Aidan Mcnamara
Sábado, 31 de Marzo de 2018

Educación Para La Ciudadanía Cibernética.

 

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La voluntad de poder, voluntad de potencia o voluntad de pujanza (en alemán: Der Wille zur Macht) ?es un concepto importante de la filosofía de Friedrich Nietzsche. Según Internet. Y como muchos ya saben.

 

Pero no lo es. Estoy cansado de esta palabra concepto. Son provocaciones imaginativas. Son sugerencias ricas. Y se nota en la traducción múltiple. Y luego nos dice en otro texto, Nietzsche, que Dios ha muerto (¿acaso ha vivido?). Otras ocho mil interpretaciones. Estupendo.

 

Ciencia, ninguna. Es menester no mentir a nuestros jóvenes. La filosofía ha sido, muchas veces, un ejercicio de poesía rigurosa, eso sí, a menudo sin gracia o con demasiada música… sin director. Salvo por un sinfín de exégetas y discípulos que lo pasan pipa confundiendo las cáscaras del manjar con sus frutos más íntimos.

 

Y no se equivocan. Porque a los filósofos les encantan los andamios de un sistema para… hacer un sistema. (Véase Gustavo Bueno). Pero, a la vez, nos advierten que la vida es un flujo continuo, un proceso (incluso en una cárcel alemana) y, como mucho, un todo contingente…

 

¿En qué quedamos, pues? Fácil. Reconozcamos e insistamos en que los filósofos hablen más con los científicos. Porque los científicos tienen algo magnífico: se acuerdan siempre de dos cosas que les hacen humildes: a) Igual me equivoco y b) Siempre se podrá mejorar lo que ya sé (que es la forma educada de decir: algún cabrón vendrá a ponerme en evidencia).

 

Los chavales de este siglo (los que están a punto de cumplir 16 17 y 18 años, la generación nativa über-digital) están rodeados de problemas filosóficos. Y no se dan cuenta. Aquí (no quiero hacer trampas) me refiero a los problemas en el plano moral más que a los que se hallan en el plano ontológico.

 

Su consumo de las manifestaciones culturales es enorme. Digo manifestaciones culturales porque reservo la palabra arte para lo más excelente. (El arte es un demócrata en paro). Un meme puede coincidir y cumplir con mis exigencias de cara a la verdad y la belleza, pero seamos honestos: hay mucha basura. Sin embargo, dentro de esa basura, hay muy a menudo un mensaje o una moraleja. O un desafío ideológico.

 

Vaya tormenta sináptica continua. ¿O es hipnosis? No lo sé. Porque todo este panorama es muy nuevo. Y por ser nuevo, no sabemos tampoco qué efectos tendrá en cuanto a la forma de cambiar nuestro ser. Bastantes arenas movedizas ontológicas hay alrededor del futuro.

 

Los chavales andan con bibliotecas de trillones de bibliotecas. Sus móviles son las nuevas extremidades del cráneo. Igual lo suyo no es una lectura de libros pero tampoco es tan inocuo como ver un capítulo de La Casa De La Pradera una vez a la semana para acostarse luego con unas páginas de Los Cinco. Y el resto del tiempo en la calle.

 

Tranquilos. No sugiero que los chavales de mi época leyeran a Los Cinco con 16 años. Ha sido una exageración anacrónica para espabilar a mis lectores más jóvenes, que no saben por qué todavía no he dicho nada concluyente en ocho segundos.

 

Cuando el Gran Zapatero (porque me ha salvado los pulmones) zarpó rumbo a la educación para la ciudadanía yo me preguntaba (tosiendo) ¿Cuál es el propósito de esta hipotética programación de estudios enfocada a informar e inculcar a los jóvenes- ciudadanos putativos-  sobre la sociedad y su papel en ella, si ya se da filosofía?

 

La respuesta es fácil. Yo fui lento. Lo achaco a la carencia de la filosofía en mis años escolares. En mi pueblo natal, en los años setenta, dimos Educación Para La Ciudadanía. Me acuerdo bien porque tocaba aprender sobre las distintas culturas de los países miembros en uno de los temas sobre la composición y funcionamiento de la CEE (ahora la CE).

 

La respuesta es que en mi pueblo no nos dieron filosofía porque sabían que eso suscitaría una rebelión enorme: haríamos preguntas. Porque en clase de lengua (inglesa, en mi caso) era normal y habitual contar, narrar y redactar cuentos y discutir con el profesor, que nos hacía saber lo que era el pensamiento crítico mediante la participación.

 

Curioso contraste. Zapatero (o sus asesores), se podría argüir, era consciente de esta paradoja. Me gusta imaginarme una escena gubernamental de la época del NO-DO:

 

Vamos a darles a todos nuestros jóvenes información sobre Platón, Kant y Ortega. Vamos a llamarla filosofía. Siguiente.

 

-Oiga, ¿en qué tema sale la noticia de que la ciencia tumbó a la superstición en el sigo XVII?

 

- Martínez, eso es historia. Siguiente.

 

- Y si el feto está mal formado en la semana 10 y simultáneamente se corre el riesgo de provocar la muerte de la madre por su estado deforme… ¿aún no se puede abortar?

 

-López eso es biología.

 

Etc.

 

La filosofía es todo. E igual Zapatero pensaba: pues no lo es para nada, nos falta enseñar el estado y su constitución, más las obligaciones y derechos de sus miembros. (Ya sé. Suena un poco soviético por no decir, ejem, muy nacionalista de tipo vertical).

 

 Tiene gracia. Sócrates (a Zapatero le va a molar salir en el mismo párrafo que el griego) dijo: conócete a ti mismo.

 

Los chavales están en ello. Tienen mucha curiosidad. Tienen un lenguaje nuevo. Ven sus sueños sin tener que dormir. Si les presentamos sesenta fotocopias de apuntes sobre la ilustración no se verán ilustrados.

 

-Oye, hijo, ¿sabes lo que quería decir Nietzsche con lo de que Dios está muerto?

 

-Sí. Lo vi hace una semana en Instagram. Pero ya lo sabía.

 

- ¿Cómo?

 

-Lo sabía. Lo sé. El Dios de tus padres nace a raíz de un mito palestino que, dicen, es una fábula magnífica, pero todos sabemos que hay mucha evidencia filológica y antropológica de que los relatos tipo nace un Salvador cuyo padre es Dios están por doquier, sobre todo en la edad de bronce. ¿Oye? ¿Quieres mirar esta canción?

 

-Una canción se escucha, hijo mío…

 

Etc.

 

Hoy día ¿qué coño/a tiene que ver (aun teniendo en cuenta los encantos semántico-etimológicos que podrían detonar la imaginación de una chavala de 17 años) las palabras imperativo categórico?

 

Sólo digo una cosa: ojalá que los profesores de filosofía -cuya noble docencia admiro mucho a pesar de la posible contaminación de ciertos ineptos preceptos del Ministerio de Educación y de los políticos que querían deshacerse de ellos (¿serán filósofos o psicólogos cognitivos los asesores del Ministro de Educación?)- vayan al aula con una libertad de cátedra educada hacia la comprensión de nuestros jóvenes ciudadanos.

 

No sabrán mucho sobre Donald Tusk pero sí la de Dios acerca de la oxitocina, las endorfinas y todos estos conceptos que a los mayores nos han llegado muy tarde en los últimos años. Ya les son pan comido. Los jóvenes no son robots. Pero bailan con ellos.

 

Sus intereses y sus conocimientos extracurriculares son importantes y están interrelacionados, muy a nuestro pesar, gracias a los algoritmos, sus asuntos e inquietudes no son tan aleatorios. Pero el ámbito de su curiosidad es tangencial al sistema oficial imperante estatal (e incluso familiar) de los conocimientos tradicionales, y esto es un factor a tener en consideración cuando les pedimos que se ciñan a sus estudios.

 

Ya están estudiando. Pero igual los temas no coinciden con sus asignaturas. Sin embargo, sus navegaciones no son en absoluto frívolas (a veces sí) y, si son hipnóticas, cabe preguntarse hasta qué punto es el sistema actual igual de narcótico. Su curiosidad es posiblemente más pulida que la que se ofrece en el aula.

 

Fuera de ella pueden hacer preguntas y recibir respuestas conforme a sus propias programaciones o agendas, y estas respuestas serán siempre emocionantes (si no del todo satisfactorias), porque no hay limitaciones de enfoque ni un fondo exhaustivo ni un coto vedado.

 

Y lo que antes era un aforismo de Schopenhauer (¡¡el más feminista de todos!!) ya es un tuit sentencioso tipo los contenidos de una movida #MeToo, y una obra de arte ya es un videoclip casero. Entendamos su mundo y tengamos paciencia. Y nada de cárcel para lo artesano experimental. La crucifixión ya no vale para ordenar el alma para el otro mundo. Ya estamos en él.

 

 

 

 

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