CUENTOS DE LA FRESQUERA
El offjetivo
Ana Marta Jiménez Santalla vive en Madrid, narradora sutil e incansable de mundos dibujados en palabras donde el negro del alma humana, incesante, vuelve a representar su baile real. Como creadora de distintos registros, moldea el significado de los términos para convertirse en hacedora de sueños que transmite al papel.
![[Img #38129]](upload/img/periodico/img_38129.jpg)
Desayunaba tostadas con margarina y un caliente café con leche para despertarse mientras leía el periódico. Pasaba las páginas lentamente tras examinar el reportaje de turno o la noticia del día. Era su momento íntimo, como tantos otros antes, en los que no permitía que nadie entrara. O al menos eso creía ella. Sorber lentamente los últimos tragos del desayuno era un placer indescriptible, un rito realizado cada mañana de diario a las 7:15 en El Orly, en el Parque de Begoña. A las 7:45, comenzaba el movimiento frenético.
–Vitu, me voy. Nos vemos mañana, como siempre. Ahí te dejo el periódico. –Le decía al camarero, mientras depositaba el periódico del día en la barra, en el lugar reservado para ellos.
–Hasta mañana Cova y ve por la sombra que al sol…
–¿Sol? ¿Dónde ves tú el sol? Ese es un Astro que no nos está permitido ver en esta estación del año, salvo ciertos días, claro, pero gracias por el intento. Nos vemos mañana.
–Chao guapa.
Se coloca el largo abrigo de piel vuelta marrón oscuro sacando las enormes solapas, dejando a la vista el borreguillo interior del cuello y la capucha. Sus movimientos eran captados por el objetivo, uno a uno, desde el otro lado de la acera. Metió el brazo derecho por la manga y echando hacia atrás el brazo izquierdo, lo coloca en el lugar correspondiente de la prenda que porta. Mira hacia abajo para pasar el botón por el ojal; uno, dos, tres, suficientes; y acaba cerrando el superior colocado a la altura del cuello. Un último disparo y el pañuelo de gasa rodea suavemente su cuello, aprisionando parcialmente su larga y negra cabellera por detrás de la cabeza. Se cuelga el bolso de bandolera y coge su maletín por las asas con la mano izquierda para salir a buen ritmo del bar. En la puerta mira hacia la izquierda, pero no puede evitar dirigir sus ojos al frente escrutando la oscuridad de los cristales del establecimiento allí situado, intentando buscar los ojos que la acechan, la agreden, inmiscuyéndose en su vida momentáneamente.
–Tonterías, como me van a observar. Puf, creo que necesitas un descanso, Cova –Se dijo a sí misma en un intento por tranquilizar su reciente paranoia.
Con paso firme se dirige desde el parque de Begoña hacia la calle Corrida. Atraviesa las travesías bulliciosas, en movimiento, despertando lentamente a sus vecinos y viandantes. Los lúgubres edificios, como el día, le saludan a su paso. Los coches, lentamente consiguen el ritmo propicio para una ciudad de provincias acostumbrada al camino seguro que lleva hacia la lonja, la Universidad, la autopista, o de camino a otros lugares, en busca del trabajo diario.
Andando por la calle Corrida, los bares de los laterales comienzan a colocar, dentro de los grandes toldos, los manteles sobre las mesas individuales, los servilleteros y ceniceros, a la espera de los futuros y esperados clientes. Otra semana más sin pena ni gloria; comido por servido. Malos tiempos. Su pierna derecha asoma entre el vaivén de los pliegues del abrigo, dejando entrever sus botines planos de ante marrón dando paso al pitillo azul vaquero que esconde su cinturilla bajo la blusa de gasa azul que danza ligera sobre ella. El cuello maho deja entrever una camiseta de tirantes y de escote generoso que pronuncia sus senos. Adelantas el pie derecho, luego el izquierdo en un acompasado movimiento del cuerpo con tus extremidades inferiores. El vuelo de la pelliza marrón queda paralizado en la máquina, y sin embargo sigue con su baile rodeando tu cuerpo, manteniendo la tibieza en tu interior. Te giras buscándole, te mira, no sabes dónde.
Un poco más y podrás estar a salvo, tras las paredes de tu estudio, con los demás; ellos te esperan. Te abalanzas sobre la puerta asiendo frenética el pomo y empujándola hacia dentro para abrirla y entrar en su interior. Crees verle, alguien que estaba saliendo por la puerta de la tienda de enfrente del Orly, también lo has visto ayer, ¿dónde más? Es él, el mismo desde hace días que se esconde tras unas gafas negras. Pasa de largo mientras le miras desde el otro lado de la puerta, ahora a salvo, intentando reconocerle. Lleva un bolso grande de cuero negro que tiene la cremallera abierta, y en su mano izquierda una cinta de nylon negra sube por su brazo y acaba en… un objeto. No lo ves bien, pero jurarías que era una cámara. Una sensación de indignación sube por tu espalda desplazando el miedo que se había apoderado de ti desde hace algunos días.
–Como vuelva a encontrarme a este gilipollas se entera. ¿Haciéndome fotos a mí? Y yo creyendo que estoy zumbada. Ufff. Que sensación… Se acabó; si le veo otra vez me acerco y…
–Buenos días jefa, ¿ocurre algo? ¿Sigues con esa sensación de… extrañeza? Hoy ya es jueves, tal vez una salida de fin de semana te sea conveniente –tu asistente, tan servicial como siempre, se ha percatado de tu alteración, pero no ve nada más.
–Sí, en eso estaba yo pensando ahora mismo. Aunque creo saber de dónde viene ese sentimiento. Nada que no se arregle más tarde.
A la salida del trabajo la misma sensación, pero sigues sin verle, no sabes dónde se esconde para que no le veas. Haces el camino de regreso, parando en el mercado de abastos para recoger los boquerones frescos y las verduras preparadas en bolsones de papel. Sigues andando y te vuelves intentando pillarle in fraganti, pero solo ves el vuelo de una gabardina hacia un lateral que se mezcla entre la gente, entre las últimas apresuradas compras antes de cerrar las puertas del mercado. Al salir del edificio sientes que unos ojos te observan en movimientos pausados, a fracciones de segundo. Retazos de tiempo que unido hace una secuencia larga de todo un día de tu vida, otro día más.
Entras en el portal y cierras tras de ti mirando por los cristales de las puertas en un intento desesperado de verle, pero nada. Hoy ya estás a salvo, una vez más. Subiendo en el ascensor piensas cómo enfrentar el día siguiente, probando a decirte a ti misma que mañana sí le verás y acabarás con todo esto.
![[Img #38129]](upload/img/periodico/img_38129.jpg)
Desayunaba tostadas con margarina y un caliente café con leche para despertarse mientras leía el periódico. Pasaba las páginas lentamente tras examinar el reportaje de turno o la noticia del día. Era su momento íntimo, como tantos otros antes, en los que no permitía que nadie entrara. O al menos eso creía ella. Sorber lentamente los últimos tragos del desayuno era un placer indescriptible, un rito realizado cada mañana de diario a las 7:15 en El Orly, en el Parque de Begoña. A las 7:45, comenzaba el movimiento frenético.
–Vitu, me voy. Nos vemos mañana, como siempre. Ahí te dejo el periódico. –Le decía al camarero, mientras depositaba el periódico del día en la barra, en el lugar reservado para ellos.
–Hasta mañana Cova y ve por la sombra que al sol…
–¿Sol? ¿Dónde ves tú el sol? Ese es un Astro que no nos está permitido ver en esta estación del año, salvo ciertos días, claro, pero gracias por el intento. Nos vemos mañana.
–Chao guapa.
Se coloca el largo abrigo de piel vuelta marrón oscuro sacando las enormes solapas, dejando a la vista el borreguillo interior del cuello y la capucha. Sus movimientos eran captados por el objetivo, uno a uno, desde el otro lado de la acera. Metió el brazo derecho por la manga y echando hacia atrás el brazo izquierdo, lo coloca en el lugar correspondiente de la prenda que porta. Mira hacia abajo para pasar el botón por el ojal; uno, dos, tres, suficientes; y acaba cerrando el superior colocado a la altura del cuello. Un último disparo y el pañuelo de gasa rodea suavemente su cuello, aprisionando parcialmente su larga y negra cabellera por detrás de la cabeza. Se cuelga el bolso de bandolera y coge su maletín por las asas con la mano izquierda para salir a buen ritmo del bar. En la puerta mira hacia la izquierda, pero no puede evitar dirigir sus ojos al frente escrutando la oscuridad de los cristales del establecimiento allí situado, intentando buscar los ojos que la acechan, la agreden, inmiscuyéndose en su vida momentáneamente.
–Tonterías, como me van a observar. Puf, creo que necesitas un descanso, Cova –Se dijo a sí misma en un intento por tranquilizar su reciente paranoia.
Con paso firme se dirige desde el parque de Begoña hacia la calle Corrida. Atraviesa las travesías bulliciosas, en movimiento, despertando lentamente a sus vecinos y viandantes. Los lúgubres edificios, como el día, le saludan a su paso. Los coches, lentamente consiguen el ritmo propicio para una ciudad de provincias acostumbrada al camino seguro que lleva hacia la lonja, la Universidad, la autopista, o de camino a otros lugares, en busca del trabajo diario.
Andando por la calle Corrida, los bares de los laterales comienzan a colocar, dentro de los grandes toldos, los manteles sobre las mesas individuales, los servilleteros y ceniceros, a la espera de los futuros y esperados clientes. Otra semana más sin pena ni gloria; comido por servido. Malos tiempos. Su pierna derecha asoma entre el vaivén de los pliegues del abrigo, dejando entrever sus botines planos de ante marrón dando paso al pitillo azul vaquero que esconde su cinturilla bajo la blusa de gasa azul que danza ligera sobre ella. El cuello maho deja entrever una camiseta de tirantes y de escote generoso que pronuncia sus senos. Adelantas el pie derecho, luego el izquierdo en un acompasado movimiento del cuerpo con tus extremidades inferiores. El vuelo de la pelliza marrón queda paralizado en la máquina, y sin embargo sigue con su baile rodeando tu cuerpo, manteniendo la tibieza en tu interior. Te giras buscándole, te mira, no sabes dónde.
Un poco más y podrás estar a salvo, tras las paredes de tu estudio, con los demás; ellos te esperan. Te abalanzas sobre la puerta asiendo frenética el pomo y empujándola hacia dentro para abrirla y entrar en su interior. Crees verle, alguien que estaba saliendo por la puerta de la tienda de enfrente del Orly, también lo has visto ayer, ¿dónde más? Es él, el mismo desde hace días que se esconde tras unas gafas negras. Pasa de largo mientras le miras desde el otro lado de la puerta, ahora a salvo, intentando reconocerle. Lleva un bolso grande de cuero negro que tiene la cremallera abierta, y en su mano izquierda una cinta de nylon negra sube por su brazo y acaba en… un objeto. No lo ves bien, pero jurarías que era una cámara. Una sensación de indignación sube por tu espalda desplazando el miedo que se había apoderado de ti desde hace algunos días.
–Como vuelva a encontrarme a este gilipollas se entera. ¿Haciéndome fotos a mí? Y yo creyendo que estoy zumbada. Ufff. Que sensación… Se acabó; si le veo otra vez me acerco y…
–Buenos días jefa, ¿ocurre algo? ¿Sigues con esa sensación de… extrañeza? Hoy ya es jueves, tal vez una salida de fin de semana te sea conveniente –tu asistente, tan servicial como siempre, se ha percatado de tu alteración, pero no ve nada más.
–Sí, en eso estaba yo pensando ahora mismo. Aunque creo saber de dónde viene ese sentimiento. Nada que no se arregle más tarde.
A la salida del trabajo la misma sensación, pero sigues sin verle, no sabes dónde se esconde para que no le veas. Haces el camino de regreso, parando en el mercado de abastos para recoger los boquerones frescos y las verduras preparadas en bolsones de papel. Sigues andando y te vuelves intentando pillarle in fraganti, pero solo ves el vuelo de una gabardina hacia un lateral que se mezcla entre la gente, entre las últimas apresuradas compras antes de cerrar las puertas del mercado. Al salir del edificio sientes que unos ojos te observan en movimientos pausados, a fracciones de segundo. Retazos de tiempo que unido hace una secuencia larga de todo un día de tu vida, otro día más.
Entras en el portal y cierras tras de ti mirando por los cristales de las puertas en un intento desesperado de verle, pero nada. Hoy ya estás a salvo, una vez más. Subiendo en el ascensor piensas cómo enfrentar el día siguiente, probando a decirte a ti misma que mañana sí le verás y acabarás con todo esto.






