El canto de las ranas
![[Img #37020]](upload/img/periodico/img_37020.jpg)
Ayer las ranas iniciaron su canto / ¡Qué sensación de calor emanaba! / Inundaron de alegría el río y la pradera / De esperanza el corazón y las piedras
Ayer las ranas iniciaron su coro / Y encharcaron el espacio con sus ecos / Y sofocaron el tiempo en los ancestros / Y evocaron las memorias del alma
Ayer las ranas iniciaron su himno / Y a su ritmo la hierba bailaba / Y las nutrias atendían asombradas / Y el tiempo se disfrazaba de magia
Ayer despertaron las ranas / Cantaban tímidas todavía / Y en su repertorio inmortal / se avivaban y reían.
Con gran emoción recibo siempre el primer croar de estas ranas que, después de haber pasado medio año enmudecidas bajo las oscuras aguas de su hogar, se eleva de pronto, como por arte de magia, de entre las islas de nenúfares del estaque, anunciando la llegada de la primavera y su alegre vuelta a la vida y al disfrute de su hogar.
El sonido gutural que realizan estos batracios no es que sea un desecho de armonía, no, pero es un sonido puro, noble, familiar, atávico, que trasmite jovialidad y felicidad pregonando, en coro incesante, el verdadero comienzo de un nuevo ciclo vital que se inicia con el potente y pujante despertar de la naturaleza.
Estos cánticos corales de las ranas que habitan mi estanque me aportan anualmente una gran satisfacción al espíritu, una íntima sensación, tremendamente dulce, de calidez y de gozo. Representan la tradición y el renacimiento, lo de siempre y lo naciente, la vuelta al inicio del bucle de la vida, el un comenzar de nuevo de la naturaleza y de nuestro aliento.
Los pájaros llevan tiempo alborotando con sus trinos el ambiente, son impacientes y se adelantan a las cálidas temperaturas ambientales. Las ranas, sin embargo, despiertan de su letargo invernal con mucho más precisión, cuando ya notan que el calor, el calorcillo estacional, se estabiliza. No arriesgan, van sobre seguro.
Me resulta envidiable la felicidad que exhiben estos pequeños seres anfibios, y la de los cucos y los jilgueros y los petirrojos y los mirlos y las abubillas y…, y la de todos los demás seres del mundo animal que reciben esta nueva y caprichosa primavera cantando alegremente mientras la humanidad, a su alrededor, ha perdido el juicio y se desmorona.
Cuando me da por cavilar en comparaciones utópicas me viene a la cabeza un salmo que debí de aprender de pequeña en el colegio y se me quedó grabado ‘a fuego’: Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
Es un tanto desconcertante esta gran promesa del Padre celestial teniendo en cuenta tantos parados, jubilados, subsaharianos, náufragos del mediterráneo, etc…, etc…, que están aguardando a que en este duro mundo alguien los auxilie porque no parece que les caiga nada del cielo.
Se ve que la táctica de primero “prometer” y luego “eludir” no es cosa nueva, cosa de ahora. No es una malvada derivación de las políticas del sistema imperante eso de la abundancia del “prometer”. No. No es una táctica gallega de M.Rajoy, ni leonesa de J.L.Zapatero, ni castellana de J.M.Aznar, ni andaluza de Felipe Gonzalez, ni del “puedo prometer y prometo” del abulense Adolfo Suarez.
El hecho de someternos a las engañifas de: “te ofrezco pero no te doy” vemos que es un modelo de escuela bíblica y ahí… con la Iglesia hemos topado. Nada que hacer. Cosa de fe. Y ya se sabe que en la fe no entra la razón. Se trata de una ancestral costumbre recurrente. Así es. Y con esa herencia tenemos que vivir. Es bueno tenerlo en cuenta para no decepcionarnos demasiado en cada ‘olvido’ ajeno.
Él puede prometer y promete, y Tú no deberías olvidar y pero olvidas. No sé si es lo más acertado aunque parezca lo más prudente. La desmemoria nunca, nunca, es buena.
Y las ranas, tan sabias ellas, se siguen acordando cada primavera de su canto, y cantan y cantan, año tras año, ajenas a promesas y olvidos. ¡Qué felicidad!
O témpora, o mores
Ayer las ranas iniciaron su canto / ¡Qué sensación de calor emanaba! / Inundaron de alegría el río y la pradera / De esperanza el corazón y las piedras
Ayer las ranas iniciaron su coro / Y encharcaron el espacio con sus ecos / Y sofocaron el tiempo en los ancestros / Y evocaron las memorias del alma
Ayer las ranas iniciaron su himno / Y a su ritmo la hierba bailaba / Y las nutrias atendían asombradas / Y el tiempo se disfrazaba de magia
Ayer despertaron las ranas / Cantaban tímidas todavía / Y en su repertorio inmortal / se avivaban y reían.
Con gran emoción recibo siempre el primer croar de estas ranas que, después de haber pasado medio año enmudecidas bajo las oscuras aguas de su hogar, se eleva de pronto, como por arte de magia, de entre las islas de nenúfares del estaque, anunciando la llegada de la primavera y su alegre vuelta a la vida y al disfrute de su hogar.
El sonido gutural que realizan estos batracios no es que sea un desecho de armonía, no, pero es un sonido puro, noble, familiar, atávico, que trasmite jovialidad y felicidad pregonando, en coro incesante, el verdadero comienzo de un nuevo ciclo vital que se inicia con el potente y pujante despertar de la naturaleza.
Estos cánticos corales de las ranas que habitan mi estanque me aportan anualmente una gran satisfacción al espíritu, una íntima sensación, tremendamente dulce, de calidez y de gozo. Representan la tradición y el renacimiento, lo de siempre y lo naciente, la vuelta al inicio del bucle de la vida, el un comenzar de nuevo de la naturaleza y de nuestro aliento.
Los pájaros llevan tiempo alborotando con sus trinos el ambiente, son impacientes y se adelantan a las cálidas temperaturas ambientales. Las ranas, sin embargo, despiertan de su letargo invernal con mucho más precisión, cuando ya notan que el calor, el calorcillo estacional, se estabiliza. No arriesgan, van sobre seguro.
Me resulta envidiable la felicidad que exhiben estos pequeños seres anfibios, y la de los cucos y los jilgueros y los petirrojos y los mirlos y las abubillas y…, y la de todos los demás seres del mundo animal que reciben esta nueva y caprichosa primavera cantando alegremente mientras la humanidad, a su alrededor, ha perdido el juicio y se desmorona.
Cuando me da por cavilar en comparaciones utópicas me viene a la cabeza un salmo que debí de aprender de pequeña en el colegio y se me quedó grabado ‘a fuego’: Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
Es un tanto desconcertante esta gran promesa del Padre celestial teniendo en cuenta tantos parados, jubilados, subsaharianos, náufragos del mediterráneo, etc…, etc…, que están aguardando a que en este duro mundo alguien los auxilie porque no parece que les caiga nada del cielo.
Se ve que la táctica de primero “prometer” y luego “eludir” no es cosa nueva, cosa de ahora. No es una malvada derivación de las políticas del sistema imperante eso de la abundancia del “prometer”. No. No es una táctica gallega de M.Rajoy, ni leonesa de J.L.Zapatero, ni castellana de J.M.Aznar, ni andaluza de Felipe Gonzalez, ni del “puedo prometer y prometo” del abulense Adolfo Suarez.
El hecho de someternos a las engañifas de: “te ofrezco pero no te doy” vemos que es un modelo de escuela bíblica y ahí… con la Iglesia hemos topado. Nada que hacer. Cosa de fe. Y ya se sabe que en la fe no entra la razón. Se trata de una ancestral costumbre recurrente. Así es. Y con esa herencia tenemos que vivir. Es bueno tenerlo en cuenta para no decepcionarnos demasiado en cada ‘olvido’ ajeno.
Él puede prometer y promete, y Tú no deberías olvidar y pero olvidas. No sé si es lo más acertado aunque parezca lo más prudente. La desmemoria nunca, nunca, es buena.
Y las ranas, tan sabias ellas, se siguen acordando cada primavera de su canto, y cantan y cantan, año tras año, ajenas a promesas y olvidos. ¡Qué felicidad!
O témpora, o mores