Samuel Yebra Pimentel
Jueves, 22 de Febrero de 2018

Intolerancia y carnaval

 

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Se está politizando la política que es como decir que se vivificara la vida, algo tautológico, un mal menor necesario para componer el bien, una astucia de la razón para que las distintas perspectivas sociales apuntaran a una realidad consensuada.


Como dice Mickael Walser: “las cosas que admiramos en un sistema particular están relacionadas funcionalmente con otras que nos disgustan o que tememos”. No tenerlo en cuenta conduciría a pretender eliminar las segundas, al ‘mal utopismo’, a tirar al niño con el agua sucia de la bañera.


Viene a cuento esto porque en los últimos días en un afán desaguador han sucumbido varios bebés y cientos de truchas en las acequias del Tuerto y de ríos más grandes. El último, la retirada de ‘Arco’ de la obra se Santiago Sierra: ‘Presos políticos’, en la que aparecían las fotos de los ‘Jordís’. El penúltimo la confirmación por el Tribunal Supremo de la condena a tres años de prisión al rapero Valtonyc. 


Los periódicos han repetido, filtradas por el Supremo, las letras que se condenan. Y sin embargo todos sabemos que lo hacen a título informativo. Lo que se escriba en un poema, en una novela, en una canción entra dentro del ámbito de la ficción, no del comunicado ni de la performance. Un insulto a la inteligencia del oyente que tomaría esas letras al pie de la letra y llegara a hacer no sé qué contra el titular de la Corona. Lo que desemboca en un juicio de intenciones del mentado Tribunal sobre si incitaba a la acción o si solamente revoloteaba de expresividad explosiva, de dinamita cerebral. 


Dice el portavoz de Jueces para la Democracia, Ignacio González Vega, que la doctrina jurisprudencial del Tribunal Europeo de Derechos Humanos "casa mal con la actual regulación de la legislación penal española". A lo mejor también casa mal el sistema democrático con las derivaciones legislativas de los últimos años en contra de las libertades individuales, del Estatuto de los Trabajadores, de la Sanidad Pública, de la Educación y del uso anómalo del Fondo de Pensiones.


No se necesita lupa para detectar esas mismas maneras en lo local, de consabida receta: mucho circo y más de intolerancia. Pongo el caso de la politización de la política de nuestra Concejala de Cultura al negar la concesión del uso de la Biblioteca a la Plataforma en Defensa de la Sanidad Rural. Argumenta que la Plataforma se ha politizado demasiado; al momento este dicterio, que no alcanza a dictamen, requeriría una petición de principio. ¿? Esa explicación atufa demasiado a gallina ciega, a narcisismo de poseso o de creyente/a en su verdad única, aquella amargura de Danton. Otra decisión netamente partidista, partidaria, intolerante y antidemocrática.


Habíamos dicho intencionadamente que ‘se negaba a conceder’. En una situación de tolerancia óptima no hubiera nada que conceder, pues dado el caso, de la tolerancia ni se hablaría. Cuando la tolerancia se hace palpable es que hay una separación, casi una distinción entre ciudadanos, entre quienes la otorgan y quienes la reclaman y hasta la sufren. Los mismos son que sufren la intolerancia. Esta distinción tolerado, tolerante se anula cuando esta hubiera triunfado. Signo de calidad democrática.


Entre concesiones y arbitrios, tolerantes o no, la Concejalía de Cultura y el Ayuntamiento con su impostura de tomar el ‘nosotros’ por la totalidad de los astorganos, se han situado del lado de la intolerancia. Su pretensión hegemónica es un efecto de significado falsario y de poder y de arbitrio, jamás una postura éticamente legitimable.

 

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