El 'aforamiento' de los técnicos: un curro sin moralidad propia

Supongo que estaremos todos de acuerdo con que hay buenos matasanos y malos. Y buenos y malos funcionarios. Médicos que se actualizan, otros que toleran la homeopatía. Trabajadores de la administración que cumplen, y otros que están gracias a sus amistades.
Os voy a contar una pequeña historia verídica y amena que no tiene mucha gracia... y que es sólo una verdad a medias, que es la gracia sin risa pero igual de catártica.
Mi padre, que en paz descansará, me contó la siguiente anécdota cuando yo tenía veintidós años. (Por cierto: yo me licencié con veintidós años porque no tenía pendientes dos de primero, una de segundo, tres de tercero etc. Tampoco tenía ni enchufe para retrasos/ bajas tipo ‘corazón roto’, ni la tentación infantil de pasar la tarde jugando al parchís con porros de avecrem -es asombroso que un universitario (sic) encuentre estímulo en este tipo de actividad. ¡Parchís! ¡En una facultad! ¡Por el amor de Dios!, habiendo libros y sexo.... ¡Asombroso!)
Mi padre era vendedor. Era alto funcionario y el encargado, por parte del Ministerio de Agricultura, de deshacerse del superávit de productos cárnicos que había en LA REPÚBLICA irlandesa, Pedro, gracias a precios artificialmente mantenidos por Bruselas en pos de salvar el sustento en general y las hipotecas en particular de los granjeros irlandeses en los años ochenta.
En esa época, el consumidor menos patriótico podía agasajarse con cordero de Nueva Zelanda o buey de Argentina a precios de risa, (aunque sin gracia, también), pero a expensas del noble agricultor autóctono. Demasiados barcos y aviones para unas chuletas que ya hay in situ…. Lo sé: esto sería otra columna, Señorías Eurodiputados/as con dietas bien caloríficas.
Total, y en una frase de consumo fácil para todos los públicos legos en cuanto a letra pequeña de la macroeconomía atrozmente lúdica del (neo) liberalismo salvaje, el exceso de carne producida en y por los magníficos pastos irlandeses iba destinado a frigoríficos tamaño iglesia/Camp Nou para esperar a los mercados en alza. Cosa que nunca iba a ocurrir, puesto que esos mismos mercados estaban distorsionados desde el principio por las subvenciones… y corruptos por la avaricia de una cultura que todavía no entiende las palabras: según temporada.
Pero aquellos almacenes con neveras industriales conllevaron dos problemas: altos costes de mantenimiento, seguridad etc. y falta de espacio, a pesar de sus enormes dimensiones. O sea: aun había más matanzas que ventas.
Un día mi padre asistió, hablando de matanzas, a una reunión de técnicos en Suiza, el país más honrado y transparente del mundo, Co(rey)na. El buen (ingenuo) señor de mi padre, amante del pescado (¡qué listo es César!), había localizado compradores fuera de la CE dispuestos a jugar al precio justo. Concepto éste delirante si llevas 20 años en un piso alquilado en Lavapiés y de repente llegan los amos de los fondos buitres a tirar el edificio para poner otro (con unas plantitas más… para los hijos niniguays) pero mucho más feo física y metafísicamente.
Desde luego, deberían llamar a mi padre por teléfono (a cobro revertido, qué duda cabe, ya que estarán sin ‘roaming’ europeo) los ultras del Brexit para que les dé algunos consejos acerca del arte de regatear con dictaduras y/o latifundistas del Magreb, Mesopotamia y otros lugares de la Asia subnormal donde no te dejan conducir si no tienes pene o contraer matrimonio gay (en el nuevo sentido aconfesional del término- las palabras cambian de uso y de sentido, Dolores).
Había técnicos procedentes de Libia, Irán e Israel. Hubo una discusión sobre la forma de matar animales y los ritos a seguir, con la exigencia de que estas prácticas fueran observadas en los mataderos de Irlanda antes de cerrar las putativas ventas. En seguida, Libia, es decir, el técnico de Libia, le aseguró a mi padre que le daba igual el método, siempre que el precio por kilo satisficiera a su jefe de entonces, Gadaffi, porque luego se podría mentir al pueblo sobre la autenticidad de los ritos de sacrificio. Mientras tanto, el delegado técnico de Irán seguía insistiendo en que el procedimiento halal de quitarle la vida a la res era menos cruel que el de kosher y en que, por favor, a pesar de las discrepancias técnicas, si mi padre tendría la gentileza de comunicar tales matices al ministro.
Así que mi padre, ansioso por la ausencia de un diccionario en la sala, dio su consentimiento a todas las peticiones y luego les invitó a ver fotos de unas frisonas hermosas… pastando bucólicamente bajo una llovizna fina con un arcoíris de prolepsis.
Los técnicos nunca llegaron a saber nada de los campos de congelación.
¿Adónde voy, pues, con el titular? Las cloacas de los estados están llenas de personajes coloridos (hasta nuestros padres) que no conocemos, que son invisibles de cara a los medios de comunicación y que no son elegidos en las urnas. Así que la próxima vez que leas la frase, la clásica frase empleada por el concejal o la ministra de turno a la hora de echar balones fuera: ahora el asunto está en manos de los técnicos, recuerda que ellos también sólo elaboran informes según la pregunta y ésta, muy a menudo, viene altamente sesgada.
Ahora voy a hablar con mi pobre cordero Ardines a ver si prefiere una muerte cristiana, musulmana o judía. Porque, según los técnicos, cada cultura minimiza su dolor… con anteojeras. Y con la displicencia… de la Gestapo.

Supongo que estaremos todos de acuerdo con que hay buenos matasanos y malos. Y buenos y malos funcionarios. Médicos que se actualizan, otros que toleran la homeopatía. Trabajadores de la administración que cumplen, y otros que están gracias a sus amistades.
Os voy a contar una pequeña historia verídica y amena que no tiene mucha gracia... y que es sólo una verdad a medias, que es la gracia sin risa pero igual de catártica.
Mi padre, que en paz descansará, me contó la siguiente anécdota cuando yo tenía veintidós años. (Por cierto: yo me licencié con veintidós años porque no tenía pendientes dos de primero, una de segundo, tres de tercero etc. Tampoco tenía ni enchufe para retrasos/ bajas tipo ‘corazón roto’, ni la tentación infantil de pasar la tarde jugando al parchís con porros de avecrem -es asombroso que un universitario (sic) encuentre estímulo en este tipo de actividad. ¡Parchís! ¡En una facultad! ¡Por el amor de Dios!, habiendo libros y sexo.... ¡Asombroso!)
Mi padre era vendedor. Era alto funcionario y el encargado, por parte del Ministerio de Agricultura, de deshacerse del superávit de productos cárnicos que había en LA REPÚBLICA irlandesa, Pedro, gracias a precios artificialmente mantenidos por Bruselas en pos de salvar el sustento en general y las hipotecas en particular de los granjeros irlandeses en los años ochenta.
En esa época, el consumidor menos patriótico podía agasajarse con cordero de Nueva Zelanda o buey de Argentina a precios de risa, (aunque sin gracia, también), pero a expensas del noble agricultor autóctono. Demasiados barcos y aviones para unas chuletas que ya hay in situ…. Lo sé: esto sería otra columna, Señorías Eurodiputados/as con dietas bien caloríficas.
Total, y en una frase de consumo fácil para todos los públicos legos en cuanto a letra pequeña de la macroeconomía atrozmente lúdica del (neo) liberalismo salvaje, el exceso de carne producida en y por los magníficos pastos irlandeses iba destinado a frigoríficos tamaño iglesia/Camp Nou para esperar a los mercados en alza. Cosa que nunca iba a ocurrir, puesto que esos mismos mercados estaban distorsionados desde el principio por las subvenciones… y corruptos por la avaricia de una cultura que todavía no entiende las palabras: según temporada.
Pero aquellos almacenes con neveras industriales conllevaron dos problemas: altos costes de mantenimiento, seguridad etc. y falta de espacio, a pesar de sus enormes dimensiones. O sea: aun había más matanzas que ventas.
Un día mi padre asistió, hablando de matanzas, a una reunión de técnicos en Suiza, el país más honrado y transparente del mundo, Co(rey)na. El buen (ingenuo) señor de mi padre, amante del pescado (¡qué listo es César!), había localizado compradores fuera de la CE dispuestos a jugar al precio justo. Concepto éste delirante si llevas 20 años en un piso alquilado en Lavapiés y de repente llegan los amos de los fondos buitres a tirar el edificio para poner otro (con unas plantitas más… para los hijos niniguays) pero mucho más feo física y metafísicamente.
Desde luego, deberían llamar a mi padre por teléfono (a cobro revertido, qué duda cabe, ya que estarán sin ‘roaming’ europeo) los ultras del Brexit para que les dé algunos consejos acerca del arte de regatear con dictaduras y/o latifundistas del Magreb, Mesopotamia y otros lugares de la Asia subnormal donde no te dejan conducir si no tienes pene o contraer matrimonio gay (en el nuevo sentido aconfesional del término- las palabras cambian de uso y de sentido, Dolores).
Había técnicos procedentes de Libia, Irán e Israel. Hubo una discusión sobre la forma de matar animales y los ritos a seguir, con la exigencia de que estas prácticas fueran observadas en los mataderos de Irlanda antes de cerrar las putativas ventas. En seguida, Libia, es decir, el técnico de Libia, le aseguró a mi padre que le daba igual el método, siempre que el precio por kilo satisficiera a su jefe de entonces, Gadaffi, porque luego se podría mentir al pueblo sobre la autenticidad de los ritos de sacrificio. Mientras tanto, el delegado técnico de Irán seguía insistiendo en que el procedimiento halal de quitarle la vida a la res era menos cruel que el de kosher y en que, por favor, a pesar de las discrepancias técnicas, si mi padre tendría la gentileza de comunicar tales matices al ministro.
Así que mi padre, ansioso por la ausencia de un diccionario en la sala, dio su consentimiento a todas las peticiones y luego les invitó a ver fotos de unas frisonas hermosas… pastando bucólicamente bajo una llovizna fina con un arcoíris de prolepsis.
Los técnicos nunca llegaron a saber nada de los campos de congelación.
¿Adónde voy, pues, con el titular? Las cloacas de los estados están llenas de personajes coloridos (hasta nuestros padres) que no conocemos, que son invisibles de cara a los medios de comunicación y que no son elegidos en las urnas. Así que la próxima vez que leas la frase, la clásica frase empleada por el concejal o la ministra de turno a la hora de echar balones fuera: ahora el asunto está en manos de los técnicos, recuerda que ellos también sólo elaboran informes según la pregunta y ésta, muy a menudo, viene altamente sesgada.
Ahora voy a hablar con mi pobre cordero Ardines a ver si prefiere una muerte cristiana, musulmana o judía. Porque, según los técnicos, cada cultura minimiza su dolor… con anteojeras. Y con la displicencia… de la Gestapo.






