo también una biblioteca grande con una escalera para trepar por los libros, aunque esto de trepar es lo que peor llevo ahora. Entonces para la búsqueda elijo el camino de los libros. Es difícil buscando y atendiendo sólo información adquirir un conocimiento y no ser diletante en cualquier materia o en todas.

 

Ya en el siglo XIX el astrónomo francés Camille Flammarion, que se dedicó entre otras muchas parcelas a estudiar el Cosmos, consideró que los estudios sobre el Cosmos nos ayudan a expandir nuestra conciencia para comprender que el Universo es infinito también en el sentido cualitativo y que hay en él todavía muchos fenómenos sorprendentes y fantásticos. Este punto de vista nos puede impulsar a un pensamiento creativo y  ayudar a vencer el antropocentrismo reinante y no pensar que las leyes de nuestra biosfera terrestre son válidas para todo el Universo. El mismo Flammarion ya insinuó la existencia de posible civilizaciones de ‘plantas pensantes’.

 

El ser humano también necesita comunicarse con todo lo que le rodea. Mucho tiempo los procesos de pensamiento sólo se relacionaban con el cerebro humano, que ha alcanzado unos niveles de desarrollo y complicación inimaginables. Pero no se puede asegurar que la materia de nuestro cerebro sea el único sustrato que puede relacionarse con el pensamiento. 

 

Podemos imaginar que hay plantas que están integradas en un sistema que les permite comunicarse. Toda biosfera es una identidad y comprenderlo es nuestra obligación. 

 

A mí me llamó la atención que mucha gente tiene tal relación con ciertos ejemplares de árboles que hasta les dan un nombre propio. Esto es lo que le pasó a Hidalgo. El nombre de un olmo que yo conocí personalmente cuando hice el Camino de Santiago en el año 1987. Su sitio era una plazuela de la iglesia en el pueblo El Acebo. A Hidalgo se le veía desde el monte Irago. Su hermosa copa dominaba todo el pueblo y toda la vista. Cuando llegué a su lado yo tenía una gran penuria en el cuerpo y en el alma. De cerca él también era un gigante. El amo del pueblo y del paisaje. Bebí de la fuente de la misma plazuela y me tumbé encima de las raíces del árbol, en su sombra, escuchando susurros de sus hojas. Me parecía que sus raíces nos alimentaban a ambos. Medité sobre el gran sentido y gran servicio que hacen estos emblemáticos árboles y fuentes en las plazas de los pueblos de España a cualquier ser viviente que se acerca a ellos.

 

Hidalgo murió como miles de olmos en Europa, cuando en los años 90 les entró la grafiosis, la peste de estos árboles. Recé por él. “… muerte y horror desterrados, miseria y demonios huídos, leprososo y enfermos sanos…” Espero que Hidalgo haya muerto abrazado por Sitge Draoi, su driada que murió con él.

 

Ahora en su sitio crece un hermoso olivo. De Hidalgo queda su lápida que es  parte de su imponente tronco que se quedó incrustado en la tapia.

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