Marcos Carrascal Castillo (@M_CarrascalC)
Jueves, 23 de Noviembre de 2017

¿Qué está pasando?

 

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La Manada, carteles institucionales, agresiones sexuales en programas de televisión muy seguidos, en el Viñarock… ¿Qué está pasando? Pasa que el 27% de los jóvenes cree que la violencia machista es normal en pareja y el 21% sostiene que es un tema politizado y que se exagera. Por otra parte, un 31% argumenta que el problema de la violencia machista encuentra su génesis en la inmigración. Por lo menos, el 87% advierte que es un problema social.


El Periódico de Catalunya recogía una encuesta del CIS de 2015 de la que se desprendía que las más jóvenes generaciones son más machistas que las de sus progenitores. Por ejemplo, un 33% de jóvenes —de 15 a 29 años— considera inevitable o aceptable impedir que su pareja vea a su familia o amigos y decide qué estudia o en qué trabaja. La inmensa mayoría de este porcentaje son varones. 


¿Qué está pasando? Yo pertenezco a esa generación a la que psicólogos y educadores venían a visitarnos a clase para tratar de convencernos sobre los horrores del machismo. Yo pertenezco a esa generación que, aparentemente, ha sabido respetar la lucha de nuestras mayores para lograr la igualdad de género. Yo pertenezco a esa generación que escucha los nombres de Simone de Beauvoir, Virginia Woolf, Frida Kahlo, Aleksandra Kolontái o Clara Campoamor y no piensa en radicales marginales; sino en referentes.


¿Qué está pasando? El miedo de género se incrementa en nuestra sociedad. Así pues, en lo que desemboca es en una verdadera fractura social. Desemboca en que una chica confiesa que tiene miedo a caminar sola por la calle y desemboca en el miedo a denunciar una agresión sexista por el descrédito que despertará. Desemboca en el miedo. ¿Qué está pasando?


¿Qué ha salido mal? No lo sé. ¿Qué ha salido mal para que la lucha por la igualdad se tilde de… aburrimiento o de algo trasnochado? No lo sé. España camina frenéticamente hacia no sé dónde; y este punto en la agenda social me parece tan crucial como el monotema catalán. Y, sin embargo, no aparece en sesudos debates. Quizás, solo en pasillos de la facultad o en una callejuela concurrida de tascas.

 
La actitud crítica y reflexiva que algunos intentamos llevar a gala ha de expandirse en todos nuestros coetáneos. Si no lo logramos, si queda como una idiosincrasia de la minoría absoluta, habremos fracasado. De nada habrá servido esa actitud crítica y reflexiva. Tal vez, para anestesiar nuestra conciencia. Para nada más. Es nuestro deber zarandear los datos referidos al principio y, armados con la intolerancia a cualquier conato de machismo, volcarlos.


¿Qué está pasando? Pasa que el feminismo es una batalla que creíamos ganada; y que, empero, ha cosechado años atrás una gran derrota. No nos conformamos con menos de la victoria; y ésta se traduce en la igualdad plena, en el fin de violencias machistas, de carteles institucionales segregacionistas, de discriminaciones por razón de género, de que la incredulidad planeé sobre una denunciante. Eso es lo quiero que pase; y es lo que muchos y muchas queremos que pase.

 

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