Mercedes Unzeta
Jueves, 17 de Agosto de 2017

Mi padre Ricardo Gullón (por Germán Gullón)

En este retazo sobre Ricardo Gullón visto por su hijo, Mercedes Unzeta deja hablar sin interferencias a Germán Gullón. Con esta aproximación a la esencia del pensamiento del crítico astorgano, Unzeta pone punto final a los artículos dedicados al escritor y a su hijo, quien ha vuelto a Astorga para poner en valor a ese gran desconocido del público astorgano a través del congreso internacional celebrado el 17 y 18 de agosto de 2017.

 

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Mi padre termina el bachillerato a los 14 años y entonces su padre le manda a Francia, tres años, a estudiar francés.

 

Vuelve con 17 años y empieza la carrera de Derecho en la Universidad de Madrid. No le interesaba nada el Derecho pero su carrera en ese campo era de obligado cumplimiento ya que su padre se dedicaba a las leyes y en aquella época las profesiones se heredaban.

 

En Santander lee, con una traductora, a Joyce, a Virginia Woolf… todos los escritores ingleses, y escribe, en 1954, un libro: La Novela Inglesa Contemporánea. Otro libro de esa época es el de Goya y el arte abstracto que publica en 1955. Es un libro excelente donde ya hace una propuesta que a mí me encanta, y es que empieza hablando de cómo Baudelaire eran dos, uno era el crítico de arte y otro era el poeta y que no se pueden separar. Que un poeta que no piensa sobre su poesía no es poeta, es versificador. Un artista, un pintor, que no piensa sobre su obra, sobre el color, sobre la luz, sobre… no es un artista, es simplemente un tío que pinta, no es un pintor. En 1949 había publicado La poesía de Jorge Guillén. Guillén era, en poesía, el hombre que rompe toda la retórica del pasado, o sea, tú lees el Cántico de Guillén y es exactamente eso, un cántico a la lengua española y al decir plano y simple. Esas líneas mi padre va a seguirlas toda su vida. Son las líneas sobre las que toda su obra ha avanzado: que la poesía tiene que ser una poesía que dice algo claramente, como la de Guillén que es, en cierta manera, el continuador de Juan Ramón. El gran Juan Ramón es el que le da la pauta a Guillén para empezar con este tipo de poesía.

 

Mi padre escribió bastante sobre Juan Ramón Jiménez. Yo tengo una carta en la que JRJ escribe a mi padre y le dice ¿por qué no viene usted a ayudarme? Mi padre era fiscal pero pide una excedencia, coge los trastos, y se va y escribe Conversaciones con Juan Ramón Jiménez, y da clases en la Universidad de Puerto Rico. A pesar de lo difícil que era JRJ mi padre se llevaba de maravilla con él y con Zenobia.

 

En el arte, mi padre descubre al pintor impresionista asturiano Darío de Regoyos, y al escultor madrileño Ángel Ferrant. Tiene artículos sobre Ángel Ferrant, que nadie lo conoce en España. Ganador del premio de Venecia de escultura es un escultor de primerísimo orden en todo el mundo menos en España. Mi padre entendía que había dos genios en aquella época que eran Picasso y Miró. Mientras que en España decían ¿Picasso? Es que Picasso pinta demasiado. Siempre está pintando, pero ¿por qué pinta tanto…? pues porque era un genio. Eso todo está en el libro de mi padre.  

 

 

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Luego mi padre se va a Puerto Rico en el 1956 y trabaja con Juan Ramón. Juan Ramón es precisamente la persona que le asegura que el problema de la poesía española es que muchos poetas siguen todavía en esa línea de un verbo muy poco exacto, “Inteligencia dame el nombre exacto de las cosas”, que dice Juan Ramón. Eso no estaba en el ADN de la poesía española, sí en la de algunos grandes como Juan Ramón, o Guillén o Salinas

 

 

Qué piensa un escritor sobre su propia creación

 

Ya desde muy joven, cuando mi padre empieza a escribir y se dedica a Baudelaire, siempre quería encontrar el porqué los escritores, los creadores, pensaban de determinada manera. Es decir, lo que es muy importante es cómo piensa un escritor sobre su propia creación, si reflexiona o no. Hay mucha gente que escribe bien pero no son creadores, Un creador es el que piensa cómo, con ese instrumento que tiene, si lo tiene, como lo tiene Merino, por ejemplo, o  Juan Pedro Aparicio, que escriben muy bien y tienen un instrumento verbal estupendo, cómo pienso yo que voy a hacer de la materia de nuestra vida de hoy, de nuestro mundo, voy a hacer una novela o voy a hacer un libro de poesías. Eso significa ser creador.

 

Mi padre creía que el fondo y la forma eran lo mismo, que estaban unidos. Decía: “Lo esencial es la experiencia que se crea y no la experiencia que se vive. La materia real social se convierte en sustancia artística gracias a la forma, la forma a su vez depende del estilo y el estilo se asocia con la época”. El libro sobre Machado es exactamente cómo la materia se convierte en sustancia. Cómo la materia de los sentimientos, de las percepciones, se hace sustancia poética.

 

Llega a EEUU de profesor y, en aquel momento, está surgiendo una corriente de un famoso lingüista que se llama Roman Jakobson, un ruso que cambia toda la lingüística. Mi padre trabaja con él en la Universidad de Texas, y con su mujer, y le reafirma que todo eso de Baudelaire de la inteligencia todo eso… eso es el arte moderno.

 

En el año 1967 vamos mi padre y yo a Puerto Rico. El iba a dar unas conferencias y me llevó a mí. Entonces compramos un libro, compramos dos ejemplares y esto fue precioso. Era Cien años de Soledad. Por la noche, recuerdo que me dolían las muelas y mi padre me ponía el pantalón de mi pijama, el esquijama, por la cabeza y tiraba. Al día siguiente fuimos al dentista. Pero recuerdo muy bien que yo no entendía nada de Cien años de Soledad. Y mi padre, mientras leía, exclamaba: “genial”, “genial”, “qué cosa”, “qué libro”. Y yo le decía: “papá yo no entiendo nada”. En un momento dado me explicó: “claro, es que tú no has leído a Borges, no has leído a Juan Rulfo, no has leído a Arreola, no has leído a Cortázar...”. Yo veía a mi padre en la cama de al lado disfrutando y yo no entendía nada, y yo tenía el mismo libro en la mano y él comentaba: “pero este Buendía, si esto es…” y me decía “recuerda esto…”  

 

 

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¿Por qué era tan genial? Porque García Márquez había mezclado la forma, la historia de Colombia, las fábulas de los dictadores, todo esto ¡guag! Había hecho una sustancia que antes no existía, y eso es el arte. Pero lo interesante era cómo él me decía: “hijo cuando tú leas a todos…” Y yo después cuando fui profesor de literatura hispanoamericana y leí a Rulfo, leí a Borges, bueno Borges fue profesor mío, el peor profesor que he tenido nunca, y a todos, y de repente yo entendía, claro, igual que él. Porque  ¿quién en España podía entender bien Cien años de soledad sin haber leído un poco toda la literatura sobre la dictadura en América Latina?

 

Y luego mi padre escribió uno de los libros más bonitos que yo he leído nunca: El arte de Gabriel García Márquez, es un libro… nada, es un folleto. Lo escribió porque una profesora de Puerto Rico, que editaba una revista muy popular en América latina que se llamaba Sin Nombre, le dijo: “pero Ricardo, pon en papel el porqué te gusta tanto” y entonces mi padre fue y lo escribió también ‘así’ (chasquido de dedos). Y me decía mi padre entusiasmado: “¡Esto es! Ahí ves la materia”.

 

Cuando escribe sobre el arte abstracto de Goya él se da cuenta de que en la abstracción había algo que no funcionaba. Que Goya es un genio, como Picasso, y que hay algo en ellos que puede resultar abstracto pero que cuando lo empiezas a mirar se concreta. Por ejemplo, yo he ido a clase y me han dicho de las Demoiselles de D’Avignon de Picasso “esto no se entiende”. Mi padre dice: “esto es un burdel y aquí hay dos mirones que son los clientes del burdel, y esto es lo que pinta Picasso”. Pero claro es mucho más bonito decir bueno, “esto no se entiende”, esta cara que tiene esta puta no parece una mujer, el otro está mirando así, con un ojo así. Entonces él se da cuenta de que lo que ha ido estudiando, y no es el único en España, pero uno de los pocos, se da cuenta de que eso es lo que en EEUU se considera la esencia del arte moderno, en poesía, en prosa y en pintura.

 

 

Baudelaire, Flaubert y Henry James

 

Entonces todo lo que lee es para acumular saber sobre eso. ¿Por qué le gusta tanto Henry James?, porque Henry James es: Baudelaire, Flaubert y Henry James, son lo mismo. Son los tíos que están cambiando el arte de la prosa en Europa. ¿Por qué le gusta mucho Galdós? Pues le gusta porque Galdós es un tío que todavía hoy en España no se sabe bien la genialidad que tenía. El escribe una novela que se llama El amigo manso donde empieza que el personaje sale de la gota de la tinta y que al final vuelve el manso a la tinta. Entonces, claro, El amigo manso es tal genialidad que tuvo dos o tres reseñas porque nadie sabía cómo se comía eso. Sólo Unamuno vuelve después y escribe Niebla porque dice, anda esto ya Galdós lo ha hecho, la novela de acción interior. Es decir Galdós escribe, publica en 1882, una novela de acción interior, y la crítica no se entera.

 

Eso es la tragedia de nuestros grandes artistas. Juan Ramón se va a Maryland y Puerto Rico, Picasso a París, Galdós incomprendido…

 

Mi padre abrió una importante ventana en este país al mundo anglosajón. Siempre estaba ofreciendo, publicando y trayendo artículos sobre autores que aquí eran poco conocidos, primero, porque en España nunca ha habido muchos lectores en lenguas extranjeras, y segundo, cuando mi padre escribe todo esto España está unida por el ombligo a Francia, no al mundo anglosajón. El mundo anglosajón ha venido luego con la moda de New York y todo eso.

 

A su vuelta a España mi padre se inserta muy bien, sobre todo con los amigos, y empieza a escribir un tipo de libros más sencillos, menos teóricos, más biográficos, por ejemplo escribió el precioso libro de La juventud de Leopoldo Panero, que es un libro que escribió, yo creo, en una semana o menos porque le salía lo de su primo a quien había querido tanto.

 

 

Mi padre adoraba a su padre

 

Creo que lo más importante de mi padre, la lección quizás más importante que yo aprendí de él, es que mi padre adoraba a su padre, a Germán Gullón. Era una cosa… yo no he querido a mi padre como él a su padre, ni he conocido a nadie que tuviera esa ligazón con su padre como mi padre.

 

 

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Mi abuelo tenía una importante biblioteca. Estaba suscrito a muchos periódicos. Cortaba los artículos más importantes, hacía con los recortes libros y se los mandaba a mi padre para que los leyera. Fíjate qué maravilla poder tener todo eso. Una de las partes más importantes de mi padre, que yo he heredado gracias a él, si no no lo hubiera tenido, y lo tenía mi abuelo Germán en Astorga, era cómo se informa uno en la vida. Ahora ya sabemos todos cómo nos informamos, a través de internet y tal, pero entonces ¿cómo te informabas?

 

Mi padre siempre estaba leyendo revistas especializadas, en la mesilla de noche siempre tenía tres, siempre estaba al día, en cuanto a literatura, a poesía, teatro, a cine… a él le apasionó al final el cine.

 

Mi abuelo era un institucionista, creía en que en el mundo la gente mejora a través de la educación, y que tenías que vivir en armonía con la gente de tu alrededor. Eso le marcó a mi padre, pero quizás lo que más le marcó de mi abuelo era algo que mi padre me repetía a mí con frecuencia, me decía: “mira hijo, en la vida lo más importante no es la recompensa es lo que tu disfrutes haciendo”.

 

Y mi padre lo tenía muy claro: que su vida era un placer porque podía dedicarse a lo que le gustaba. A él le daba igual no ser reconocido en España con tal de poder ir a Chicago a escuchar música, o poder ir a los museos. Él por ejemplo, en Madrid, iba todos los días al museo del Prado, “vamos un ratillo ahora que no hay nadie y nos damos un paseo rápido”, me proponía. Siempre quería ir a ver a Goya, “esto es España”, decía. Y, nada, media horilla y nos íbamos corriendo. Y eso era su vida.  Él no vivía más que para eso.

 

El reconocimiento y los premios se los dieron a los ochenta y pico años.

 

 

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