Planeta balón
![[Img #34349]](upload/img/periodico/img_34349.jpg)
La foto que preside este escrito es fruto de esa mirada avizor por el pasillo central de cada día que es la calle. Es uno de esos carteles publicitarios que cuelga con absoluta normalidad en los escaparates de cualquier comercio. Dispuesto, como pretende toda publicidad, para atraer la atención, con una grafía impactante o alegórica, y un eslogan, simplemente didáctico, abierto hacia una ensoñación. En el caso, se trata de un banco, y al que suscribe, no dejó de llamarle la atención ese cosmos sugerido en la imagen con balones planetarios y una atracción gravitatoria hacia el emprendimiento empresarial. La publicidad muy bien puede ser la actividad emocional por antonomasia. Como tal, se camufla en multitud de sentimientos, casi tantos como personas, por todo lo que tiene de mensaje. Impone, además, en su polivalencia, un retrato de la época.
La fotografía más enfocada de estos tiempos se encuadra en el fútbol. Y es en esa percepción inicial donde se detiene la mirada de un paseante en el permanente escenario teatral de la calle. El deporte de balón con más seguidores en el globo ha tejido todo un capítulo de la ciencia antropológica que no escapa a los tentáculos del depredador negocio de la banca.
Una primera lectura de la imagen tiene que detenerse en la constatación de que la entidad anunciadora es patrocinadora oficial de la Liga de Fútbol que, para mayor énfasis, ha sido rebautizada con la denominación de su propia razón social. Uno siempre ha imaginado la banca como un negocio elitista y de dinero con pedigrí, no sobado. Hoy, a lo visto, las emociones de las masas son yacimientos inagotables del vil metal, y una firma financiera que se precie y siga en la pomada, tendrá que desvestirse del frac y el sombrero de copa, colocarse una vestimenta casual y sondear en el moderno folklorismo de los deportes populares, los ansiados pozos de los que mane generosamente el parné.
El fútbol se desplaza al concepto de empresa, segundo mensaje del cartel, no menos acongojante que el anterior. Este deporte nació y se desarrolló con una vocación competitiva, en manos de clubes con el mismo afán. Esa voluntad ha trocado a negocio en la peligrosa variante de relevancias sociales de tiburones del mercadeo y, yendo más allá, se empieza a apreciar que bocado exquisito para Estados de más que dudosa ética democrática. En los palcos se sientan directivos de nuevo cuño con probada capacidad para agitar emociones tribales de presión hacia los gobiernos, si el tiro de sus desmanes en fichajes desmesurados, les sale por la culata, y exigen la corrección de los errores en las cuentas con ese dinero público, que alguien dijo, no era de nadie.
Tercer vértice del cartel: dos planetas en forma de balón. La historia nuevamente nos pone sobre la pista. Los emperadores romanos desviaban la atención de los grandes problemas con juegos circenses, precedente macabro de las manifestaciones deportivas de hoy. El fútbol es una innegable válvula de escape de la sociedad en las múltiples variantes de la competición y las pasiones que desata. Al fuego de esos ardores, bien se puede templar una ciudadanía desideologizada y teledirigida a los intereses de minorías, despreocupada de su entorno, dimitida de la fría analítica de las cuestiones vitales; y, si llega el caso, dividida en beneficio exclusivo de unas élites dirigentes. La llamada globalización planetaria empieza a tejer su estandarte.
De siempre he sostenido que mirar en derredor, lo que nos rodea a escasos dos pasos, puede resultar una maravillosa escuela de la vida. La calle es un aula de experiencias, propias y ajenas, que están ahí para recabar nuestra atención, para sacarnos del sopor de las profundas introspecciones. Desparrama sensaciones, emociones e imaginación por doquier. Personas, animales y cosas están ahí para transmitir con visión crítica un lienzo vivo que puede rotar entre el arte y el espantajo a velocidad de vértigo. Es cuestión de poner ojos.
La calle, en combinación con la creatividad, siempre está dispuesta a narrar una historia, en forma de épica, de tragicomedia, de sátira, de ensayo, de tratado filosófico. Admite cualquier género. Pasear, es abrir un baúl de continuas sorpresas hasta su fondo, si la curiosidad deja la puerta abierta de par en par a las más variopintas impresiones.
![[Img #34349]](upload/img/periodico/img_34349.jpg)
La foto que preside este escrito es fruto de esa mirada avizor por el pasillo central de cada día que es la calle. Es uno de esos carteles publicitarios que cuelga con absoluta normalidad en los escaparates de cualquier comercio. Dispuesto, como pretende toda publicidad, para atraer la atención, con una grafía impactante o alegórica, y un eslogan, simplemente didáctico, abierto hacia una ensoñación. En el caso, se trata de un banco, y al que suscribe, no dejó de llamarle la atención ese cosmos sugerido en la imagen con balones planetarios y una atracción gravitatoria hacia el emprendimiento empresarial. La publicidad muy bien puede ser la actividad emocional por antonomasia. Como tal, se camufla en multitud de sentimientos, casi tantos como personas, por todo lo que tiene de mensaje. Impone, además, en su polivalencia, un retrato de la época.
La fotografía más enfocada de estos tiempos se encuadra en el fútbol. Y es en esa percepción inicial donde se detiene la mirada de un paseante en el permanente escenario teatral de la calle. El deporte de balón con más seguidores en el globo ha tejido todo un capítulo de la ciencia antropológica que no escapa a los tentáculos del depredador negocio de la banca.
Una primera lectura de la imagen tiene que detenerse en la constatación de que la entidad anunciadora es patrocinadora oficial de la Liga de Fútbol que, para mayor énfasis, ha sido rebautizada con la denominación de su propia razón social. Uno siempre ha imaginado la banca como un negocio elitista y de dinero con pedigrí, no sobado. Hoy, a lo visto, las emociones de las masas son yacimientos inagotables del vil metal, y una firma financiera que se precie y siga en la pomada, tendrá que desvestirse del frac y el sombrero de copa, colocarse una vestimenta casual y sondear en el moderno folklorismo de los deportes populares, los ansiados pozos de los que mane generosamente el parné.
El fútbol se desplaza al concepto de empresa, segundo mensaje del cartel, no menos acongojante que el anterior. Este deporte nació y se desarrolló con una vocación competitiva, en manos de clubes con el mismo afán. Esa voluntad ha trocado a negocio en la peligrosa variante de relevancias sociales de tiburones del mercadeo y, yendo más allá, se empieza a apreciar que bocado exquisito para Estados de más que dudosa ética democrática. En los palcos se sientan directivos de nuevo cuño con probada capacidad para agitar emociones tribales de presión hacia los gobiernos, si el tiro de sus desmanes en fichajes desmesurados, les sale por la culata, y exigen la corrección de los errores en las cuentas con ese dinero público, que alguien dijo, no era de nadie.
Tercer vértice del cartel: dos planetas en forma de balón. La historia nuevamente nos pone sobre la pista. Los emperadores romanos desviaban la atención de los grandes problemas con juegos circenses, precedente macabro de las manifestaciones deportivas de hoy. El fútbol es una innegable válvula de escape de la sociedad en las múltiples variantes de la competición y las pasiones que desata. Al fuego de esos ardores, bien se puede templar una ciudadanía desideologizada y teledirigida a los intereses de minorías, despreocupada de su entorno, dimitida de la fría analítica de las cuestiones vitales; y, si llega el caso, dividida en beneficio exclusivo de unas élites dirigentes. La llamada globalización planetaria empieza a tejer su estandarte.
De siempre he sostenido que mirar en derredor, lo que nos rodea a escasos dos pasos, puede resultar una maravillosa escuela de la vida. La calle es un aula de experiencias, propias y ajenas, que están ahí para recabar nuestra atención, para sacarnos del sopor de las profundas introspecciones. Desparrama sensaciones, emociones e imaginación por doquier. Personas, animales y cosas están ahí para transmitir con visión crítica un lienzo vivo que puede rotar entre el arte y el espantajo a velocidad de vértigo. Es cuestión de poner ojos.
La calle, en combinación con la creatividad, siempre está dispuesta a narrar una historia, en forma de épica, de tragicomedia, de sátira, de ensayo, de tratado filosófico. Admite cualquier género. Pasear, es abrir un baúl de continuas sorpresas hasta su fondo, si la curiosidad deja la puerta abierta de par en par a las más variopintas impresiones.






