Un tiempo de huracanes
![[Img #32161]](upload/img/periodico/img_32161.jpg)
Parecería que habitamos un tiempo de devastaciones. No solo son esos huracanes atlánticos, que arrasan con todo lo que encuentran y vuelan tejados, derriban grúas y, lo que es peor, siegan las vidas de las gentes, con esa fuerza ciega de los fenómenos naturales, incontrolados, de momento y quién sabe si por siempre, por el ser humano.
Son otros huracanes más simbólicos y de muy diversos tipos los que están arrasando con los sentidos –si es que aún nos quedan– de este tiempo precario que nos ha tocado vivir.
Porque vivimos en un tiempo lleno de devastaciones, de recortes y destrucciones de eso que hace no tantos años se llamaba –acaso con no poco eufemismo– el bienestar social. Un tiempo que, frente a cualquier concordia, da prestigio a la discordia; frente a cualquier acuerdo, hace primar siempre el desacuerdo. Un tiempo de continuos ataques y continuos saqueos a eso que llamamos el bien común, tan desatendido por desgracia.
Un tiempo de callejones sin salida, de choques de trenes, de disensos frente a cualquier consenso. Un tiempo, en definitiva, en el que parecería que se prefiere el caos a cualquier sentido del cosmos, al que toda sociedad debería tender.
Y así nos va. Pero Europa, nuestra cultura, nuestra civilización, dispone de herramientas para profundizar en ese cosmos que trazaron ya, a lo largo de nuestra historia, nuestros humanistas, ilustrados, románticos y utópicos de todo tipo, que han ido configurando esa aportación europea al mundo, marcada por el humanismo, los derechos humanos y civiles, los grandes valores de la revolución francesa (libertad, igualdad, fraternidad)…
En fin, aportaciones muy valiosas todas ellas y aún y siempre vigentes, para configurar un cierto sentido de cosmos, que, en cada momento tiene sus peculiaridades; y para neutralizar tantos y tantos huracanes como nos sacuden y destruyen todos aquellos logros que vamos configurando y consolidando.
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Parecería que habitamos un tiempo de devastaciones. No solo son esos huracanes atlánticos, que arrasan con todo lo que encuentran y vuelan tejados, derriban grúas y, lo que es peor, siegan las vidas de las gentes, con esa fuerza ciega de los fenómenos naturales, incontrolados, de momento y quién sabe si por siempre, por el ser humano.
Son otros huracanes más simbólicos y de muy diversos tipos los que están arrasando con los sentidos –si es que aún nos quedan– de este tiempo precario que nos ha tocado vivir.
Porque vivimos en un tiempo lleno de devastaciones, de recortes y destrucciones de eso que hace no tantos años se llamaba –acaso con no poco eufemismo– el bienestar social. Un tiempo que, frente a cualquier concordia, da prestigio a la discordia; frente a cualquier acuerdo, hace primar siempre el desacuerdo. Un tiempo de continuos ataques y continuos saqueos a eso que llamamos el bien común, tan desatendido por desgracia.
Un tiempo de callejones sin salida, de choques de trenes, de disensos frente a cualquier consenso. Un tiempo, en definitiva, en el que parecería que se prefiere el caos a cualquier sentido del cosmos, al que toda sociedad debería tender.
Y así nos va. Pero Europa, nuestra cultura, nuestra civilización, dispone de herramientas para profundizar en ese cosmos que trazaron ya, a lo largo de nuestra historia, nuestros humanistas, ilustrados, románticos y utópicos de todo tipo, que han ido configurando esa aportación europea al mundo, marcada por el humanismo, los derechos humanos y civiles, los grandes valores de la revolución francesa (libertad, igualdad, fraternidad)…
En fin, aportaciones muy valiosas todas ellas y aún y siempre vigentes, para configurar un cierto sentido de cosmos, que, en cada momento tiene sus peculiaridades; y para neutralizar tantos y tantos huracanes como nos sacuden y destruyen todos aquellos logros que vamos configurando y consolidando.






