La sardina a la brasa del Cristo de Benavides
Las fiestas del Cristo concluyeron este domingo en Benavides de Órbigo después de cuatro intensos días de jolgorio. El "mítico" entierro y quema de la sardina con una inocente descarga de bombas dio paso a la última verbena a cargo de la orquesta 'Mercury'.
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Estaba en el programa que sería a las nueve, pero en Benavides a estas cosas les ponen suspense. Los jóvenes de Benavides son tan imprevistos como los almonteños con la Virgen del Rocío, nunca se sabe cuánto pueden contener la emoción y saltarán la verja. Así que el horario establecido va a depender de un momento pasional incontenible. Eran las nueve y media y no había nada, pero de pronto de una calle colateral vino una melodía festiva y ya estaban todos en la carretera.
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Abría el entierro una enorme sardina sujeta a una pértiga, como se representa el traslado de la caza en las sociedades tribales. La sardina era transportada por un obispo y un sujeto siniestro embutido en un ‘body’ negro con la cabeza embuchada en un pasamontañas, con cremallera cerrada sobre la boca. Además del obispo merodeaban a su vera un canónigo catedralicio y un par de monjas travestidas, amén de un cura y un sochantre que soplaba el bombardino.
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Benavides es una villa musical, pues conserva intacta su escuela de música. Estos músicos seguían la comitiva apenas disfrazados, pero detrás de ellos bailoteaba una especie de paso que soportaba una pequeña muñeca coronada, como si representase la fiesta que apenas nace y que será grande para el año que viene. Parecían mineros sus portadores o en su defecto albañiles encasquetados y embutidos de un mono azul. A continuación seguían las peñas, las fratrías o las asociaciones de pesca, vaya usted a saber. Cada peña elige el disfraz que más le satisface y que les distinguirá de las demás. Ya no suele verse el disfraz de Guillermo Tell, pero en su defecto abunda el del justiciero contemporáneo Anonymus, armado de una pistola de rayos.
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Una vez la comitiva llega a la Plaza, los que transportan la sardina se salen de la carretera, enseguida se hace un pasillo para que el paso de la 'joven princesita' entre al redil. Entonces se representa un encuentro, parecido al de la Virgen con San Juan o el Nazareno (no sabemos si esto es una parodia o no tendrá nada que ver). El caso es que tras el encuentro, los ‘pobres de mí’ y las ‘lágrimas de cocodrilo’ la Sardina es condenada como una bruja a la hoguera. Sus porteadores la penden de la cola en un patíbulo y boca abajo le prenden fuego. La sardina explota por fases y se la meriendan. Bueno se comen una sardinada preparada en la propia plaza para deleite del público asistente.
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Estaba en el programa que sería a las nueve, pero en Benavides a estas cosas les ponen suspense. Los jóvenes de Benavides son tan imprevistos como los almonteños con la Virgen del Rocío, nunca se sabe cuánto pueden contener la emoción y saltarán la verja. Así que el horario establecido va a depender de un momento pasional incontenible. Eran las nueve y media y no había nada, pero de pronto de una calle colateral vino una melodía festiva y ya estaban todos en la carretera.
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Abría el entierro una enorme sardina sujeta a una pértiga, como se representa el traslado de la caza en las sociedades tribales. La sardina era transportada por un obispo y un sujeto siniestro embutido en un ‘body’ negro con la cabeza embuchada en un pasamontañas, con cremallera cerrada sobre la boca. Además del obispo merodeaban a su vera un canónigo catedralicio y un par de monjas travestidas, amén de un cura y un sochantre que soplaba el bombardino.
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Benavides es una villa musical, pues conserva intacta su escuela de música. Estos músicos seguían la comitiva apenas disfrazados, pero detrás de ellos bailoteaba una especie de paso que soportaba una pequeña muñeca coronada, como si representase la fiesta que apenas nace y que será grande para el año que viene. Parecían mineros sus portadores o en su defecto albañiles encasquetados y embutidos de un mono azul. A continuación seguían las peñas, las fratrías o las asociaciones de pesca, vaya usted a saber. Cada peña elige el disfraz que más le satisface y que les distinguirá de las demás. Ya no suele verse el disfraz de Guillermo Tell, pero en su defecto abunda el del justiciero contemporáneo Anonymus, armado de una pistola de rayos.
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Una vez la comitiva llega a la Plaza, los que transportan la sardina se salen de la carretera, enseguida se hace un pasillo para que el paso de la 'joven princesita' entre al redil. Entonces se representa un encuentro, parecido al de la Virgen con San Juan o el Nazareno (no sabemos si esto es una parodia o no tendrá nada que ver). El caso es que tras el encuentro, los ‘pobres de mí’ y las ‘lágrimas de cocodrilo’ la Sardina es condenada como una bruja a la hoguera. Sus porteadores la penden de la cola en un patíbulo y boca abajo le prenden fuego. La sardina explota por fases y se la meriendan. Bueno se comen una sardinada preparada en la propia plaza para deleite del público asistente.
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