Dar la cara…al avatar
![[Img #32372]](upload/img/periodico/img_32372.jpg)
La moral, una obra humana, no natural (aunque se debe a nosotros, que hemos nacido y evolucionado por y desde la naturaleza, la de este trocito del cosmos) no es un término muy de moda. Se confunde como concepto (para mí es la conciencia radicalmente desarrollada socialmente) o más bien, se ahoga entre sus apariencias, a menudo, muy nobles ellas en sí como categorías e incluso necesarias pero que no son iguales ni en absoluto sinónimos. Ser moral es ser humano (o al revés en plan el gato de Schrödinger) independientemente de que obremos bien o mal. Hablamos de la educación, la solidaridad, hasta el buen rollo cuando en realidad estas categorías son tan sólo las hojas del árbol y no la madera.
Ser moral no tiene que ver con los estados (nacionales), ni con el derecho, ni con las religiones ni siquiera con los códigos de la deontología. Ser moral significa ser un sujeto y no un objeto. La moralidad trata de conocer las fronteras entre un ser yo y un ser tú en cuanto a las libertades y las obligaciones de un nosotros. En tu semblanza veo la mía. Sé que tú no eres yo y a la vez sé que esta diferencia la tenemos en común y, salvando la enfermedad mental, sabes de ella lo mismo que yo.
Y ¿adónde voy con este primeros párrafos bastante obvios cuando no pontificadores? Las redes sociales no son una extensión de la tertulia, del diálogo. No hay caras. No hay muecas, ni ojos. Hay máscaras. Los insultos son tan fáciles como los argumentos ad hominem. Un avatar no es un ser humano. Es un escudo. Las almas virtuales carecen de subjetividad, irónicamente, dado el alto grado de ego narcisista que va navegando alrededor de su propia invisibilidad, on line, como una raya encocada de sí.
Son sombras vampíricas al acecho de carne fresca, faltando la suya propia. Claro está que voy bailando entre los matices y los registros léxicos, tanto los coloquiales como los filosóficos (pero bailar es bueno si uno está cabreado…o más feliz que la razón utilitaria).
No existe la libertad absoluta. Nadie quiere ni puede ser ser (no es un error, corrector de textos) de su propia comunidad, aislada dentro de ella, o en palabras menos retorcidas: no hay individualidad sin comunidad (Ni siquiera en la república charnega fallida del 3%). Para parafrasear a Aristóteles: el hombre es un animal moral.
La moral es el nexo entre sujetos que les hace sujetos. Las alternativas son la desesperación de un naufrago (¡sin móvil!) o los campos de exterminio donde unos ejercen de Dios y los demás son objetos, es decir, sujetos privados de su humanidad. Internet, para algunos, parece ser el gran espejismo de la libertad absoluta cuando en realidad es la cárcel del cobarde que confunde el anonimato con un yo radicalmente librado del plano moral: realmente aislado físicamente de la cara del otro, la de carne y hueso.
Un calumniador vejatorio (valga la redundancia) a la vez puede ser un seguidor (¿tantos Mesías hay en la red?), un gustador (el que deja un “me gusta” por doquier como las meadas de un perro que graba un mapa por instinto más que por fronteras concretas y demarcadas formalmente de acuerdo con otro can), un predador o lo que se le antoje a usted, pero no existirá como ser humano hasta que no tenga cara propia y oler compartido. Lo digo metafóricamente, desde luego: no me interesa su foto. La caridad (sí confieso que es un juego de palabras espurio) conlleva el reconocimiento del otro como la suprema prueba de la dignidad propia, como la del otro mismo.
No sería mala idea, por lo tanto, si queremos señalar con el dedo en los foros virtuales, que empleásemos una firma digital. Mientras tanto, podemos reencontrarnos fuera de lo virtual, fuera de la caverna (no iba a terminar sin una referencia a Platón para equilibrar las citas) siempre dispuestos a dar la mano, aunque sea con un adversario… de poca monta o tan mal aseada que no liga más allá que de su propia imagen. Propongo una banda sonora para esta columna. Y que no me den un premio para la sugerencia vanguardista exclusiva para una plataforma digital periodística:
Ya estamos en otro mundo.
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La moral, una obra humana, no natural (aunque se debe a nosotros, que hemos nacido y evolucionado por y desde la naturaleza, la de este trocito del cosmos) no es un término muy de moda. Se confunde como concepto (para mí es la conciencia radicalmente desarrollada socialmente) o más bien, se ahoga entre sus apariencias, a menudo, muy nobles ellas en sí como categorías e incluso necesarias pero que no son iguales ni en absoluto sinónimos. Ser moral es ser humano (o al revés en plan el gato de Schrödinger) independientemente de que obremos bien o mal. Hablamos de la educación, la solidaridad, hasta el buen rollo cuando en realidad estas categorías son tan sólo las hojas del árbol y no la madera.
Ser moral no tiene que ver con los estados (nacionales), ni con el derecho, ni con las religiones ni siquiera con los códigos de la deontología. Ser moral significa ser un sujeto y no un objeto. La moralidad trata de conocer las fronteras entre un ser yo y un ser tú en cuanto a las libertades y las obligaciones de un nosotros. En tu semblanza veo la mía. Sé que tú no eres yo y a la vez sé que esta diferencia la tenemos en común y, salvando la enfermedad mental, sabes de ella lo mismo que yo.
Y ¿adónde voy con este primeros párrafos bastante obvios cuando no pontificadores? Las redes sociales no son una extensión de la tertulia, del diálogo. No hay caras. No hay muecas, ni ojos. Hay máscaras. Los insultos son tan fáciles como los argumentos ad hominem. Un avatar no es un ser humano. Es un escudo. Las almas virtuales carecen de subjetividad, irónicamente, dado el alto grado de ego narcisista que va navegando alrededor de su propia invisibilidad, on line, como una raya encocada de sí.
Son sombras vampíricas al acecho de carne fresca, faltando la suya propia. Claro está que voy bailando entre los matices y los registros léxicos, tanto los coloquiales como los filosóficos (pero bailar es bueno si uno está cabreado…o más feliz que la razón utilitaria).
No existe la libertad absoluta. Nadie quiere ni puede ser ser (no es un error, corrector de textos) de su propia comunidad, aislada dentro de ella, o en palabras menos retorcidas: no hay individualidad sin comunidad (Ni siquiera en la república charnega fallida del 3%). Para parafrasear a Aristóteles: el hombre es un animal moral.
La moral es el nexo entre sujetos que les hace sujetos. Las alternativas son la desesperación de un naufrago (¡sin móvil!) o los campos de exterminio donde unos ejercen de Dios y los demás son objetos, es decir, sujetos privados de su humanidad. Internet, para algunos, parece ser el gran espejismo de la libertad absoluta cuando en realidad es la cárcel del cobarde que confunde el anonimato con un yo radicalmente librado del plano moral: realmente aislado físicamente de la cara del otro, la de carne y hueso.
Un calumniador vejatorio (valga la redundancia) a la vez puede ser un seguidor (¿tantos Mesías hay en la red?), un gustador (el que deja un “me gusta” por doquier como las meadas de un perro que graba un mapa por instinto más que por fronteras concretas y demarcadas formalmente de acuerdo con otro can), un predador o lo que se le antoje a usted, pero no existirá como ser humano hasta que no tenga cara propia y oler compartido. Lo digo metafóricamente, desde luego: no me interesa su foto. La caridad (sí confieso que es un juego de palabras espurio) conlleva el reconocimiento del otro como la suprema prueba de la dignidad propia, como la del otro mismo.
No sería mala idea, por lo tanto, si queremos señalar con el dedo en los foros virtuales, que empleásemos una firma digital. Mientras tanto, podemos reencontrarnos fuera de lo virtual, fuera de la caverna (no iba a terminar sin una referencia a Platón para equilibrar las citas) siempre dispuestos a dar la mano, aunque sea con un adversario… de poca monta o tan mal aseada que no liga más allá que de su propia imagen. Propongo una banda sonora para esta columna. Y que no me den un premio para la sugerencia vanguardista exclusiva para una plataforma digital periodística:
Ya estamos en otro mundo.






