Salpicado de otoño
![[Img #33141]](upload/img/periodico/img_33141.jpg)
El otoño siempre me ha gustado de manera muy especial, me propone muchas emociones, y casi todas buenas. Sueño con ponerme a caminar sin rumbo, recorriendo sendas flanqueadas por hayas, fresnos o chopos. Oliendo a madera húmeda, como recién barnizada.
Amanece un sábado cualquiera del mes de octubre, un día soleado y fresco. Ahora que vivo en esa edad intermedia en la que ya he dejado de ser joven, pero tampoco soy viejo; he cargado con mi mochila vacía, intentando teñir mi alma de ocres, buscando consuelo en la naturaleza. Esta vez, no la llenaré de sucedáneos, la intentaré llenar de toda la energía que en ella quepa para dosificar mi vida, y procurar comprender lo que quiero y qué tengo en ella.
Paseo perdido entre la vegetación y los árboles que en esta época comienzan a probarse sus nuevos trajes; amarillo, verde, rojo, naranja, marrón y dorado… El silencio de esta estación recatada y austera se torna en emotiva banda sonora con el cortejo de los pájaros, el ruido de mis pasos sobre el mar de hojas…el agua del arroyo, y mi pensamiento se entretiene en el profundo aroma de una hoja marrón, grande y seca.
He aquí la paz perfecta, donde todo fluye al lugar verdadero y la nostalgia nos llena de recuerdos. La experiencia de contemplar la paleta otoñal es una sensación indescriptible, es como embelesarte ante un óleo impresionista, de pintor anónimo.
Creo que tenía hambre de lo bello, nostalgia de lo bello.
Cada hayedo tiene su sonido y su silencio, su color, su horizonte, su mar de hojas, su mañana, su propio sueño. Su amanecer de rocíos.
Junto al arroyo que lo atraviesa me detengo y sentado sobre una piedra impregnada de musgo, intento descifrar la escritura tatuada sobre las hojas. Caligrafía luminosa, de silencio franciscano, de melodía y susurro, efímera y pasajera. Huelo a musgo.
Un remolino de hojas llamó mi atención y con cierta impaciencia desde la paciencia, rebusqué en el otoño de mi existencia y sentí una razón interior, de perdonarme por los errores cometidos, de no importarme todo aquello que pueda dejar en mi partida, de vivir la vida como si fuera el último día de mi existencia. Una araña se esfuerza por tejer su tela en la corteza de un árbol carcomido por los años.
Entre las ramas de los arboles, se deja ver el rojizo cielo otoñal y el hayedo se convierte en bosque de preguntas desatadas por el paisaje que tengo la dicha de apreciar, dejando atrás esa música sorda que bate alguno de mis días, despertando la fragilidad humana que hay en mí y, tal vez, en el caer de las hojas sea capaz de advertir la realidad de mi existencia.
La tarde hace acto de presencia, la luz comienza a retroceder, la brisa me acaricia con sus frías manos. Es hora de otoño y el bosque debe dormir su sueño entre sombras y penumbra, abrigado en el secreto abrazo de la madre tierra que le hará revivir al calor de la primavera.
Debo regresar, he llenado mi mochila de calma y vida. Gracias otoño por mostrarme tu rostro una vez más.
![[Img #33141]](upload/img/periodico/img_33141.jpg)
El otoño siempre me ha gustado de manera muy especial, me propone muchas emociones, y casi todas buenas. Sueño con ponerme a caminar sin rumbo, recorriendo sendas flanqueadas por hayas, fresnos o chopos. Oliendo a madera húmeda, como recién barnizada.
Amanece un sábado cualquiera del mes de octubre, un día soleado y fresco. Ahora que vivo en esa edad intermedia en la que ya he dejado de ser joven, pero tampoco soy viejo; he cargado con mi mochila vacía, intentando teñir mi alma de ocres, buscando consuelo en la naturaleza. Esta vez, no la llenaré de sucedáneos, la intentaré llenar de toda la energía que en ella quepa para dosificar mi vida, y procurar comprender lo que quiero y qué tengo en ella.
Paseo perdido entre la vegetación y los árboles que en esta época comienzan a probarse sus nuevos trajes; amarillo, verde, rojo, naranja, marrón y dorado… El silencio de esta estación recatada y austera se torna en emotiva banda sonora con el cortejo de los pájaros, el ruido de mis pasos sobre el mar de hojas…el agua del arroyo, y mi pensamiento se entretiene en el profundo aroma de una hoja marrón, grande y seca.
He aquí la paz perfecta, donde todo fluye al lugar verdadero y la nostalgia nos llena de recuerdos. La experiencia de contemplar la paleta otoñal es una sensación indescriptible, es como embelesarte ante un óleo impresionista, de pintor anónimo.
Creo que tenía hambre de lo bello, nostalgia de lo bello.
Cada hayedo tiene su sonido y su silencio, su color, su horizonte, su mar de hojas, su mañana, su propio sueño. Su amanecer de rocíos.
Junto al arroyo que lo atraviesa me detengo y sentado sobre una piedra impregnada de musgo, intento descifrar la escritura tatuada sobre las hojas. Caligrafía luminosa, de silencio franciscano, de melodía y susurro, efímera y pasajera. Huelo a musgo.
Un remolino de hojas llamó mi atención y con cierta impaciencia desde la paciencia, rebusqué en el otoño de mi existencia y sentí una razón interior, de perdonarme por los errores cometidos, de no importarme todo aquello que pueda dejar en mi partida, de vivir la vida como si fuera el último día de mi existencia. Una araña se esfuerza por tejer su tela en la corteza de un árbol carcomido por los años.
Entre las ramas de los arboles, se deja ver el rojizo cielo otoñal y el hayedo se convierte en bosque de preguntas desatadas por el paisaje que tengo la dicha de apreciar, dejando atrás esa música sorda que bate alguno de mis días, despertando la fragilidad humana que hay en mí y, tal vez, en el caer de las hojas sea capaz de advertir la realidad de mi existencia.
La tarde hace acto de presencia, la luz comienza a retroceder, la brisa me acaricia con sus frías manos. Es hora de otoño y el bosque debe dormir su sueño entre sombras y penumbra, abrigado en el secreto abrazo de la madre tierra que le hará revivir al calor de la primavera.
Debo regresar, he llenado mi mochila de calma y vida. Gracias otoño por mostrarme tu rostro una vez más.






