María José Cordero
Sábado, 10 de Marzo de 2018

Los hilos del arpa

 

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Nos encontrábamos en un pueblecito perdido de Túnez, cerca del desierto. Un pueblo silencioso en donde las voces de algunos niños jugando, parecen prolongarse en la inmensidad que les rodea. Un pueblo humilde en el que las mujeres tejen y tejen hasta el anochecer. Ya les viene de antaño, pues sus madres, y las madres de sus madres, ya tejían hilos y sueños, para poder subsistir ante su precaria economía.


Durante el régimen de la anterior dictadura tunecina, se menospreciaba la manufactura de alfombras; a los gobernantes les parecían ridículas y no querían mostrarlas. Menos mal que los foráneos, con el tiempo y la demanda, pusieron las cosas en su sitio. 


Aquellas mujeres trenzadoras de hilos eternos, continuaron engarzando su arpa de tela y pasando su saber a las generaciones actuales, y éstas, a su vez, lo pasarán a las venideras. Entonces, los telares comenzaron la danza interminable de los hilos verticales, esperando que la lana de colores, que va dibujando horizontes, se anude en algún punto del telar, en una paleta multicolor de maravillosos hilos engarzados. 


Han vuelto a recuperar la tradición y ahora, las mujeres tunecinas, muestran sus obras, orgullosas, sabedoras de que su tiempo vale la pena y su legado cultural también. Si esto sucede en Túnez, ¿por qué no en Val de San Lorenzo? ¿Por qué no se apoya el trabajo de artesanos antes de que se pierda del todo? ¿Por falta de interés? Es igual el porqué, aunque, lo terrible, es que sea por falta de cultura, de la Cultura -y esta vez la escribo con mayúsculas- de los que tienen la responsabilidad de fomentar y sostener un bien único. No sabemos valorar lo hecho con amor y paciencia. Lo queremos todo rápido y la paciencia es un grado, un grado de calidad y de calidez, porque sin ella no hay nada bueno, todo será más perecedero de lo que se espera y nos moveremos en una obsolescencia absurda y programada que no añade mejora, sino resta futuro.


Quiero escuchar nuevamente los hilos del arpa en la Maragatería, que la lana sueñe y se desperece, que los rebaños no mengüen sino que crezcan, para que el futuro se expanda  y se teja en la lana y en los colores del país de los maragatos. 

 

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