No son los intereses de los ricos
![[Img #32629]](upload/img/periodico/img_32629.jpg)
Desde muchos medios de comunicación, se ha intentado unir a la clase industrial y empresarial elitista catalana con el procés. Incluso, hay quien habla de que éstos son los impulsores. En algunos medios de comunicación, hace un mes, se llamaba golpistas a Isidro Fainé o al Conde de Godó. ¿Y las CUP? El tonto útil, sostenían.
Al contrario, muchos hemos esgrimido que el independentismo es una reacción de una porción importante de las clases medias y populares —quizás, no mayoría: según varias encuestas, el partido preferido por las personas con menor salario es el PSC—. En ningún caso lo es de los millonarios patricios. Tal vez, les pudo interesar en algún momento estar en el centro de atención del Estado y sonsacar algún beneficio más. No obstante, en ningún caso la DIU es una ley para los ricos.
Cabe destacar que La Vanguardia, diario de referencia para los votantes de CiU —descanse en paz—, como El País del PSOE, nunca ha apoyado la deriva independentista de este grupo. Catalanista, sí; independentista, lean editoriales. Días después del 1-O, con su correspondiente mensaje regio, CaixaBank y Sabadell, las dos principales entidades bancarias catalanas, huyen de Cataluña. La primera, rumbo a Valencia —aunque Fundación La Caixa, a Palma— y Sabadell, a Alicante. Ximo Puig gana el pulso a Armengol. Asimismo, retornando a Cataluña, la histórica Catalana Occidente y Freixenet anunciarán sus particulares éxodos.
¿Realmente, pues, están los ricos a favor de la independencia? No. Si fuera una estrategia, los votantes de CiU, hoy PDeCAT, no habrían perdido más de la mitad de sus electores en cinco años. Fue una apuesta de Mas, de ése que el viernes pasado renegó, y que se ha saldado con la victoria de Junqueras. Prueba, además, del arraigo social concreto del independentismo es la explosión electoral de ERC, que alcanzaría unos resultados inusitados, y la CUP, que se mantiene viva, aun con su reducción de apoyos.
Hay contadas ocasiones en los que los intereses de los ricos pueden converger —y unir— con los intereses de la mayoría social. El independentismo es una consecuencia de un proyecto abortado de España, de no entender España como un bien común y de una crisis económica que ha estremecido a las bases del capitalismo. Los independentistas son víctimas; y el Estado español ha de erigirse como seductor de estas víctimas.
Todos tenemos un serio problema. Europa tiene un serio problema. Como en Cataluña, Bélgica amenaza con dividirse entre flamencos y valones y Escocia amaga con separarse de Reino Unido. Y los boicots, los catalufos o las risas por los golpes… solo empeoran la situación.
Cantaba Ismael Serrano que tu revolución llenará sonrisas. Ésa es la revolución que me interesa a mí. Ninguna otra. Y esta oleada solo está agrietando la convivencia, por ambas partes. Igual que en Plaça Catalunya una multitud festejaba el referéndum el 1-O, otra muchedumbre se oponía el 8-O entre Viva España. Abandonemos la terquedad, empezando por sustituir a interlocutores que sean válidos —ni Rajoy ni Puigdemont lo son— y empecemos a crear. Siempre que todos queramos crear.
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Desde muchos medios de comunicación, se ha intentado unir a la clase industrial y empresarial elitista catalana con el procés. Incluso, hay quien habla de que éstos son los impulsores. En algunos medios de comunicación, hace un mes, se llamaba golpistas a Isidro Fainé o al Conde de Godó. ¿Y las CUP? El tonto útil, sostenían.
Al contrario, muchos hemos esgrimido que el independentismo es una reacción de una porción importante de las clases medias y populares —quizás, no mayoría: según varias encuestas, el partido preferido por las personas con menor salario es el PSC—. En ningún caso lo es de los millonarios patricios. Tal vez, les pudo interesar en algún momento estar en el centro de atención del Estado y sonsacar algún beneficio más. No obstante, en ningún caso la DIU es una ley para los ricos.
Cabe destacar que La Vanguardia, diario de referencia para los votantes de CiU —descanse en paz—, como El País del PSOE, nunca ha apoyado la deriva independentista de este grupo. Catalanista, sí; independentista, lean editoriales. Días después del 1-O, con su correspondiente mensaje regio, CaixaBank y Sabadell, las dos principales entidades bancarias catalanas, huyen de Cataluña. La primera, rumbo a Valencia —aunque Fundación La Caixa, a Palma— y Sabadell, a Alicante. Ximo Puig gana el pulso a Armengol. Asimismo, retornando a Cataluña, la histórica Catalana Occidente y Freixenet anunciarán sus particulares éxodos.
¿Realmente, pues, están los ricos a favor de la independencia? No. Si fuera una estrategia, los votantes de CiU, hoy PDeCAT, no habrían perdido más de la mitad de sus electores en cinco años. Fue una apuesta de Mas, de ése que el viernes pasado renegó, y que se ha saldado con la victoria de Junqueras. Prueba, además, del arraigo social concreto del independentismo es la explosión electoral de ERC, que alcanzaría unos resultados inusitados, y la CUP, que se mantiene viva, aun con su reducción de apoyos.
Hay contadas ocasiones en los que los intereses de los ricos pueden converger —y unir— con los intereses de la mayoría social. El independentismo es una consecuencia de un proyecto abortado de España, de no entender España como un bien común y de una crisis económica que ha estremecido a las bases del capitalismo. Los independentistas son víctimas; y el Estado español ha de erigirse como seductor de estas víctimas.
Todos tenemos un serio problema. Europa tiene un serio problema. Como en Cataluña, Bélgica amenaza con dividirse entre flamencos y valones y Escocia amaga con separarse de Reino Unido. Y los boicots, los catalufos o las risas por los golpes… solo empeoran la situación.
Cantaba Ismael Serrano que tu revolución llenará sonrisas. Ésa es la revolución que me interesa a mí. Ninguna otra. Y esta oleada solo está agrietando la convivencia, por ambas partes. Igual que en Plaça Catalunya una multitud festejaba el referéndum el 1-O, otra muchedumbre se oponía el 8-O entre Viva España. Abandonemos la terquedad, empezando por sustituir a interlocutores que sean válidos —ni Rajoy ni Puigdemont lo son— y empecemos a crear. Siempre que todos queramos crear.






