Onanismo mental
![[Img #35481]](upload/img/periodico/img_35481.jpg)
Me he levantado gris, como el día, y eso debe ser bueno porque por fin puedo escribir. Mira que lo intento, pero aunque es un tema recurrente en las últimas reuniones con amigos de boli y pluma, qué le vamos a hacer, yo si estoy feliz soy como un torrente seco, no me salen las palabras. He empezado mil textos, pero no fluyen. Puedo escribir formalmente, como hago en otros lugares, pero en este rinconcito E me ha dado un espacio especial para poder desbaratar mis resquicios de barreras y temores y abrirme a ti. ¿Recuerdas el origen de este lugar? ”…Déjame que me cuele en tu vida, en tu casa, y en tus pensamientos. Hagamos el amor apasionadamente, mentalmente, físicamente, egoístamente. Compartamos. Tú me das, yo te doy. Hagámoslo juntos. Dialoguemos…”
Y lo intento, mira que lo intento, pero no fluye. Había oído hablar del síndrome de la página en blanco, pero me parecía una leyenda urbana ¡nunca me había pasado! Escribir es como respirar, no se puede vivir sin hacerlo.
Comentaban, pues, estos amigos a los que me refiero, el caso de un poeta que necesitaba sentirse constantemente deprimido, triste y hundido para crear, de tal manera que acababa boicoteando inconscientemente sus relaciones en una búsqueda desesperada de no dejar de fluir. Su mesa de trabajo, apenas iluminada por un flexo, y enfrente suyo las imágenes de los poetas melancólicos y suicidas en los que inspiraba sus constantes regodeos en el dolor y en el quebranto. ¿Merecía la pena, se debatía en el grupo, fomentarte el dolor para escribir si es tu único motor? Parece algo como incongruente y hasta cierto punto aberrante. Uno escribe porque le hace sentir bien, porque es la satisfacción de una necesidad casi vital, ¿entonces? Me recuerda al anuncio de una bebida energética que decía “¿Para qué corres? Para tener sed”. ¿Pero qué pasa cuando el torrente se seca? ¿No es precisamente esta ausencia de palabras lo que causa la infelicidad de quien vive por escribir? Es como el dolor del miembro fantasma en un amputado. Te duele escribir porque no puedes escribir. ¿Y cómo lo alivias?
Este mes, ya camino de Sant Jordi, sale un nuevo libro. Este año decidí cambiar mi bio, es menos académica para que antes de ojearme, el lector pueda saber dónde se está metiendo. Y claro, escribir siempre acaba delatándome a mí misma. Hay un fragmento con una gran verdad en mi caso “hacer muchas cosas no siempre es vivir”. El problema es que ese es mi patrón, a la que me descuido ¡zas! me acabo embarrando en algo nuevo. Quienes me conocen sólo me miran con cara de “ya me lo esperaba” y pasan al siguiente tema, como con mi puntualidad. Y claro, mientras hago no pienso, ocupo. Está claro que es mi manera de boicotearme y llevarme a ese lugar teóricamente incómodo que, en realidad, es mi zona de confort. Estar en la cuerda floja, como esa funambulista que os relata un día, tan a punto de caer constantemente. Igual que los deportistas de riesgo se vuelven adictos a la dopamina y adrenalina que segregan las emociones fuertes, a mí estar ocupada me activa la producción de dopamina que ya sabemos que está vinculada al placer y que regula la motivación y el deseo haciendo que repitamos patrones. Vamos, que al final estoy haciendo lo mismo que ese poeta del que hablaban en el grupo pero respecto a otras cuestiones. Ocupar el tiempo para no tenerlo, para no pensar, para no tener que elegir un rumbo cuando tienes la posibilidad de elegirlos todos. Porque elegir es, en realidad, una renuncia a todo lo que no escoges. Y yo, me temo, que por no querer renunciar a nada estoy renunciando a todo.
Miro a mi alrededor y veo que no estoy sola. Como en nada. No somos nada originales en nuestra especie. Todo ya se sabe, todo está inventado, apenas variaciones sobre algo que ya estaba… Y si observo con atención, todos tenemos esos reductos en los que nos sentimos cómodos y que, aunque sepamos que no nos convienen, a veces decidimos bajar la guardia y dejarnos invadir por lo cotidiano, sabiendo que nos metemos en arenas movedizas y que es posible que nos traguen, pero es que la vida también es esto.
Me he levantado gris, como el día, y eso debe ser bueno porque por fin puedo escribir. Mira que lo intento, pero aunque es un tema recurrente en las últimas reuniones con amigos de boli y pluma, qué le vamos a hacer, yo si estoy feliz soy como un torrente seco, no me salen las palabras. He empezado mil textos, pero no fluyen. Puedo escribir formalmente, como hago en otros lugares, pero en este rinconcito E me ha dado un espacio especial para poder desbaratar mis resquicios de barreras y temores y abrirme a ti. ¿Recuerdas el origen de este lugar? ”…Déjame que me cuele en tu vida, en tu casa, y en tus pensamientos. Hagamos el amor apasionadamente, mentalmente, físicamente, egoístamente. Compartamos. Tú me das, yo te doy. Hagámoslo juntos. Dialoguemos…”
Y lo intento, mira que lo intento, pero no fluye. Había oído hablar del síndrome de la página en blanco, pero me parecía una leyenda urbana ¡nunca me había pasado! Escribir es como respirar, no se puede vivir sin hacerlo.
Comentaban, pues, estos amigos a los que me refiero, el caso de un poeta que necesitaba sentirse constantemente deprimido, triste y hundido para crear, de tal manera que acababa boicoteando inconscientemente sus relaciones en una búsqueda desesperada de no dejar de fluir. Su mesa de trabajo, apenas iluminada por un flexo, y enfrente suyo las imágenes de los poetas melancólicos y suicidas en los que inspiraba sus constantes regodeos en el dolor y en el quebranto. ¿Merecía la pena, se debatía en el grupo, fomentarte el dolor para escribir si es tu único motor? Parece algo como incongruente y hasta cierto punto aberrante. Uno escribe porque le hace sentir bien, porque es la satisfacción de una necesidad casi vital, ¿entonces? Me recuerda al anuncio de una bebida energética que decía “¿Para qué corres? Para tener sed”. ¿Pero qué pasa cuando el torrente se seca? ¿No es precisamente esta ausencia de palabras lo que causa la infelicidad de quien vive por escribir? Es como el dolor del miembro fantasma en un amputado. Te duele escribir porque no puedes escribir. ¿Y cómo lo alivias?
Este mes, ya camino de Sant Jordi, sale un nuevo libro. Este año decidí cambiar mi bio, es menos académica para que antes de ojearme, el lector pueda saber dónde se está metiendo. Y claro, escribir siempre acaba delatándome a mí misma. Hay un fragmento con una gran verdad en mi caso “hacer muchas cosas no siempre es vivir”. El problema es que ese es mi patrón, a la que me descuido ¡zas! me acabo embarrando en algo nuevo. Quienes me conocen sólo me miran con cara de “ya me lo esperaba” y pasan al siguiente tema, como con mi puntualidad. Y claro, mientras hago no pienso, ocupo. Está claro que es mi manera de boicotearme y llevarme a ese lugar teóricamente incómodo que, en realidad, es mi zona de confort. Estar en la cuerda floja, como esa funambulista que os relata un día, tan a punto de caer constantemente. Igual que los deportistas de riesgo se vuelven adictos a la dopamina y adrenalina que segregan las emociones fuertes, a mí estar ocupada me activa la producción de dopamina que ya sabemos que está vinculada al placer y que regula la motivación y el deseo haciendo que repitamos patrones. Vamos, que al final estoy haciendo lo mismo que ese poeta del que hablaban en el grupo pero respecto a otras cuestiones. Ocupar el tiempo para no tenerlo, para no pensar, para no tener que elegir un rumbo cuando tienes la posibilidad de elegirlos todos. Porque elegir es, en realidad, una renuncia a todo lo que no escoges. Y yo, me temo, que por no querer renunciar a nada estoy renunciando a todo.
Miro a mi alrededor y veo que no estoy sola. Como en nada. No somos nada originales en nuestra especie. Todo ya se sabe, todo está inventado, apenas variaciones sobre algo que ya estaba… Y si observo con atención, todos tenemos esos reductos en los que nos sentimos cómodos y que, aunque sepamos que no nos convienen, a veces decidimos bajar la guardia y dejarnos invadir por lo cotidiano, sabiendo que nos metemos en arenas movedizas y que es posible que nos traguen, pero es que la vida también es esto.