Un tiempo de promesas
![[Img #30586]](upload/img/periodico/img_30586.jpg)
Desde hace tiempo, desde las emigraciones y despoblaciones masivas y despiadadas de nuestro mundo rural, que todo lo llena de desolación y de abandono, solamente es el verano, el escaso tiempo comprendido entre los meses de julio y agosto, el momento en que nuestros pueblos se llenan de una cierta alegría y vitalidad, cuando los emigrantes vuelven a pasar sus días vacacionales.
En tales días, que en estos de ahora se inician, parece recuperarse una cierta dinámica que antaño era la habitual, con la presencia de niños y adolescentes, de voces, de juegos, de paseos en bicicleta, de reunión de las gentes en las calles y plazas de los pueblos, para departir de modo sosegado..., en definitiva, nuestros pueblos, lánguidos, vacíos y tan tristes a lo largo de todo el año, parecen volver a recuperar esa edad de oro que antaño, pese a pobrezas y no pocas privaciones, era su estado habitual.
Vuelve en estos días ese tiempo de promesas maravilloso, de recuperación de antiguas dinámicas. Y es un tiempo benéfico también, porque las gentes, tanto las que residen habitualmente en los pueblos, como quienes llegan de vacaciones a ellas, vuelven a cargar sus pilas (como se dice ahora), sueltan todo el lastre psíquico acumulado a lo largo del año y se renuevan y purifican.
Y esta es una función importantísima que siguen cumpliendo nuestros pueblos, la de favorecer y mantener esa sanidad mental de nuestras gentes, que, en este tiempo, tan urbano y veloz, han de sufrir no pocos reveses y sinsabores. Algo que se compensa con esa recompensa de los días anuales (aunque no sean muchos) que se vuelven a pasar en el pueblo, en la tierra natal, en el espacio primigenio, en el ámbito del origen.
Porque nuestros pueblos –para cada uno el suyo– son como verdaderas Ítacas a las que se anhela volver, para recuperar, aunque solo sea de modo pasajero, ese ámbito del origen que a cada uno nos da sentido.
Tiempo de verano. Tiempo de promesas. Tiempo de regreso cada cual a su Ítaca. Tiempo en el que volvemos a renovarnos, a purificarnos, a soltar todo ese lastre, toda esa cargazón anual, que, de no hacerlo, nos sumerge en lo tenebroso.
De ahí que hayamos de desear a todos que este tiempo de verano dé a cada uno de sí lo más posible, según los proyectos que se haya trazado (lecturas, reencuentros con sus paisanos, caminos por la naturaleza, visitas a los lugares próximos: museos, monumentos, espacios naturales...); porque es necesaria esta renovación, este rejuvenecimiento psíquico para todos.
Buen verano.
![[Img #30586]](upload/img/periodico/img_30586.jpg)
Desde hace tiempo, desde las emigraciones y despoblaciones masivas y despiadadas de nuestro mundo rural, que todo lo llena de desolación y de abandono, solamente es el verano, el escaso tiempo comprendido entre los meses de julio y agosto, el momento en que nuestros pueblos se llenan de una cierta alegría y vitalidad, cuando los emigrantes vuelven a pasar sus días vacacionales.
En tales días, que en estos de ahora se inician, parece recuperarse una cierta dinámica que antaño era la habitual, con la presencia de niños y adolescentes, de voces, de juegos, de paseos en bicicleta, de reunión de las gentes en las calles y plazas de los pueblos, para departir de modo sosegado..., en definitiva, nuestros pueblos, lánguidos, vacíos y tan tristes a lo largo de todo el año, parecen volver a recuperar esa edad de oro que antaño, pese a pobrezas y no pocas privaciones, era su estado habitual.
Vuelve en estos días ese tiempo de promesas maravilloso, de recuperación de antiguas dinámicas. Y es un tiempo benéfico también, porque las gentes, tanto las que residen habitualmente en los pueblos, como quienes llegan de vacaciones a ellas, vuelven a cargar sus pilas (como se dice ahora), sueltan todo el lastre psíquico acumulado a lo largo del año y se renuevan y purifican.
Y esta es una función importantísima que siguen cumpliendo nuestros pueblos, la de favorecer y mantener esa sanidad mental de nuestras gentes, que, en este tiempo, tan urbano y veloz, han de sufrir no pocos reveses y sinsabores. Algo que se compensa con esa recompensa de los días anuales (aunque no sean muchos) que se vuelven a pasar en el pueblo, en la tierra natal, en el espacio primigenio, en el ámbito del origen.
Porque nuestros pueblos –para cada uno el suyo– son como verdaderas Ítacas a las que se anhela volver, para recuperar, aunque solo sea de modo pasajero, ese ámbito del origen que a cada uno nos da sentido.
Tiempo de verano. Tiempo de promesas. Tiempo de regreso cada cual a su Ítaca. Tiempo en el que volvemos a renovarnos, a purificarnos, a soltar todo ese lastre, toda esa cargazón anual, que, de no hacerlo, nos sumerge en lo tenebroso.
De ahí que hayamos de desear a todos que este tiempo de verano dé a cada uno de sí lo más posible, según los proyectos que se haya trazado (lecturas, reencuentros con sus paisanos, caminos por la naturaleza, visitas a los lugares próximos: museos, monumentos, espacios naturales...); porque es necesaria esta renovación, este rejuvenecimiento psíquico para todos.
Buen verano.






