Ángel Alonso Carracedo
Jueves, 21 de Septiembre de 2017

Corazones en piedra

 

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Al morir, el recuerdo entre los nuestros se suele sellar con una lápida en la tumba. La mayoría recogen el nombre y el periodo de años vividos y, aunque no es muy común, también, deja acta un epitafio que resume en unas pocas palabras bien cinceladas la filosofía de toda una vida.  Hay epígrafes para todos los gustos y algunos son celebrados como auténticas creaciones literarias. ¿Quieren un ejemplo? Puede valer este, el de Lord Byron a su perro: Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin vanidad, y tuvo las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos.

 

Estos testimonios son corazones en piedra que expresan amor y recuerdos, aunque en algunos se destile algo de desamor con mucho de perdón y alguna que otra venganza, sazonada con fina ironía y un toque de humor en lugar tan herético para este menester como el cementerio. Ya saben, eso de genio y figura…hasta la sepultura. Letras que se sustentan sobre un elemento resistente porque esa última despedida es para siempre, sin posibilidad de nueva bienvenida. Han de sugerir en este mundo de vivos la eternidad abstracta que nos promete la muerte física.

 

A los hombres ilustres, se les evoca con otras placas, losas o mármoles en un rincón de las calles de la ciudad en que vivieron, o en las casas que nacieron o fallecieron, o donde se inspiraron en la creación de una obra magna. Son también corazones en piedra de un paisaje y paisanaje agradecido a esa majestad que inocularon a su mundo más próximo, gran ciudad o pequeño pueblo. Son riqueza y esplendor que perdura tras la cita con la parca.

 

Astorga es ciudad, afortunadamente, de varios ejemplos de personajes que han magnificado el lustre de una urbe con pasado de nutridas excelencias. Tierra de tranquilos silencios que mueven a la inspiración creativa, de claroscuros naturales en amaneceres y ocasos que llaman a la meditación y de rincones luminosos o umbríos que enaltecen el espíritu, no es extraño que sea cuna, aposento y tumba de poetas, literatos y una paleta variada de otros artistas y sus artes.

 

Muchos de ellos tienen el reconocimiento en forma de ese corazón en piedra de la lapida evocadora, que es el pálpito de una obra que sobrevive a las muertes de sus inspiradores. Sobrecoge, sin embargo, la rápida aplicación del refrán ese del muerto al hoyo y el vivo al bollo. La propensión a olvidarse del legado y del legatario. 

 

Por mucho que duela, resultan incomprensibles los años de olvido de Leopoldo Panero (o de su hermano Juan, aún pendiente de rehabilitación poética). Insultante la decapitación de su estatua y su clandestinidad en oscuros y recónditos rincones, auténticas prisiones del recuerdo. Censurable el abandono ruinoso de una casa por la que transitó lo más granado de una cultura de posguerra que batía con poderosa imaginación las sinrazones de una dictadura. Todo ello, a lo mejor, porque una película fruto de los sarampiones de la libertad recobrada, configuró un esperpento familiar. El tiempo y la inteligencia de la rectificación han puesto las cosas en su sitio.

 

Otro modelo de desmemoria hacia el intelectual por razones espurias ha sido el de Ricardo Gullón. Nuevamente tarde, pero siempre mejor que nunca, ha recibido el reconocimiento de su obra y trayectoria con su recuerdo el pasado verano, a través de unas jornadas monográficas y el descubrimiento del corazón en piedra de su lápida en el salón de plenos del ayuntamiento.

 

En un lacerante ostracismo queda todavía el paso por Astorga de Concha Espina, con la vivienda, en la que alumbró la universal Esfinge Maragata, en una ruina casi más fruto de la abulia que de los deterioros del paso del tiempo en total dejadez. Ahí queda como anclaje de una resistencia numantina el corazón en piedra de la lápida evocadora de su fructífera estancia. Dado por muerto ese inmueble, trasplántese ya el vestigio de esa víscera al patrimonio cultural de Astorga, que bien lo merece.

 

Algunos de esos corazones en piedra pasan desapercibidos, pero si se miran no puede escapar la aspereza de un nuevo desamparo de reconocimientos. Sucios e ilegibles. Algo tan simple como pasar la bayeta y lavar la cara. Esos corazones serán de piedra, pero de ellos, milagrosamente, brota la sangre de una grandeza. ¿Seremos capaces de infartarlos? 
                                                                                                                                      
            
  
     

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