Demarcaciones e ismos
![[Img #35483]](upload/img/periodico/img_35483.jpg)
En el entorno de cada cual, según donde resida o de donde proceda, se produce una identificación de pertenencia a un determinado lugar: “yo soy de…” tal localidad, comarca, provincia, región o país. En paralelo, las Administraciones públicas acotan las escalas territoriales mediante las correspondientes demarcaciones, políticas o administrativas, lo que facilita, cuando no complica, el encaje y acople de unos espacios en otros. De ahí que en las personas se cruzan continuamente sus imaginarios y mapas mentales con los mapas y demarcaciones de las administraciones, por lo que se viene tejiendo a lo largo de una vida personal una red tupida de identidades que pueden coincidir o no con la escala territorial de referencia.
De un lado, hay que reconocerlo, en la sociedad actual se producen múltiples mudanzas, comenzando porque el individuo muta de lugar en distintas ocasiones de su vida. Es lo corriente, que cambie de residencia más de una vez en su vida. Es migrante y a veces, migrante definitivo, no retorna, y, si lo hace, se trata de un desplazamiento, frecuentemente, temporal: tiene ocupación en un lugar y es residente (más bien, durmiente) en otro. De ahí que nos encontremos muchas personas con dificultades a la hora de identificarnos, si de un lugar o de otro. Ya no es habitual asumir una sola procedencia, como es mi caso: “soy de la Ribera del Órbigo”, donde nací, pero en realidad más bien “soy de Astorga”, donde residí hasta que vine a vivir definitivamente a León, después de haber estudiado y vivido algún tiempo en Madrid. A este propósito, se dice, con bastante sentido, que “uno, no es de donde nace, sino de donde pace”.
De otro lado, la misma Administración española en el periodo coetáneo también ha mudado (y más que puede mudar aún) su mapa político. Antes, en la sociedad tradicional de un siglo atrás, sin remontarnos mucho, la demarcación territorial estaba configurada en cuatro niveles: el municipio/el partido judicial/la provincia/el Estado. De esta manera podemos encontrarnos aún con indicaciones de otra época, a la entrada de un barrio o lugar, por ejemplo, en un caso de Asturias: “Reborio, concejo de Muros de Nalón, partido de Pravia, provincia de Oviedo”. Así, quedaba dicho todo y, a la vez, se orientaba al transeúnte accidental. Si bien, aún quedaba otra administración que tenía su influencia por entonces, la del mapa eclesiástico (parroquia/arciprestazgo/diócesis) en la sociedad y en los mismos feligreses.
En cambio, en nuestra sociedad actual, la organización territorial del Estado Autonómico ha alterado esta orientación anterior, al sustituir el partido judicial (en cuanto al sentido identitario) por la comarca (en los casos que así ocurre, como en El Bierzo) y, sobre todo, sustituir la provincia por la Comunidad Autónoma o depreciarla en las Comunidades pluriprovinciales. Así mismo, aparece también, de manera oficial, la esfera supraestatal de la Unión Europea y, aún de manera oficiosa, múltiples escalas intermedias, regionales o subregionales, que en el futuro pueden tener relevancia, tal como la Eurorregión del Duero, el Cuadrante Noroeste ibérico o el área urbana y metropolitana.
Con todo este galimatías, de nuevas y novísimas demarcaciones territoriales, que afecta, en mayor o menor grado, a nuestra vida y abonado también por confusas demarcaciones administrativas, no es extraño que se alimenten ismos identitarios, a modo de tabla de salvación, con raigambre local o regional: bercianismo, leonesismo, catalanismo… y ello en un mundo global, lo que parece un contrasentido que se sale de la lógica geográfica, pero que contribuyen a nuestro desconcierto actual.
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En el entorno de cada cual, según donde resida o de donde proceda, se produce una identificación de pertenencia a un determinado lugar: “yo soy de…” tal localidad, comarca, provincia, región o país. En paralelo, las Administraciones públicas acotan las escalas territoriales mediante las correspondientes demarcaciones, políticas o administrativas, lo que facilita, cuando no complica, el encaje y acople de unos espacios en otros. De ahí que en las personas se cruzan continuamente sus imaginarios y mapas mentales con los mapas y demarcaciones de las administraciones, por lo que se viene tejiendo a lo largo de una vida personal una red tupida de identidades que pueden coincidir o no con la escala territorial de referencia.
De un lado, hay que reconocerlo, en la sociedad actual se producen múltiples mudanzas, comenzando porque el individuo muta de lugar en distintas ocasiones de su vida. Es lo corriente, que cambie de residencia más de una vez en su vida. Es migrante y a veces, migrante definitivo, no retorna, y, si lo hace, se trata de un desplazamiento, frecuentemente, temporal: tiene ocupación en un lugar y es residente (más bien, durmiente) en otro. De ahí que nos encontremos muchas personas con dificultades a la hora de identificarnos, si de un lugar o de otro. Ya no es habitual asumir una sola procedencia, como es mi caso: “soy de la Ribera del Órbigo”, donde nací, pero en realidad más bien “soy de Astorga”, donde residí hasta que vine a vivir definitivamente a León, después de haber estudiado y vivido algún tiempo en Madrid. A este propósito, se dice, con bastante sentido, que “uno, no es de donde nace, sino de donde pace”.
De otro lado, la misma Administración española en el periodo coetáneo también ha mudado (y más que puede mudar aún) su mapa político. Antes, en la sociedad tradicional de un siglo atrás, sin remontarnos mucho, la demarcación territorial estaba configurada en cuatro niveles: el municipio/el partido judicial/la provincia/el Estado. De esta manera podemos encontrarnos aún con indicaciones de otra época, a la entrada de un barrio o lugar, por ejemplo, en un caso de Asturias: “Reborio, concejo de Muros de Nalón, partido de Pravia, provincia de Oviedo”. Así, quedaba dicho todo y, a la vez, se orientaba al transeúnte accidental. Si bien, aún quedaba otra administración que tenía su influencia por entonces, la del mapa eclesiástico (parroquia/arciprestazgo/diócesis) en la sociedad y en los mismos feligreses.
En cambio, en nuestra sociedad actual, la organización territorial del Estado Autonómico ha alterado esta orientación anterior, al sustituir el partido judicial (en cuanto al sentido identitario) por la comarca (en los casos que así ocurre, como en El Bierzo) y, sobre todo, sustituir la provincia por la Comunidad Autónoma o depreciarla en las Comunidades pluriprovinciales. Así mismo, aparece también, de manera oficial, la esfera supraestatal de la Unión Europea y, aún de manera oficiosa, múltiples escalas intermedias, regionales o subregionales, que en el futuro pueden tener relevancia, tal como la Eurorregión del Duero, el Cuadrante Noroeste ibérico o el área urbana y metropolitana.
Con todo este galimatías, de nuevas y novísimas demarcaciones territoriales, que afecta, en mayor o menor grado, a nuestra vida y abonado también por confusas demarcaciones administrativas, no es extraño que se alimenten ismos identitarios, a modo de tabla de salvación, con raigambre local o regional: bercianismo, leonesismo, catalanismo… y ello en un mundo global, lo que parece un contrasentido que se sale de la lógica geográfica, pero que contribuyen a nuestro desconcierto actual.






