Catalina Tamayo
Domingo, 16 de Septiembre de 2018

Cuando tú te vayas...

 

[Img #39255]

 

                                                     

 

 

                                            “Y el corazón me dice que no te olvidaré” (José Ángel Buesa)

 

 

Cuando tú te vayas, una tarde de otoño, lluviosa, no me quedaré, como una tonta, de pie frente a la ventana viéndote cruzar la calle. No veré cómo te alejas por la avenida hasta difuminarte en el velo de la lluvia. No lloraré. Es posible que los ojos se me llenen de agua, pero ninguna lágrima saldrá de ellos, ninguna rodará por mis mejillas, ninguna. Esa noche, al acostarme, mientras escucho el golpeteo de la lluvia en el alféizar de la ventana, no pensaré en ti. Ya acostada, sola, en absoluto notaré la huella profunda que ha dejado tu cuerpo en la cama. En ningún momento, tenlo claro, pensaré que tal vez todo sea un sueño, un mal sueño, y que en realidad, como todas las noches, estás a mi lado, que me vas a hablar, a acariciar, a besar en los hombros. Me dormiré enseguida, igual que siempre. No soñaré contigo. Y a la mañana, cuando me despierte, sin que la noche aún se haya ido del todo, no me sentiré vacía, como hueca; al contrario, estaré pletórica, llena de vida, dispuesta a todo. Por eso, ni ese día, ni ningún otro, me quedaré en casa a lamentar tu ausencia, sino que me vestiré con la  ropa que mejor me sienta –los vaqueros ajustados que a ti tanto te gustan, el suéter que realza mi pecho y los zapatos de tacón, esos que casi me hacen ser tan alta como tú–, incluso me maquillaré, y al final de la tarde, aunque siga lloviendo, saldré a la calle para reunirme con mis amigas, que me estarán esperando en la sala de fiestas más concurrida. Si al entrar noto que me miran, no bajaré, avergonzada, la mirada, ni me ruborizaré, sino que, un poco vanidosa, levantaré la cabeza y sonreiré, presentándome como un reclamo. Me divertiré. No le diré que no al hombre bien parecido que me propone salir a la pista a bailar. Él, aferrado a mi cintura, y yo, colgada de sus hombros, robustos, bailaremos. Cerraré los ojos y me dejaré llevar, casi hasta donde él quiera llevarme. Pero no, él no me parecerá que eres tú. Ni sus hombros serán tus hombros, ni sus manos las tuyas. Al hablarme, lo mismo me ocurrirá con la voz, que no será tu voz. Será un baile nuevo, distinto. Nada de ti estará ya en mí. Avanzada ya la noche, cuando la lluvia cese y se aparten las nubes, y quede  al descubierto un cielo estrellado, quizá también con luna, dejaré a mis amigas y accederé a salir con él a pasear, como si fuera la primera vez. Al entrar en el parque, el aire me traerá el rumor de la fuente, pero yo no lo escucharé, porque solo tendré oídos para lo que me viene diciendo ese hombre, que ya me lleva de la mano. Pasaremos por entre los rosales, sin rosas, solo con espinas, y alcanzaremos la fuente, donde nos detendremos: en el agua las estrellas temblarán, la luna se romperá. Y sin embargo, yo no recordaré aquel beso, aquel primer beso que me diste, aquí mismo, otra noche como esta, de otoño, tan hermosa. Ni siquiera lo recordaré cuando él se calle y solo se escuche el chapoteo de la fuente. Ni cuando me bese. Cuando él me bese, no me quedaré rígida y fría, sin alma, como una piedra, sino que me amoldaré a su cuerpo perfecto y arderé en su fuego, igual que la yesca. Sí, te olvidaré, y todo será para mí como si tú nunca hubieras existido.

 

 

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.