Bruno Marcos
Jueves, 28 de Septiembre de 2017

Los males de la patria

 

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Durante mucho tiempo la mejor manera de ser patriota en España ha sido ser antipatriota. La desconfianza y el rencor hacia un país donde el poder dilapidó un imperio y donde la monarquía, en alianza con la iglesia, impidió el pleno desarrollo de la Ilustración, más las largas décadas de la dictadura franquista, han mantenido viva esa paradójica forma de patriotismo antipatriota. Parece como si la idea de España hubiera sido presa de quien detentaba el poder y que oponerse a ese poder hubiera supuesto, también, desear destruir la patria, no sólo sustituir a quienes mandaban y hacer otra España sino liquidarla. En este punto es cuando se echa en falta no haber pasado por una revolución como la francesa o, al menos, haberla importado adecuadamente.

 

Sorprende leer hoy a Lucas Mallada en su libro ‘Los males de la patria’, del ya lejano año de 1890, y verle proclamar lo que nadie quería oír entonces, que España se había convertido en un país retrasado, inactivo, que el carácter nacional era pusilánime, vago, que había un 75% de analfabetos entre la población y que nuestro suelo era pobre y seco, además de muchas otras cosas de plena actualidad. Se ve a Mallada en muchos pasajes del libro desesperado, como quién clama en el desierto, haciendo grandes esfuerzos, convencido de que lo primero era espantar los inmovilizantes fantasmas de un pasado glorioso.

 

Como Mallada hubo otros, entre ellos Joaquín Costa, cuyas famosas alocuciones ‘Doble llave al sepulcro del Cid’ o ‘Escuela y despensa’ echaron semilla en un país necesitado de regenerarse. La generación del 98 fue, en versión estética, la que amplificó su tema de España tan bien expresado por Unamuno: “A mí, que tanto me duele España, mi patria, como podía dolerme el corazón, o la cabeza, o el vientre”.  

 

Los tiempos de Mallada y de Costa fueron los de una democracia sumamente imperfecta, llena de todos los peligros que la acechan y, seguramente, fueron acusados de antipatriotas pero en su discurso se ve la pasión por mejorar el país y aportaron planes de futuro, probablemente sean los padres de la España moderna, una España que no ha logrado sin embargo evadirse de otros fantasmas que han larvado hasta el presente.

 

En estos días que vivimos las zozobras del independentismo catalán a quien esto escribe le parece imposible ver nada bueno en la propuesta de una nueva frontera y le trae a la mente aquello que daría título a uno de los libros de Costa, ‘Oligarquía y caciquismo’. En ese libro asegura, por ejemplo, que la oligarquía, cuyo único fin es perpetuarse en el poder sacrificando el bien común, mantiene un gobierno fantasma y otro de facto en la sombra, siendo el primero ocupado por una élite de lo peor, fundada en la postergación de los mejores, y que esta oligarquía es por definición nacionalista, busca en la fragmentación su posesión del poder. El nacionalismo como camino directo hacia el siglo XIX. 

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