Mercedes Unzeta Gullón
Jueves, 22 de Febrero de 2018

La profesora de Fernando Arrabal

 

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El octubre pasado el periódico ABC publicó un artículo titulado 'Como centellas',  traducido del publicado en francés 'Omme des étincelles , escrito por Fernando Arrabal en la revista de literatura, filosofía, política y arte: LA REGLE DU JEU.

 

El amplio artículo, toda una página, está dedicado a homenajear a una profesora que tuvo en su infancia y adolescencia en las Teresianas de Ciudad Rodrigo (años 1935/40). Asegura que tuvo la suerte de conocer a la mejor de las maestras. Cuenta alguno de los métodos que empleaba y no sólo alaba  la magnífica enseñanza sino que considera que lo que le trasmitió esta extraordinaria profesora ha sido esencial para su vida.

 

Asegura Arrabal que gracias a las enseñanzas de esta profesora le fue fácil adaptarse a vivir en Madrid, Paris o Nueva York, y estaba preparado para comprender a Dali o a Marcel Duchamp y lo que decían René Magritte, Samuel Beckett o Andy Warhol, sin que la profesora hubiera hablado nunca de ellos. Ella les enseñaba a ser 'sabios', 'sabios' para hacer lo principal, lo que no era común ni en Manhattan ni en el café surrealista de Paris. Eran niños que un día llegarían a ser sabios. Nuestra ciencia de 'sabios' podría hacer lo que parecía imposible.

 

La madre Mercedes, que así se llamaba esta profesora, les zarandeaba el espíritu para que no se quedaran adormecidos en una vía de la vida. Teníamos que recorrer nuestra vida como si fuéramos destellos. Transmitía el valor del conocimiento para poder resolver las distintas propuestas de la vida con sabiduría, y llegar de esa manera  a la paz y salud universal. Ella inculcaba a sus pequeños alumnos que tenían que ser sabios porque todo internamente funcionaba según nuestros conocimientos.

 

Nuestras relaciones con nuestro saber, e incluso con nuestros sueños, afectaban a nuestras relaciones con los demás. Y nuestras enfermedades se declaraban. Por eso cuando dejé de verla caí tuberculoso. Relata Arrabal.

 

Esta excepcional profesora, que para Arrabal ha sido imprescindible en su vida, se llamaba Mercedes Unzeta. Era la hermana de mi padre y en cuyo honor llevo su nombre. Era catedrática de Física y Química (con matrículas de honor) por la Universidad de Salamanca (con Unamuno de Rector), y teresiana. Es sorprendente que una religiosa en esa época tuviera ese espíritu tan claro y tan abierto y haya dejado una impronta tan digna de ser recordada y alabada, sobre todo, en un espíritu intelectual tan destacado. O podría decirse al contrario, que es asombroso que alguien con un espíritu tan libre y de tanta valía se metiera en un convento.

 

En la clase de la madre Mercedes no había estampitas ni santos, dice Arrabal y explica que su sistema de enseñanza consistía en ilustrar los acontecimientos de la vida relacionando los distintos elementos con sabias conexiones. Para la madre Mercedes todo está relacionado, los acontecimientos exteriores con los interiores, y los exteriores e interiores entre sí. Vivíamos tranquilamente sin código de barras pero con duendes bromistas.

 

 

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Sorprendente, gratificante y estimulante es también el trascendental reconocimiento que Fernando Arrabal hace a su profesora de la infancia después de tantos años recorridos por la vida y por el intelecto. El agradecimiento y reconocimiento ajeno no es algo a lo que estemos acostumbrados hoy en día.

 

Nos enseñó a saber inventar nuestro propio ritmo poniendo patas arriba toda planificación. Preparados para vivir ¿cómo destellos?

 

Estábamos preparados para concurrir al premio de superdotados, y luego llegar a París o a Pekín y poder codearnos con los mejores.

 

¡Qué suerte tuvo Arrabal! Las monjas de mi colegio, también teresianas, nos castigaban con ensañamiento si no aprendíamos de memoria las lecciones. Me tocaron los tiempos del triunfalismo (años 50, 60), de la imposición por intimidación. Ningún lugar para la razón o la imaginación. La enseñanza iba ‘a decreto’. Nada que ver con los métodos de la Institución Libre de Enseñanza de la época de la República, ni el valor del método ni la calidad de los/las enseñantes.

 

O tempora, o mores

 

 

 

 

 

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