Lope de Vega: Literatura y vida
Lope de Vega. Cartas (1604-1633). Edición de Antonio Carreño, Madrid, Cátedra, 2018, 684 pp.
![[Img #39259]](upload/img/periodico/img_39259.jpg)
El perfil biográfico de Lope de Vega no es conocido en mayor medida que el de otros escritores del Siglo de Oro gracias, además de a la clara huella que deja en su propia obra, a su abundante epistolario. Su conservación, así como la de buen número de sus comedias, se debe sobre todo a la diligente labor de coleccionista del duque de Sessa, a quien sirvió como secretario (aunque sin reconocimiento oficial) durante más de veinticinco años y con el que mantuvo una extensa correspondencia. Esa correspondencia constituye el núcleo de las 312 cartas seleccionadas por el profesor Antonio Carreño en un nuevo volumen de la colección Letras Hispánicas de la editorial Cátedra.
La edición va introducida por un extenso estudio en el que se abordan aspectos como el contenido de las cartas (pp. 13-18); la labor de Lope como secretario de diversos nobles —entre los que destacan el duque de Alba y el futuro conde de Lemos— antes de entrar al servicio del duque de Sessa, del que se traza también un bosquejo biográfico (pp. 19-26); las características del género epistolar y su reflejo en las cartas del Fénix (pp. 27-35); los principales acontecimientos vitales en ellas reflejados (pp. 35-41); las relaciones entre amo y secretario durante los casi treinta años que duró su amistad (pp. 44-53); la azarosa historia del epistolario (pp. 53-61), desde que el de Sessa lo manda encuadernar (1634) hasta las ediciones actuales, circunstancia que se aprovecha para realizar una severa crítica de la edición de MacGrady (pp. 59-61). El estudio preliminar se cierra un apartado sobre las características de la edición (pp. 63-67) y con una extensa bibliografía (pp. 69-96).
En cuanto a las cartas, que se extienden desde 1604 hasta 1635, aparecen ordenadas cronológicamente (aunque en muchos casos la falta de fecha explícita obliga a una datación conjetural más o menos justificada) y se presentan precedidas por un resumen de su contenido, y seguidas de abundantes notas, en ciertas ocasiones quizás algo superfluas.
La correspondencia con el duque, núcleo de esta edición, se extiende desde 1606 hasta 1631 y en ella se siguen también las vicisitudes de las relaciones entre amo y secretario, con sus momentos de distanciamiento, más evidente en los últimos años, en los que el intercambio epistolar es más espaciado. Ya en ellas se alude de manera explícita a la voluntad del duque de coleccionar las cartas de su secretario, aunque este le solicita que no las difunda (p. 474) y le advierte del peligro que conlleva hacerlo (p. 639). El interés casi morboso del duque por las misivas de Lope a sus amantes llega hasta tal extremo que el dramaturgo se ve obligado, con la complicidad de su hija, a hurtárselas a Marta de Neares en su propia casa (pp. 443, 461, 490-491, 508-509, etc.).
El corpus epistolar, como señala el editor (p. 13), goza de un indudable valor histórico, biográfico y literario. Y, en efecto, en él se aluden a muy diversos acontecimientos históricos y cortesanos (desde nacimientos de príncipes, valimientos y caídas en desgracia de cortesanos, hasta asesinatos o autos de fe). En cuanto al ámbito biográfico, cobran particular protagonismo los amoríos y aventuras de amo y criado, que tanto escándalo y murmuraciones suscitaron (pp. 418, 422, 423…). Esta conducta no dejará de arrostrar consecuencias negativas para ambos, pues, en el caso de Lope, según él mismo reconocerá (p. 575), truncó algunas de sus pretensiones (como la alcanzar el cargo de cronista real), y probablemente fuera el motivo asimismo del atentado que llegó a sufrir (p. 521). En cuanto al aristócrata, sus correrías le acarrearon varios destierros. Por último, son múltiples las noticias literarias que esta correspondencia proporciona tanto sobre el propio escritor como sobre sus contemporáneos.
En cualquier caso, queda claro que la labor de Lope no se limita a la de simple secretario, sino que se convierte sobre todo en un consejero sentimental del duque para el que redacta también sus papeles y poemas amorosos. Se le ha reprochado con mucha frecuencia su actitud excesivamente servil, ostensible en sus continuas y excesivas muestras de adulación hacia su señor. Sin embargo, esa misma actitud se observa en su trato con otros próceres (pp. 548-549), y, en cualquier caso, es un servilismo siempre interesado, puesto que, según él mismo señala, se trata de “esclavitud, tan debida a tantas mercedes y beneficios” (p. 455). Y en las cartas, ciertamente, menudean las peticiones (dinero, recomendaciones para familiares y amigos, ropas, coches…) y las expresiones de agradecimiento por las dádivas recibidas. Pero, más allá de ese mutuo interés, parece adivinarse cierta afinidad de carácter que facilitó, sino una auténtica amistad, al menos una familiaridad y aprecio entre ambos que mantuvo esta colaboración durante más de treinta años (1604-1635).
En cuanto al resto de la correspondencia, va dirigida a amigos anónimos, a eclesiásticos, nobles (como el conde Saldaña o el conde de Lemos), escritores e incluso al propio rey (para solicitar que sus libros no se publiquen sin su autorización). En este apartado, destacan las cartas dirigidas a Góngora —(pp. 232-234) y (pp. 361-364)—, que forman parte de las querellas literarias del momento, aunque no todos los estudiosos aceptan en estos casos la autoría del Fénix. En cualquier caso, lo que queda claro aquí, al igual que en otras alusiones, es que, a pesar de su abierta rivalidad con el poeta cordobés, se adivina un temeroso respeto de fondo, que contrasta con el profundo desprecio que expresa por Cervantes (p. 100) o Ruiz Alarcón (p. 636).
Así pues, el epistolario de Lope ofrece un indiscutible interés no solo para conocer mejor su mundo personal, sino también el contexto histórico y literario en que discurrió su ajetreada peripecia vital.
Lope de Vega. Cartas (1604-1633). Edición de Antonio Carreño, Madrid, Cátedra, 2018, 684 pp.
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El perfil biográfico de Lope de Vega no es conocido en mayor medida que el de otros escritores del Siglo de Oro gracias, además de a la clara huella que deja en su propia obra, a su abundante epistolario. Su conservación, así como la de buen número de sus comedias, se debe sobre todo a la diligente labor de coleccionista del duque de Sessa, a quien sirvió como secretario (aunque sin reconocimiento oficial) durante más de veinticinco años y con el que mantuvo una extensa correspondencia. Esa correspondencia constituye el núcleo de las 312 cartas seleccionadas por el profesor Antonio Carreño en un nuevo volumen de la colección Letras Hispánicas de la editorial Cátedra.
La edición va introducida por un extenso estudio en el que se abordan aspectos como el contenido de las cartas (pp. 13-18); la labor de Lope como secretario de diversos nobles —entre los que destacan el duque de Alba y el futuro conde de Lemos— antes de entrar al servicio del duque de Sessa, del que se traza también un bosquejo biográfico (pp. 19-26); las características del género epistolar y su reflejo en las cartas del Fénix (pp. 27-35); los principales acontecimientos vitales en ellas reflejados (pp. 35-41); las relaciones entre amo y secretario durante los casi treinta años que duró su amistad (pp. 44-53); la azarosa historia del epistolario (pp. 53-61), desde que el de Sessa lo manda encuadernar (1634) hasta las ediciones actuales, circunstancia que se aprovecha para realizar una severa crítica de la edición de MacGrady (pp. 59-61). El estudio preliminar se cierra un apartado sobre las características de la edición (pp. 63-67) y con una extensa bibliografía (pp. 69-96).
En cuanto a las cartas, que se extienden desde 1604 hasta 1635, aparecen ordenadas cronológicamente (aunque en muchos casos la falta de fecha explícita obliga a una datación conjetural más o menos justificada) y se presentan precedidas por un resumen de su contenido, y seguidas de abundantes notas, en ciertas ocasiones quizás algo superfluas.
La correspondencia con el duque, núcleo de esta edición, se extiende desde 1606 hasta 1631 y en ella se siguen también las vicisitudes de las relaciones entre amo y secretario, con sus momentos de distanciamiento, más evidente en los últimos años, en los que el intercambio epistolar es más espaciado. Ya en ellas se alude de manera explícita a la voluntad del duque de coleccionar las cartas de su secretario, aunque este le solicita que no las difunda (p. 474) y le advierte del peligro que conlleva hacerlo (p. 639). El interés casi morboso del duque por las misivas de Lope a sus amantes llega hasta tal extremo que el dramaturgo se ve obligado, con la complicidad de su hija, a hurtárselas a Marta de Neares en su propia casa (pp. 443, 461, 490-491, 508-509, etc.).
El corpus epistolar, como señala el editor (p. 13), goza de un indudable valor histórico, biográfico y literario. Y, en efecto, en él se aluden a muy diversos acontecimientos históricos y cortesanos (desde nacimientos de príncipes, valimientos y caídas en desgracia de cortesanos, hasta asesinatos o autos de fe). En cuanto al ámbito biográfico, cobran particular protagonismo los amoríos y aventuras de amo y criado, que tanto escándalo y murmuraciones suscitaron (pp. 418, 422, 423…). Esta conducta no dejará de arrostrar consecuencias negativas para ambos, pues, en el caso de Lope, según él mismo reconocerá (p. 575), truncó algunas de sus pretensiones (como la alcanzar el cargo de cronista real), y probablemente fuera el motivo asimismo del atentado que llegó a sufrir (p. 521). En cuanto al aristócrata, sus correrías le acarrearon varios destierros. Por último, son múltiples las noticias literarias que esta correspondencia proporciona tanto sobre el propio escritor como sobre sus contemporáneos.
En cualquier caso, queda claro que la labor de Lope no se limita a la de simple secretario, sino que se convierte sobre todo en un consejero sentimental del duque para el que redacta también sus papeles y poemas amorosos. Se le ha reprochado con mucha frecuencia su actitud excesivamente servil, ostensible en sus continuas y excesivas muestras de adulación hacia su señor. Sin embargo, esa misma actitud se observa en su trato con otros próceres (pp. 548-549), y, en cualquier caso, es un servilismo siempre interesado, puesto que, según él mismo señala, se trata de “esclavitud, tan debida a tantas mercedes y beneficios” (p. 455). Y en las cartas, ciertamente, menudean las peticiones (dinero, recomendaciones para familiares y amigos, ropas, coches…) y las expresiones de agradecimiento por las dádivas recibidas. Pero, más allá de ese mutuo interés, parece adivinarse cierta afinidad de carácter que facilitó, sino una auténtica amistad, al menos una familiaridad y aprecio entre ambos que mantuvo esta colaboración durante más de treinta años (1604-1635).
En cuanto al resto de la correspondencia, va dirigida a amigos anónimos, a eclesiásticos, nobles (como el conde Saldaña o el conde de Lemos), escritores e incluso al propio rey (para solicitar que sus libros no se publiquen sin su autorización). En este apartado, destacan las cartas dirigidas a Góngora —(pp. 232-234) y (pp. 361-364)—, que forman parte de las querellas literarias del momento, aunque no todos los estudiosos aceptan en estos casos la autoría del Fénix. En cualquier caso, lo que queda claro aquí, al igual que en otras alusiones, es que, a pesar de su abierta rivalidad con el poeta cordobés, se adivina un temeroso respeto de fondo, que contrasta con el profundo desprecio que expresa por Cervantes (p. 100) o Ruiz Alarcón (p. 636).
Así pues, el epistolario de Lope ofrece un indiscutible interés no solo para conocer mejor su mundo personal, sino también el contexto histórico y literario en que discurrió su ajetreada peripecia vital.






