Noches de las luciérnagas
![[Img #30885]](upload/img/periodico/img_30885.jpg)
Uno de los ritos veraniegos y rurales que realizamos a lo largo del mes de julio es el de, una vez anochecido (y en julio tarda tanto en hacerlo), salir a descubrir y contemplar las luciérnagas, cuyo resplandor dura poco más de quince días, que se hallan dentro de este mes.
Cuando éramos niños, nuestro abuelo materno y nuestro padre nos las enseñaban y nos parecían fascinantes, pues realizábamos uno de los descubrimientos de la naturaleza que más nos llamaran la atención. En un momento dado, ellos cogían alguna y la depositaban en el cuenco de nuestra mano. Y la recibíamos con un temblor no exento de miedo; pues, acaso, ya desde niños, percibíamos intuitivamente que aquellos insectos luminosos formaban parte del misterio en el que todos estábamos y estamos.
Ya de adultos, cada verano, a lo largo de las noches de julio en que salimos a contemplar las luciérnagas, realizamos un pequeño rito particular e íntimo. Y es que cada una de las luciérnagas que vamos contemplando la ofrecemos, mentalmente, para que le vaya bien a lo largo de todo el año a una de las personas a las que queremos.
Noches de las luciérnagas. Ritos de las luciérnagas. Celebraciones íntimas de los inicios de las noches de julio en que salimos a contemplar los ‘luceros’, pues así los llamábamos de niños, porque era el nombre que en nuestra localidad natal recibían.
Y, en tal contemplación, hay también, implícito, un rito de la memoria. Pues, al descubrir cada una de las luciérnagas (hay noches que llegamos a descubrir hasta unas quince, todo un récord), acuden hasta nuestro corazón, hasta esa memoria cordial y afectiva, viva en cada uno de nosotros, las figuras de nuestro abuelo y de nuestro padre, de cada uno de nuestros seres queridos que ya no están aquí; como si en la luz, en el brillo de cada una de las luciérnagas, acudieran hasta nosotros, se nos hicieran presentes.
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Uno de los ritos veraniegos y rurales que realizamos a lo largo del mes de julio es el de, una vez anochecido (y en julio tarda tanto en hacerlo), salir a descubrir y contemplar las luciérnagas, cuyo resplandor dura poco más de quince días, que se hallan dentro de este mes.
Cuando éramos niños, nuestro abuelo materno y nuestro padre nos las enseñaban y nos parecían fascinantes, pues realizábamos uno de los descubrimientos de la naturaleza que más nos llamaran la atención. En un momento dado, ellos cogían alguna y la depositaban en el cuenco de nuestra mano. Y la recibíamos con un temblor no exento de miedo; pues, acaso, ya desde niños, percibíamos intuitivamente que aquellos insectos luminosos formaban parte del misterio en el que todos estábamos y estamos.
Ya de adultos, cada verano, a lo largo de las noches de julio en que salimos a contemplar las luciérnagas, realizamos un pequeño rito particular e íntimo. Y es que cada una de las luciérnagas que vamos contemplando la ofrecemos, mentalmente, para que le vaya bien a lo largo de todo el año a una de las personas a las que queremos.
Noches de las luciérnagas. Ritos de las luciérnagas. Celebraciones íntimas de los inicios de las noches de julio en que salimos a contemplar los ‘luceros’, pues así los llamábamos de niños, porque era el nombre que en nuestra localidad natal recibían.
Y, en tal contemplación, hay también, implícito, un rito de la memoria. Pues, al descubrir cada una de las luciérnagas (hay noches que llegamos a descubrir hasta unas quince, todo un récord), acuden hasta nuestro corazón, hasta esa memoria cordial y afectiva, viva en cada uno de nosotros, las figuras de nuestro abuelo y de nuestro padre, de cada uno de nuestros seres queridos que ya no están aquí; como si en la luz, en el brillo de cada una de las luciérnagas, acudieran hasta nosotros, se nos hicieran presentes.






