Un día en la vida de Astúrica Augusta
![[Img #31029]](upload/img/periodico/img_31029.jpg)
Comenzó la conferencia del profesor de Historia, Emilio Campomanes 'Un día en la vida de Astúrica Augusta', que debió de ser parecida a la de cualquier ciudad romana del siglo primero. La cosa del día comienza bien de madrugada, con el canto del gayo, en desayuno frugal, pan seco, tortas, fruta, vino, y queso. Enseguida arrancaban su actividad campestre, artesanal o comerciante. Las clases pudientes trabajaban hasta media mañana en sus propias casas, recibiendo gentes, y a partir del medio día se trasladabna al foro, centro político, religioso y de gobierno de la ciudad de Astúrica.
La comida también era muy frugal, un tentempié en torno a las 11 o las 12 del medio día. Era muy frecuente comer en la calle en los puestos callejeros. Tenían los asturicenses una costumbre que hemos heredado de ellos que es la siesta (el nombre procede de la hora sesta).
Según avanzaba la tarde veríamos a las gentes salir de las casas en dirección a los baños públicos, los más pobres irían a los baños de la muralla, los más acaudalados a las termas mayores en el centro de la ciudad. Era un lugar de recreo y de esparcimiento a precios muy populares (un as o medio as). Los astorganos y las astorganas, en diferentes horarios, con discriminación de sexos, charlaban, jugaban y se ejercitaban en la palestra adosada. Unos se bañaban, otras jugaban al ‘calculi’ o a la ‘teserae’, otros se esparcirían en la palestra ejercitando los músculos del cuerpo o lanzando la jabalina. A veces en mitad de la partida llegaba el turno del cambio y los hombres o las mujeres tenían que suspender la partida.
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Los menos pudientes, la mayoría, abandonaban las termas aún con la luz del día y volvían a sus casas a hacer la refracción más importante del día, la que diríamos cena. A la luz del día para ahorrarse el gasto en los aceites de las lámparas. Los más pudientes pudieron permitirse el lujo de cenar de noche, no digamos a dos velas.
A continuación se centró en la vida privada de las mujeres. Las mujeres vivían atrás de la casa, en el gineceo. La parte delantera de la casa, la que da a la calle era la más pública, donde se recibía a los visitantes, la mujer se hallaba atrás del todo, en una vida recogida, familiar, retirada de la calle. Al banquete de la noche de la ‘Domus de los denarios’ asistieron los amigos del tribuno con los que de mañana había hecho tratos o dirimido en el foro cuestiones de índole política; solamente la mujer del anfitrión estuvo presente al comienzo de la cena, para retirarse luego al dormitorio, con cama, baúl y una pequeña mesita para realizar tareas diversas. En el centro un brasero de bronce.
Las mujeres, con un sentido del pudor extremo, aparecían públicamente totalmente cubiertas, mostrando solamente la cabeza y las sandalias. El peinado era complejo y las mujeres casadas tenían que cubrirlo con una especie de velo que lo cubría y lo mostraba a un tiempo.
El romano era un ser callejero que vivía mucho en la calle, comía en la calle, deambulaba en la calle, negociaba y comerciaba en la rúa. Esas calles eran de grava compactada, a excepción del ‘decumano’. Eran bullicio puro, abundantes de comercios, tintorerías, lavanderías, es curioso que estuvieran llenas de grafitis con motivos parecidos a los actuales, la diferencia es que entonces no se borraban y se iban acumulando unos sobre otros. Los había con tintes electoralistas, solicitando el voto. El equivalente a los líderes futbolísticos de hoy eran los gladiadores, una especie de estrellas locales y por ellos o en afán de animarles para la próxima contienda se rotulaban algunas de las paredes. También habría mensajes amorosos: “te ruego mi señora que me ames” o “enfermo de amor, quemado por una miel ardiente…” o “Niquerato vanidosa mamoma, que te amas con Felición y le metes por tu puerta”. Muchos otros eran escatológicos como “Encolpius hic bene cacabit”; un tal Diógenes decía que “si comer en el ágora no era indecente tampoco lo sería el descomer”, o los típicos ‘priapeos’ que todavía abundan en nuestros retretes: “Pedicabo ego vos et irrumabo, Aureli pathice et cinaede Furi…”
La comunicación de Emilio Campomanes transcurrió por temáticas diversas. Las comidas y las bebidas, las salazones y las ostras, las más grandes se comían en Astúrica, signo de riqueza. Supimos que las familias bien de Astorga bebían los mejores vinos del mundo, vinos de Tarragona y del ‘midi’ francés, vinos de la Bética, pero también de los mejores de la Campania, de Falerno, de Sorrento y lo más de lo más, el tope de la distinción, vinos griegos de Rodas y de Quíos. También abordó los protocolos de los invitados deshaciendo muchos de los prejuicios transmitidos por el cine, los tipos de bares y de tabernas y lo que se podía beber, comer, jugar y hasta gozar en ellos.
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Y así en solaz transcurría la tarde y entraban en la noche, hora de la cena y de la conversación distendida y acompañada de vinos más o menos aguados según fuera el propósito del cenáculo. Hasta la hora de acostarse y cada quien con su mochuelo.
Comenzó la conferencia del profesor de Historia, Emilio Campomanes 'Un día en la vida de Astúrica Augusta', que debió de ser parecida a la de cualquier ciudad romana del siglo primero. La cosa del día comienza bien de madrugada, con el canto del gayo, en desayuno frugal, pan seco, tortas, fruta, vino, y queso. Enseguida arrancaban su actividad campestre, artesanal o comerciante. Las clases pudientes trabajaban hasta media mañana en sus propias casas, recibiendo gentes, y a partir del medio día se trasladabna al foro, centro político, religioso y de gobierno de la ciudad de Astúrica.
La comida también era muy frugal, un tentempié en torno a las 11 o las 12 del medio día. Era muy frecuente comer en la calle en los puestos callejeros. Tenían los asturicenses una costumbre que hemos heredado de ellos que es la siesta (el nombre procede de la hora sesta).
Según avanzaba la tarde veríamos a las gentes salir de las casas en dirección a los baños públicos, los más pobres irían a los baños de la muralla, los más acaudalados a las termas mayores en el centro de la ciudad. Era un lugar de recreo y de esparcimiento a precios muy populares (un as o medio as). Los astorganos y las astorganas, en diferentes horarios, con discriminación de sexos, charlaban, jugaban y se ejercitaban en la palestra adosada. Unos se bañaban, otras jugaban al ‘calculi’ o a la ‘teserae’, otros se esparcirían en la palestra ejercitando los músculos del cuerpo o lanzando la jabalina. A veces en mitad de la partida llegaba el turno del cambio y los hombres o las mujeres tenían que suspender la partida.
Los menos pudientes, la mayoría, abandonaban las termas aún con la luz del día y volvían a sus casas a hacer la refracción más importante del día, la que diríamos cena. A la luz del día para ahorrarse el gasto en los aceites de las lámparas. Los más pudientes pudieron permitirse el lujo de cenar de noche, no digamos a dos velas.
A continuación se centró en la vida privada de las mujeres. Las mujeres vivían atrás de la casa, en el gineceo. La parte delantera de la casa, la que da a la calle era la más pública, donde se recibía a los visitantes, la mujer se hallaba atrás del todo, en una vida recogida, familiar, retirada de la calle. Al banquete de la noche de la ‘Domus de los denarios’ asistieron los amigos del tribuno con los que de mañana había hecho tratos o dirimido en el foro cuestiones de índole política; solamente la mujer del anfitrión estuvo presente al comienzo de la cena, para retirarse luego al dormitorio, con cama, baúl y una pequeña mesita para realizar tareas diversas. En el centro un brasero de bronce.
Las mujeres, con un sentido del pudor extremo, aparecían públicamente totalmente cubiertas, mostrando solamente la cabeza y las sandalias. El peinado era complejo y las mujeres casadas tenían que cubrirlo con una especie de velo que lo cubría y lo mostraba a un tiempo.
El romano era un ser callejero que vivía mucho en la calle, comía en la calle, deambulaba en la calle, negociaba y comerciaba en la rúa. Esas calles eran de grava compactada, a excepción del ‘decumano’. Eran bullicio puro, abundantes de comercios, tintorerías, lavanderías, es curioso que estuvieran llenas de grafitis con motivos parecidos a los actuales, la diferencia es que entonces no se borraban y se iban acumulando unos sobre otros. Los había con tintes electoralistas, solicitando el voto. El equivalente a los líderes futbolísticos de hoy eran los gladiadores, una especie de estrellas locales y por ellos o en afán de animarles para la próxima contienda se rotulaban algunas de las paredes. También habría mensajes amorosos: “te ruego mi señora que me ames” o “enfermo de amor, quemado por una miel ardiente…” o “Niquerato vanidosa mamoma, que te amas con Felición y le metes por tu puerta”. Muchos otros eran escatológicos como “Encolpius hic bene cacabit”; un tal Diógenes decía que “si comer en el ágora no era indecente tampoco lo sería el descomer”, o los típicos ‘priapeos’ que todavía abundan en nuestros retretes: “Pedicabo ego vos et irrumabo, Aureli pathice et cinaede Furi…”
La comunicación de Emilio Campomanes transcurrió por temáticas diversas. Las comidas y las bebidas, las salazones y las ostras, las más grandes se comían en Astúrica, signo de riqueza. Supimos que las familias bien de Astorga bebían los mejores vinos del mundo, vinos de Tarragona y del ‘midi’ francés, vinos de la Bética, pero también de los mejores de la Campania, de Falerno, de Sorrento y lo más de lo más, el tope de la distinción, vinos griegos de Rodas y de Quíos. También abordó los protocolos de los invitados deshaciendo muchos de los prejuicios transmitidos por el cine, los tipos de bares y de tabernas y lo que se podía beber, comer, jugar y hasta gozar en ellos.
Y así en solaz transcurría la tarde y entraban en la noche, hora de la cena y de la conversación distendida y acompañada de vinos más o menos aguados según fuera el propósito del cenáculo. Hasta la hora de acostarse y cada quien con su mochuelo.