Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 22 de Septiembre de 2018

Los másteres los carga el diablo

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A los ya abundantes recursos de los políticos para descalificarse entre ellos, incluso dentro de la misma orientación ideológica o partidista, se ha sumado el arma más mortífera. Quién lo iba a decir, un máster posgrado inconvenientemente colocado en un currículo; o peor, un no máster puesto en la escala de méritos, se han desvelado igual de destructivos, metafóricamente hablando, que una bomba de neutrones. Como la actualidad se nos ha hecho así de veleidosa, esta supuesta herramienta de la cultura y el saber dispara de inmediato las morbosas apuestas sobre la supervivencia del sospechoso en los olimpos patrióticos. En otras partes, basta una noche loca de alcohol y estupefacientes, o el cebo de una rubia neumática o un musculitos debidamente aleccionados, para arruinar una carrera prometedora. En España, como no somos tan puritanos, y lo de ligarse a una señora estupenda o un ‘cachas’, levanta más admiración que rechazo, nos vamos directos al imperdonable pecado del ‘figuroneo’ cultural. A nosotros, país de inquietudes instructivas perennes, no nos la pueden dar con ese queso.     

 

La efectividad del hallazgo se ha cobrado con éxito piezas en los más altos escalafones de la cosa pública y apunta a la cúspide. Pero, mientras periodistas, politólogos, adictos, rivales, mediopensionistas, y demás fauna polemista, se frotan las manos con este ir y venir de fuego cruzado entre fraudes y engaños, la España seria, trabajadora, animosa  asiste, una vez más, perpleja, al cúmulo de insensateces de la clase dirigente y se santigua con los debates propuestos, diseñados a la medida de su gran e irresponsable frivolidad.

 

Este  “te he pillado con el carrito del helado” de los másteres, es de aguas bastante más profundas que la verborrea que, entre unos y otros, con el inefable “y tú más”, de permanente recurso argumental, pretende hacer ver. Ni siquiera se cubre con el consolidado barrunto de la muy escasa preparación profesional de nuestros políticos.    

 

El caso ha dejado completamente desnudo el sistema de méritos intelectuales que rige en este país. Nada extraño, por otra parte, si nos atenemos a que un alumno de enseñanza media puede pasar de curso hasta con varias asignaturas pendientes del anterior. Nada extraño, tampoco, si vemos el estado de dejadez en que se halla la universidad pública en la variante de su patrimonio material y docente. Digo la pública, pero hay para la privada, donde se concitan la mayoría de los casos de estos falsos másteres, y de la herramienta misma, para seguir haciendo negocio con la enseñanza.

 

Lo que resulta más tétrico es el intercambio de favores entre política y docencia. Un grado de corrupción del mismo corte, en modo y maneras, que ha dejado la podredumbre de muchas de las adjudicaciones de obra pública a empresas de ese sector.

 

En pocos asuntos emerge con tanta fuerza la dualidad tan de nuestro tiempo entre lo público y lo privado. Ha calado el mensaje neoliberal sobre la magnificencia del segundo y la cutrez del primero. Mal nos está yendo con este orden de prioridades. Me cuesta creer que universidades públicas como las que conocí hace ya décadas, se hubieran avenido a este grosero cambalache de titulaciones.

 

En la urgente necesidad de másteres y doctorados de algunos currículos subyace una muy preocupante pérdida de prestigio de la formación superior básica. La universidad lleva años masificada, más por razones de relevancia social que intelectuales. Tiempo atrás España fue un país en el que las posibilidades de triunfo solo estaban abiertas en el imaginario paterno a ingenieros y médicos. Todo lo demás se asociaba a un más que posible fracaso. ¿Y qué decir de una formación profesional? Eso eran oficios y estaban en lo más bajo de la gradación comunitaria. El tiempo  ha puesto las cosas en su sitio: hoy los universitarios, aún con sus másteres, engordan las filas de parados, y a los oficiales, les sobran demandas laborales.  

    

Lo más irritante del asunto es el agravio comparativo. Muchos han tenido que sucumbir a estos cursos posgrado obligatoriamente en aras a un negocio rentabilizado en vaporosas promesas de empleo y prestigio. Lo impone el distinguirse. Condenados a pasar por el aro, no todos pueden, sobre todo, por razones económicas. Y los que pueden, es a costa de enormes sacrificios. La consecuencia malsana es que ha establecido en las etapas formativas un fuerte clasismo. Los mejores y más acreditados másteres serán para los hijos de los ricos, que así podrán perpetuar su posición de dominio en las órbitas empresariales y políticas. Más oxígeno para la endogamia.

 

Mi experiencia: no tengo ningún máster oficial, de esos que precisan certificado de autenticidad. Mi posgrado universitario fue empezar de alumno en prácticas. Aprender, aprender y aprender… con vocación de esponja de todos los que me rodeaban. Observar, leer, hacer contactos… y, solo, pasado mucho tiempo, dejar la etapa de aprendiz y considerarme profesional.  La teoría, y un máster es eso, me preparó, pero no me enseñó.

                                                                                                        

             

  

 

         

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