Víctor Bermúdez
Domingo, 19 de Agosto de 2018
ENTREVISTA / Lawrence Schimel por Víctor Bermúdez

Lawrence Schimel en lenguaje de ida y vuelta

Lawrence Schimel (Nueva York, 1971) es autor y traductor de relatos, poemas y ensayos. Su obra ha sido traducida a diversos idiomas. Ha sido galardonado en Estados Unidos con premios como el Lambda Literary Award y el Rhysling Award. También ha escrito en castellano y en inglés cuentos para niños profusamente ilustrados (Amigos y vecinos, 2005; Mi gata Eureka, 2005; El árbol menguante, 2010), así como algunas obras de temática homoerótica (Bien dotado, 1999; Dos chicos enamorados, 2001), entre muchas otras.
Participó en la Escuela de Traductores celebrada en Castrillo de los Polvazares, organizada por la Universidad de Kiel e impartió una clase en el Taller de Audiovisuales de la Escuela de Verano (ULE) en Astorga.

 

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Víctor Bermúdez: Entre la gran diversidad y pluralidad de tus indagaciones literarias se encuentra la escritura de relatos para niños. Me gustaría que comenzases hablándonos un poco de cómo fue tu infancia, ese contexto de tu origen.

 

Lawrence Schimel: Siempre he sido un gran lector. Empecé escribiendo desde muy joven, trazando encima de las letras de mis libros favoritos, entre los cuales se encontraba una colección llamada The Nutshell Library, de Maurice Sendak. Fue en aquella época y de la mano de este autor, cuando reconocí por primera vez que hay un escritor detrás de cada libro, a los cuatro años.

 

 

Cuéntanos un poco de tu origen, donde naciste, quiénes eran tus padres…

 

Soy de Nueva York, nací en Manhattan al igual que toda mi familia, en el mismo hospital en que nació mi madre. Somos “pueblerinos” de la gran manzana. No obstante, poco después de nacer, nos mudamos a Long Island, ya que yo padecía una intolerancia severa a la lactosa. En aquella época no comercializaban todas las alternativas que se ofrecen hoy en día, así pues, nos mudamos al campo, compramos una cabra y la ordeñábamos todos los días. Se podría decir que tuve una infancia muy idílica en las afueras de la ciudad rodeado de animales. Sin embargo, como neoyorquino tengo una vertiente urbanita muy arraigada, así que esta dualidad se integra en mi visión».

 

 

¿Eres hijo único?

 

Tengo una hermana menor que no es lectora.

 

 

¿Tampoco de tus libros?

 

De los míos menos.

 

 

¿Y tus padres? ¿Había biblioteca en casa?

 

Mi madre es una gran lectora aunque lee libros electrónicos, no le gusta acumularlos en casa. Sin embargo mi padre aprecia los libros como objeto físico, le encanta ir a los rastros y muchas veces compra libros que piensa que podrían interesarme. Así que me viene de familia el gusto por la lectura de una parte, y el fetichismo por el libro-objeto, por otra. Acumulo muchos libros en mi biblioteca con los cuales guardo un vínculo muy personal ya que muchos de los ejemplares los asocio a un hallazgo único.

 

 

Parece lógica esa tendencia a la materialidad del libro si se piensa que rodeado de esa naturaleza el libro es un microuniverso en sí.

 

Sí, es cierto que también que estuve aislado cuando era niño, así que vivía a través de las historias de los libros más que de tener muchas amistades. Entonces, al entrar en la adolescencia, cuando había terminado de leer todos los libros que tenía a mi alcance empecé a escribir mis propias historias de ciencia ficción y fantasía.

 

 

¿En tu principio había contacto con otras lenguas?

 

Yo crecí bilingüe. Como mis padres trabajaban, mi hermana y yo siempre teníamos una niñera centroamericana así que hablábamos español en casa. He de reconocer que tengo mucha fluidez en el uso, pero un nivel muy bajo de gramática. Precisamente como tenía un buen nivel en la expresión oral, cuando por fin empecé a estudiar español durante los tres últimos años de instituto, me adelantaron un curso, por lo cual tengo una gran laguna en los aspectos gramaticales.

 

 

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¿Cuándo empieza tu interés por la traducción?

 

Empecé traduciendo casi por accidente. Antes de mudarme a España empecé traduciendo cómics de una editorial cuyo editor conocía. El traductor de dicha editorial lamentablemente sufrió un infarto, así que me ofrecieron este trabajo ya que necesitaban a alguien con urgencia. Una vez en España es cuando comienzo a escribir directamente en español y a raíz de eso me ofrecen otros encargos».

 

 

¿Fue un acercamiento intuitivo? ¿Hubo una educación formal? ¿Cuál fue tu perfil académico?

 

Inicié la carrera de Biología marina en la Universidad de Yale, por lo que originalmente tenía un perfil científico, aunque comencé a publicar historias siendo menor de edad; aún estaba en el instituto cuando vendí mis primeros relatos a revistas y antologías, y eran mis padres quienes se ocupaban de los contratos ya que yo no tenía potestad para hacerlo.

 

 

¿Por tanto desde niño ya se estaba forjando esa red con editores y correctores?

 

En el instituto todos teníamos que practicar un deporte, y yo soy bastante torpe. Para eso hacía atletismo, y aunque era muy lento terminaba todas las carreras. Estoy convencido al 100% de que perdí todas las carreras. Sin embargo, eso me ayudó cuando las editoriales rechazaban mis cuentos y poemas. Digamos que había cultivado una resistencia, una piel dura, para seguir, cumplir y no rendirme. Tuve que abandonar la carrera de biología porque soy mortalmente alérgico al pescado, y como tenía vocación literaria acabé licenciándome finalmente en Literatura anglosajona, pero no tengo formación profesional como traductor, lo realizo todo de una manera intuitiva. He publicado más de 100 libros como escritor o como antólogo, sé cómo construir algo así, por tanto la traducción para mí es un proceso de reconstruir un texto en el idioma de destino desde el punto de vista de otro escritor.

 

 

¿Cómo eliges lo que traduces? ¿Lo has elegido tú o ha dependido de las circunstancias? ¿Traducir ha tenido un impacto en tu escritura?

 

Ambas cosas han ocurrido, algunas las he elegido personalmente y otras han sido encargos. La poesía casi siempre la he elegido yo, en su mayoría son poemas que encuentro y me gustan especialmente y por eso quiero intentar hacerlo llegar a más lectores traduciendo del español al inglés y viceversa, ya que traduzco en ambas direcciones. Creo que especialmente la traducción de poesía es la lectura más íntima y detallada que se puede hacer de un texto. He traducido muchas cosas, vivo completamente de las letras, así que debido a las circunstancias me he visto obligado en alguna ocasión a traducir algunas cosas que no me han gustado tanto.

 

 

Cuando sí eliges el autor que vas a traducir, ¿eres un traductor que decide informarse mucho sobre esa literatura o prefieres un acercamiento, digamos, más virgen.

 

Yo diría que en ambos casos, tanto los impuestos por las editoriales como los de elección personal, son retos distintos. Valoro tener que traducir textos por los que no me hubiera interesado de otra manera. Yo creo que uno crece como traductor, escritor y lector con esa diversidad. Abogo por leer mucho y muy diverso, ya que nos ayuda a cultivar nuestro propio criterio. Leer aquello que no nos gusta nos permite descubrir y definir cuál es nuestro gusto personal, en lugar de simplemente aceptar el canon impuesto o heredado. Eso solo se consigue leyendo una gran variedad de textos. Liberarse de los prejuicios hace que descubramos muchas cosas muy buenas que de otra manera nos perderíamos. Hay muchos libros muy buenos que he leído de géneros distintos o de autores que muchos literatos menosprecian pero que han nutrido mucho mi gusto literario, por su filosofía, ética o moralidad.

 

 

¿Nos das algunos ejemplos? Algo que hayas traducido y sentido que ha impregnado de algún modo tu escritura.

 

Es que no es sólo mi escritura, son cosas que nos afectan en varios niveles: todo lo que he leído forma parte de mí, como escritor y como traductor.

 

Otra anécdota curiosa sobre mi escritura es que empecé escribiendo solo en inglés y ahora principalmente escribo en español, que es mi segunda lengua. Al principio hubo un lapsus de casi quince años entre los tres primeros libros de relatos y el cuarto libro de relatos eróticos, que escribí en español. Durante ese proceso también me he curtido mucho como traductor una relación con el español en ambas direcciones de otra manera.

 

Ese libro, curiosamente, lo ha traducido al inglés una traductora americana, lo cual es curioso porque es mi lengua materna. Pero ha sido una experiencia muy enriquecedora para mí ver como otra persona plasma ese texto que yo redacté en español. Ella ha conseguido soluciones muy originales que a mí nunca se me hubieran ocurrido a la hora de traducirme. Y esto también me ha servido para darme más confianza a la hora de escribir en español, aún con todos mis errores gramaticales, ya que me ha permitido descubrir que soy capaz de confeccionar cosas en este idioma que la gente considera dignas de ser traducidas al inglés.

 

 

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¿Dirías que esta cohabitación de lenguas es un rasgo distintivo de tu identidad como escritor? Por ejemplo, en tus libros conviven personajes como Arantxa y Wilson, que son nombres arraigados en geografías distintas.

 

Esa en concreto es una serie de cuatro libros infantiles bilingües que hice y, como parte del planteamiento del proyecto, me pareció correcto que un libro bilingüe presupusiese un mundo multicultural. En ese contexto era importante que aunque las historias no versaran sobre diversidad, la tratásemos o incluyésemos de alguna forma, como se deja entrever en los nombres de los personajes. Es una serie que se editó en un formato bilingüe, pero no sólo en español, sino también en las diferentes lenguas autonómicas, ya que no suele haber una gran oferta. También por ello consideré necesario que los nombres reflejasen todas las autonomías».

 

 

¿Percibes que este juego de lenguas te proporciona diferentes registros? ¿Qué es lo que te ofrece cada una de las dos lenguas? ¿Cómo se formaliza tu escritura en inglés y tu escritura en castellano?

 

Para contestar eso —y refiriéndome también a la serie bilingüe— diría que escribir un libro bilingüe es diferente a la escritura o la traducción de un libro. El libro bilingüe tiene que ser acompañado por un texto en paralelo que permite el aprendizaje de un idioma. En cambio en la traducción no se te presenta el original, y eso te permite tomarte ciertas libertades a la hora de adaptarlo y llevarlo a tu terreno para hacer una buena obra. En esa serie bilingüe —ahora no recuerdo si lo escribí en un inicio en español o inglés— tuve que cambiar el original para estar acorde con la traducción porque no siempre se puede expresar todo para conseguir ese texto en paralelo.

 

Sé que como poeta tengo un lenguaje distinto. Tiendo a ser más cerebral y formal escribiendo en inglés y mucho menos cuando lo hago en español. Tengo dos cuentos infantiles en rima que saldrán al final del año, lo cual también ha supuesto un reto y un gran logro; el hecho de escribir un texto en rima, con las limitaciones de espacio de un libro infantil y a su vez contar una narración con tan pocas palabras.

 

 

Diversidad de escrituras, de lectores, diversidad geográfica… ¿cómo sientes ese contacto entre continentes y entre culturas?

 

Llevo viviendo veinte años en España pero aún me siento medio foráneo, medio nativo, soy muy de aquí pero también muy de allá. No soy 100% de ningún sitio. El hecho de escribir en las dos lenguas, traducir en ambas direcciones… me hace sentir desplazado física, geográfica y culturalmente, pero esto también me permite tener una visión distinta de cada lugar. También es cierto que escribo sobre España de manera distinta en español que en inglés. En parte es porque en ocasiones se hace necesario hacer una traducción de culturas para situar al lector en aquellas costumbres o realidades ajenas. Y lo mismo ocurre cuando escribo libros que se publican antes en Latinoamérica que en España, entonces utilizo un vocabulario más afín para ese primer público, aún en la misma lengua, pongo ‘lentes’, ‘gafas’ o ‘anteojos’ según el país.

 

 

¿Cómo es tu proceso de escritura? Es evidente que llevas un ritmo vertiginoso, pero ¿vas libro por libro o escribes y traduces varios proyectos en paralelo?

 

Yo trabajo mucho con el látigo: sin fecha de entrega es muy difícil para mí motivarme y concentrarme entre todos los proyectos que tengo entre manos. Suelo tener demasiados frentes abiertos, lo cual es un caos, pero es también el modo en que funciona mi cabeza. Muchas veces procrastino de un proyecto trabajando en otro, así que consigo avanzar por algún lado, aunque esté procrastinando.

 

Suelo escribir la prosa en el ordenador y la poesía a mano. La traducción la hago directamente en el ordenador, y soy bastante rápido con el primer borrador pero luego reviso mucho y tengo un buen aguante. Ahora, por ejemplo, estoy con la traducción de un ensayo, que es un proyecto desafiante, y sé que al principio voy despacio, pero poco a poco consigo un ritmo más intenso, un promedio de unas cuatro mil palabras diarias. Y a veces eso convive con otras traducciones paralelas que hago por placer.

 

 

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Llama la atención la diversidad de tus registros. Por ejemplo, el valor pedagógico de tu escritura, en los textos infantiles, convive en tu exploración del cuerpo y del homoerotismo, en algunos de tus cuentos.

 

Y muchos de esos cuentos eróticos pueden ser pedagógicos también, aunque el lector no deba enterarse. En las revistas pornográficas, por ejemplo, el tópico habitual es que cada historia cuenta un encuentro con alguien nuevo; es decir, en el imaginario erótico no hay sexo morboso dentro de la pareja. Así que yo me dediqué a escribir cuentos con el mismo lenguaje de las revistas pornográficas, pero con dos personajes que ya están dentro de una relación. Esto es algo completamente vanguardista para el género, pero el lector no debe darse cuenta de lo que he hecho, y eso para mí es el mérito de ser radical. A veces me pongo retos que consisten en elegir los escenarios más anti-eróticos posibles para ver si soy capaz de escribir un cuento erótico. Por ejemplo, tengo uno sobre hemorroides y todo el rito erótico que crea un personaje para que su pareja tome unos baños con sales que necesita para curarse, así que es algo muy tierno y cuidadoso, y para mí eso es lo interesante.

 

 

Por otra parte, también juegas mucho con el humor en tu escritura. ¿Qué es lo que lo caracteriza?

 

Creo que se nota mi origen como judío neoyorkino y ese humor self deprecating —‘auto despreciativo’ o ‘autorefernecial’—, de poder reírse de uno mismo. Yo soy muy risueño. El humor es algo complicado y difícil porque hay muchos registros y muchos tipos; el mérito es conseguir un humor que no sea a costa de otros, y que no se base en denigrar a terceros, no me gusta ir por lo fácil. Hay gente que tiene un humor hiriente y nocivo que no es el mío. Creo que a todos los que trabajamos con la lengua nos gustan los juegos de palabras, para mí todo eso es muy rico e interesante. Y viviendo entre lenguas y entre culturas hay chistes, ocurrencias y juegos que trabajan en múltiples niveles.

 

 

Al leerte tuve la impresión de que había en tus textos una especie de apología de la ternura, una defensa de la bondad. ¿Estás de acuerdo?

 

Incluso me han criticado ser demasiado nice, que a mis personajes no les ocurre nada malo. Se quejaban por ejemplo de que nadie fumaba y nadie bebía café en alguno de mis libros de relatos de novela rosa. Y no es que no haya conflicto, pero todo el mundo es muy amable.

 

Por otra parte, una vez escribí un libro que se llamaba Dos chicos enamorados (2001) después de haber escrito uno sobre relatos eróticos que se titulaba Bien dotado (1999) que tuvo mucha repercusión porque fue uno de los primeros libros en España que tomaba en serio la erótica gay, y tuvo muy buena aceptación y muchos imitadores. A consecuencia de eso varios editores comenzaron a publicar otros relatos homoeróticos. Así me di cuenta de que había mucho en el ambiente literario hablando de sexo gay y muy poco hablando sobre los sentimientos. Por eso escribí un libro sobre dos chicos -o más- que trataba acerca de los sentimientos, intentando no ser dogmático e intentando ofrecer muchas posibilidades para abordar un mismo tema. En ese libro hay parejas abiertas, cerradas, amor a primera vista, amores de mucho tiempo, etc. Me gusta mostrar toda la complejidad de las relaciones humanas. Y creo que se nota con la edad y la madurez personal la manera en que afronto las relaciones tanto de amistad como románticas o sexuales, lo cual acaba plasmándose en mi literatura. Se ve un progreso en la sutileza y en los matices, tanto en los relatos como en los libros de poemas. Por ejemplo Los cuerpos del lenguaje —que estoy escribiendo ahora— tiene más sutileza del manejo del lenguaje, que se nota a nivel formal pero también de la madurez que he experimentado desde mi primer poemario, hace diez años, hasta ahora.

 

 

Has dado una clase en el Taller de Audiovisuales de la Escuela de Verano en Astorga, a partir de tus propios libros. ¿Cómo convive tu escritura con la visualidad? ¿Cómo es tu universo icónico interior? ¿Piensas en términos de imágenes?

 

Es una pregunta interesante porque yo soy muy poco visual. Hay muchos detalles visuales que no capto, y en cambio tengo más fijación en las palabras. A veces, después de una reunión con conocidos, me doy cuenta de que pongo más atención a lo que se dice que a los gestos que se ven. Y muchas veces no retengo ni el color de los ojos, no me fijo en eso, lo cual se nota en lo que escribo porque no describo muchos de esos detalles y en cambio me interesa más la dinámica entre las personas y eso es lo que verdaderamente retengo. Sin embargo, para escribir para niños, o para escribir cómics, sí hago un storyboard en el que planeo la historia. Para mí un libro infantil -que normalmente tiene entre doce y catorce páginas- es como escribir un soneto: tienes una arquitectura y es importante tener suficiente acción para tener cosas ‘ilustrables’, así que garabateo mis monigotes y divido el texto en las distintas escenas antes de empezar a escribir. Así me aseguro de que ocurran cosas suficientes y puedo jugar con los cambios de página y con la composición visual del libro. Muchos de mis libros infantiles trabajan con elementos visuales, si bien yo no pienso con imágenes ni soy cinematográfico, aunque en El árbol menguante (2010) sí juego con la luz y la sombra. En mi opinión un libro infantil tiene que contarse en dos niveles paralelos: el texto y la ilustración. Y es imposible tener uno sin el otro. Ahí se armoniza la palabra y la imagen y eso permite que surja un objeto redondo.

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