España: de amor y odio
![[Img #32633]](upload/img/periodico/img_32633.jpg)
En medio del ambiente revuelto que vive España por culpa de un gobierno autonómico sedicioso y golpista, con unos políticos incapaces de hacer frente al mayor atentado contra la democracia desde su instauración, alivia leer declaraciones tan llenas de sentido común como las que recientemente han realizado dos políticos socialistas de altura: el que fuera ministro de Cultura César Antonio Molina y el exvicepresidente Alfonso Guerra, ambos por desgracia fuera de la vida política activa. Ha hablado el primero de que nuestra democracia no ha sabido inculcar “el amor a España”. Y ha manifestado el segundo que, en las escuelas catalanas, copadas por un profesorado fanáticamente nacionalista, se ha inculcado y se sigue inculcando en los niños el odio a España (en las redes hay documentación al respecto para dar y tomar). En definitiva, los dos han incidido en el problema esencial de nuestro país, que ?según ellos? es un problema de educación y de cultura.
Por un lado, la educación se ha dejado irresponsablemente en manos de las autonomías, que han elaborado los planes de enseñanza a modo de catecismo o cartilla doctrinal: la exaltación de los sentimientos tribales más estúpidos y primitivos, la falsificación de la historia ?que ya denunciara don Julio Caro Baroja hace muchos años?, la discriminación lingüística… En Cataluña (sé de lo que escribo), nietos de leoneses que hubieron de emigrar en los años del desarrollismo franquista ?que tanto la benefició, por cierto? son hoy hooligans del independentismo, y es de suponer que algo similar ha sucedido con los descendientes de aquellos charnegos de los años 60 que Juan Marsé, hoy tan denostado por los catalanistas, retratara admirablemente en Últimas tardes con Teresa. Esa pedagogía lamentable ha generado ya un monstruo y es probable que, de seguir así las cosas, siga generando en un futuro no muy lejano más monstruos todavía; en suma, el odio del que hablaba Guerra.
Por su parte, la Nación española, reducida a la condición de Estado español, es decir, un mero ente administrativo, falto de alma, con valores que no van más allá del entusiasmo por la selección nacional de fútbol, no ha tenido un programa alternativo que ofrecer frente a los Taifas autonomistas. Y eso que, a tiro de piedra, tenemos un espejo admirable en el que mirarnos, Francia, que ha aplicado siempre con orgullo y sin complejos una idea centralista del estado, todo lo chauviniste que se quiera, pero tan eficiente como envidiable. Con esos mimbres no hay cesto que pueda componerse ni posibilidad alguna para imbuir en los españoles ese amor a la nación del que hablaba Molina.
Y una conclusión desazonadora: ni Alfonso Guerra ni César Antonio Molina se educaron en la democracia y, sin embargo, la trayectoria de ambos es un ejemplo indiscutible de amor a España, su lengua, su historia y su cultura.
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En medio del ambiente revuelto que vive España por culpa de un gobierno autonómico sedicioso y golpista, con unos políticos incapaces de hacer frente al mayor atentado contra la democracia desde su instauración, alivia leer declaraciones tan llenas de sentido común como las que recientemente han realizado dos políticos socialistas de altura: el que fuera ministro de Cultura César Antonio Molina y el exvicepresidente Alfonso Guerra, ambos por desgracia fuera de la vida política activa. Ha hablado el primero de que nuestra democracia no ha sabido inculcar “el amor a España”. Y ha manifestado el segundo que, en las escuelas catalanas, copadas por un profesorado fanáticamente nacionalista, se ha inculcado y se sigue inculcando en los niños el odio a España (en las redes hay documentación al respecto para dar y tomar). En definitiva, los dos han incidido en el problema esencial de nuestro país, que ?según ellos? es un problema de educación y de cultura.
Por un lado, la educación se ha dejado irresponsablemente en manos de las autonomías, que han elaborado los planes de enseñanza a modo de catecismo o cartilla doctrinal: la exaltación de los sentimientos tribales más estúpidos y primitivos, la falsificación de la historia ?que ya denunciara don Julio Caro Baroja hace muchos años?, la discriminación lingüística… En Cataluña (sé de lo que escribo), nietos de leoneses que hubieron de emigrar en los años del desarrollismo franquista ?que tanto la benefició, por cierto? son hoy hooligans del independentismo, y es de suponer que algo similar ha sucedido con los descendientes de aquellos charnegos de los años 60 que Juan Marsé, hoy tan denostado por los catalanistas, retratara admirablemente en Últimas tardes con Teresa. Esa pedagogía lamentable ha generado ya un monstruo y es probable que, de seguir así las cosas, siga generando en un futuro no muy lejano más monstruos todavía; en suma, el odio del que hablaba Guerra.
Por su parte, la Nación española, reducida a la condición de Estado español, es decir, un mero ente administrativo, falto de alma, con valores que no van más allá del entusiasmo por la selección nacional de fútbol, no ha tenido un programa alternativo que ofrecer frente a los Taifas autonomistas. Y eso que, a tiro de piedra, tenemos un espejo admirable en el que mirarnos, Francia, que ha aplicado siempre con orgullo y sin complejos una idea centralista del estado, todo lo chauviniste que se quiera, pero tan eficiente como envidiable. Con esos mimbres no hay cesto que pueda componerse ni posibilidad alguna para imbuir en los españoles ese amor a la nación del que hablaba Molina.
Y una conclusión desazonadora: ni Alfonso Guerra ni César Antonio Molina se educaron en la democracia y, sin embargo, la trayectoria de ambos es un ejemplo indiscutible de amor a España, su lengua, su historia y su cultura.






