Olor a tren

Muchas fueron las ocasiones en las que me sirvió de plató fotográfico la estación del ferrocarril de nuestra ciudad. Ayer, después de mucho tiempo sin acercarme a verla, me paseé por su andén mientras fumaba un cigarrillo y mi pituitaria identificaba el especial aroma que desprende la zona. Olor a trenes.
Cerré los ojos un momento y regresé a mi infancia. Recordé la estación llena de gente, al mozo de equipajes cargando su carretillo para trasladarlos a la ciudad, a las vendedoras de mantecadas subiendo al tren voceando las delicias de las mantecadas de Astorga, la curiosa figura del visitador golpeando con su martillo las ruedas para detectar si había fisuras, al jefe de estación gritando “viajeros al tren” y dando la salida con su silbato.
Es difícil entender el cambio sufrido con los años, pero la modernización del ferrocarril y el transporte por carretera trajo consigo la desaparición de muchos puestos de trabajo y Astorga se resintió.
La historia nos dice que la estación de nuestra ciudad en el año 1896 se convirtió en uno de los más importantes nudos ferroviarios del noroeste español al inaugurarse la línea Plasencia- Astorga y construirse la estación de clasificación de mercancías en el barrio de San Andrés. Las industrias de la ciudad, los cereales de la comarca, la remolacha y el transporte de ganado, se exportaban por ferrocarril desde esa estación de clasificación de mercancías conocida por todos nosotros como ‘la estación del Oeste’.
Nueve o diez años tendría yo cuando me acercaba a los muelles para ver cómo embarcaban los rebaños trashumantes en los vagones que los transportarían al sur, en busca de mejores pastos. Más rapacín era todavía cuando boquiabierto observaba pasar al ‘Jaimito’ echando nubes de vapor por sus chimeneas y avisando de su llegada con estruendosos y peculiares pitidos.
Los trenes de la histórica línea de ferrocarril de la Ruta de la Plata dejaron de circular el 01 de enero de 1985. El Gobierno Socialista de Felipe González argumentó su falta de rentabilidad para justificar su cerrojazo, tirando por tierra un siglo de historia ferroviaria, complicando la comunicación con el Oeste peninsular y el desarrollo industrial. Los defensores de esta línea, sin embargo aseguran que hubiera sido rentable si hubieran modernizado su servicio. Para ello toman como ejemplo al TER- Ruta de la Plata, un primera clase que cubría diariamente el trayecto Gijón–Sevilla y que hasta el día de su cierre, viajó completo y con listas de espera.
Con la suspensión de esta línea, comenzó la decadencia del ferrocarril en nuestra ciudad, ese que llegó a Astorga el 16 de Febrero de 1866 con la puesta en marcha del tramo León- Astorga.
Ahora la estación está vacía, apenas hay pasajeros, la cafetería dejó de funcionar hace muchos años, al igual que el kiosco que había en la sala de espera. Ya no suben al tren las vendedoras de mantecadas ni se oye el “pasajeros al tren” del jefe de estación. Ya no hay bares ni hostales en la Plaza de la Estación.
Hace un año de aquella famosa reunión de nuestro regidor con un equipo de trabajo de Renfe y Adif en el que supuestamente prometieron trabajar en el desarrollo de dos proyectos para la estación de Astorga, propuestos por la Concejalía de Turismo de nuestra ciudad. Complicado les ha debido resultar el trabajo, porque no se ha vuelto a saber nada al respecto.
También desde la plataforma ‘Tren Vía de la Plata’ se lucha para que se reabra lo antes posible. Se anunció incluso, hace un año aproximadamente, que el Congreso de los Diputados la abriría de nuevo. La realidad ha sido, que todo sigue igual.
Seguí paseando por el andén. Vi como un tren efectuaba su parada y como empequeñecía en el horizonte pocos segundos después. Me quedé observando cómo las vías se entrecruzan y pierden en la lejanía. Pensé cómo las estaciones determinan un comienzo y un final. Una alegoría de nuestra vida, del paso del tiempo, de la fragilidad del presente.
Encendí de nuevo un cigarrillo y sentado en uno de aquellos bancos vacíos, esperé la parada de otro tren. El olor a tren evocaba imágenes y momentos relacionados con mi existencia, en especial los de mi infancia.
La tardanza en llegar del próximo tren, hizo que desistiera de mi empeño y regresara al mundo real. La estación se quedó solitaria y triste, quizás esperando tiempos mejores.

Muchas fueron las ocasiones en las que me sirvió de plató fotográfico la estación del ferrocarril de nuestra ciudad. Ayer, después de mucho tiempo sin acercarme a verla, me paseé por su andén mientras fumaba un cigarrillo y mi pituitaria identificaba el especial aroma que desprende la zona. Olor a trenes.
Cerré los ojos un momento y regresé a mi infancia. Recordé la estación llena de gente, al mozo de equipajes cargando su carretillo para trasladarlos a la ciudad, a las vendedoras de mantecadas subiendo al tren voceando las delicias de las mantecadas de Astorga, la curiosa figura del visitador golpeando con su martillo las ruedas para detectar si había fisuras, al jefe de estación gritando “viajeros al tren” y dando la salida con su silbato.
Es difícil entender el cambio sufrido con los años, pero la modernización del ferrocarril y el transporte por carretera trajo consigo la desaparición de muchos puestos de trabajo y Astorga se resintió.
La historia nos dice que la estación de nuestra ciudad en el año 1896 se convirtió en uno de los más importantes nudos ferroviarios del noroeste español al inaugurarse la línea Plasencia- Astorga y construirse la estación de clasificación de mercancías en el barrio de San Andrés. Las industrias de la ciudad, los cereales de la comarca, la remolacha y el transporte de ganado, se exportaban por ferrocarril desde esa estación de clasificación de mercancías conocida por todos nosotros como ‘la estación del Oeste’.
Nueve o diez años tendría yo cuando me acercaba a los muelles para ver cómo embarcaban los rebaños trashumantes en los vagones que los transportarían al sur, en busca de mejores pastos. Más rapacín era todavía cuando boquiabierto observaba pasar al ‘Jaimito’ echando nubes de vapor por sus chimeneas y avisando de su llegada con estruendosos y peculiares pitidos.
Los trenes de la histórica línea de ferrocarril de la Ruta de la Plata dejaron de circular el 01 de enero de 1985. El Gobierno Socialista de Felipe González argumentó su falta de rentabilidad para justificar su cerrojazo, tirando por tierra un siglo de historia ferroviaria, complicando la comunicación con el Oeste peninsular y el desarrollo industrial. Los defensores de esta línea, sin embargo aseguran que hubiera sido rentable si hubieran modernizado su servicio. Para ello toman como ejemplo al TER- Ruta de la Plata, un primera clase que cubría diariamente el trayecto Gijón–Sevilla y que hasta el día de su cierre, viajó completo y con listas de espera.
Con la suspensión de esta línea, comenzó la decadencia del ferrocarril en nuestra ciudad, ese que llegó a Astorga el 16 de Febrero de 1866 con la puesta en marcha del tramo León- Astorga.
Ahora la estación está vacía, apenas hay pasajeros, la cafetería dejó de funcionar hace muchos años, al igual que el kiosco que había en la sala de espera. Ya no suben al tren las vendedoras de mantecadas ni se oye el “pasajeros al tren” del jefe de estación. Ya no hay bares ni hostales en la Plaza de la Estación.
Hace un año de aquella famosa reunión de nuestro regidor con un equipo de trabajo de Renfe y Adif en el que supuestamente prometieron trabajar en el desarrollo de dos proyectos para la estación de Astorga, propuestos por la Concejalía de Turismo de nuestra ciudad. Complicado les ha debido resultar el trabajo, porque no se ha vuelto a saber nada al respecto.
También desde la plataforma ‘Tren Vía de la Plata’ se lucha para que se reabra lo antes posible. Se anunció incluso, hace un año aproximadamente, que el Congreso de los Diputados la abriría de nuevo. La realidad ha sido, que todo sigue igual.
Seguí paseando por el andén. Vi como un tren efectuaba su parada y como empequeñecía en el horizonte pocos segundos después. Me quedé observando cómo las vías se entrecruzan y pierden en la lejanía. Pensé cómo las estaciones determinan un comienzo y un final. Una alegoría de nuestra vida, del paso del tiempo, de la fragilidad del presente.
Encendí de nuevo un cigarrillo y sentado en uno de aquellos bancos vacíos, esperé la parada de otro tren. El olor a tren evocaba imágenes y momentos relacionados con mi existencia, en especial los de mi infancia.
La tardanza en llegar del próximo tren, hizo que desistiera de mi empeño y regresara al mundo real. La estación se quedó solitaria y triste, quizás esperando tiempos mejores.






