El imperio ataca
    
   
	    
	
    
        
    
    
        
          
		
    
        			        			        			        			        			        			        			        			        			        
    
    
    
	
	
        
        
        			        			        			        			        			        			        			        	
                                
                    			        			        
        
                
        
        
 
 
Se ha desatado una desaforada e impúdica guerra en contra de las terapias alternativas de la salud. ¿Qué pasa? ¿Qué hay detrás de todo este alboroto? ¿Por qué de repente se levanta una ola de descrédito hacia estos sistemas de sanación diferentes de la medicina establecida por el ‘sistema’?
 
He leído hace poco vehementes artículos en contra de la homeopatía publicados en el periódico El País. Uno de ellos sostenía su ardiente ataque enumerando algunos casos de personas con cáncer que el tratamiento homeopático no les había salvado de su enfermedad. ¿Cuántas personas mueren de cáncer con tratamientos de la medicina alopática, medicina occidental o biomedicina? Muchísimos, no se podrían enumerar. Por ahora no hay tratamientos infalibles. Resulta un poco pueril valorar el todo por una pequeña parte. Todos los tratamientos tienen sus aciertos y sus fallos. También los tratamientos llamados científicos unos funcionan y otros no; unos curan y otros no. ¿Quién nos asegura que esos enfermos de cáncer se hubieran salvado con los productos químicos?
 
En cualquier caso, para ser objetivos en estos enfrentamientos de tratamientos de salud habría que evaluar sus eficacias valorando muchos baremos.
 
Analizo el panorama.  La medicina llamada científica está respaldada por una infinidad de medicamentos. Medicamentos que salen de la factoría de las  grandes industrias farmacéuticas. Estas grandes industrias farmacéuticas son las que controlan el mundo a través del control de las enfermedades y, también, del control de los alimentos.
 
La industria alemana Bayer se ha hecho, por 54.000 millones de euros, un pellizco, con  Monsanto, la multinacional americana que controla las semillas transgénicas y los herbicidas, y Bayer ha constituido la mayor empresa agroquímica del planeta siendo, a la vez, una de las farmacológicas más importantes del mundo.
 
El argumento más extendido, y obvio, en defensa de la medicina biomédica frente a ‘las alternativas’ es el de que gracias a ella la expectativa de vida cada día es mayor.  Desde luego. La medicina y sus tratamientos científicos han alargado la vida al ser humano. Hoy los progenitores de mi generación están llegando a más de 90 años, y con frecuencia a los 100 años. Es un gran avance para la humanidad. Cierto. Pero veamos la otra cara de la moneda. Estos longevos ancianos viven, a partir de los setenta (más o menos) atiborrados de pastillas. Todos, esclavizados  a las pastillas, manejan un pastillero para saber cuántas por la mañana, cuántas  al mediodía  y cuántas por la noche tienen que ingerir. Total, consumen una gran cantidad y variedad de tamaño y colores de píldoras. Con este pastillaje la vida se alarga, en mejor o peor estado, ganando a la Parca de quince a veinte años. Y ¿quién gana además del individuo anciano? Pues evidentemente las empresas que hacen las pastillas. Y ¿Quiénes son? Las grandes multinacionales farmacéuticas que distribuyen su producto al mundo entero y recogen negocio del mundo entero. 
 
La cuestión. A estas empresas no les interesa que la gente se muera porque se quedan sin consumidores de su producto. Les interesa alargar al máximo la vida de las personas utilizando un juego malabar con sus medicamentos. Unos funcionan si van acompañado de otros, y estos otros, a su vez, necesitan de otros para solventar los efectos secundarios de los primeros…, y así. El interés (filón) está en que la gente viva muchos años consumiendo  muchas pastillas. Pastillas que encadenan la acción con la reacción y la reacción con la anti-reacción, lo que conlleva una retahíla de medicamentos  de efectos encontrados para un solo fin sanador. Se vive más ¿pero se vive mejor?
 
¿Y quién es el que mejor vive en este sistema medicamental? Indudablemente las industrias farmacéuticas. ¿Cuántos miles de millones mueven en este sistema? Incalculables.
 
¿A quién NO le interesa que la humanidad empiece a utilizar otros sistemas de sanación en los que sus pastillas no tienen cabida? Indiscutiblemente a la industria farmacéutica.
 
Es una cuestión de control del mercado. Un mercado de pingües beneficios que no están dispuestos a renunciar los que lo controlan.
 
 Argumento acusador: “Que la homeopatía es azúcar”. “Que es efecto placebo”.  No es cierto pero ¿Y qué si así fuera si a la gente le sirve para sentirse mejor? Si el efecto placebo funciona será que el mal era psicológico y con un ‘poco de azúcar’ se ha liberado de ese mal sin necesidad de utilizar pastilla tras pastilla con sus múltiples efectos.
 
Pero esto no le conviene a los magnates  de la ‘sanación científica’, va contra sus intereses y su mercado. La alerta ha sonado. Ponen en marcha el ataque para proteger su Imperio.
 
Frentes: Por un lado ha surgido una importante tendencia de la humanidad a buscar terapias sanadoras menos agresivas (y más dirigidas al defecto no al efecto, es decir a tratar de resolver el fondo y no la forma, la causa y no los síntomas).
 
Por otro lado se está imponiendo en el hábito humano una conciencia de necesidad de comer sano, lo que provoca nuevas formas de cultivos  más saludables. El crecimiento de la demanda de productos ecológicos es imparable. El mercado está cambiando.  Esta necesidad actual de cultivar los productos alimenticios sin químicos afecta también, enormemente, a la industria farmacéutica. ¿Quién elabora los pesticidas, los fungicidas, los insecticidas,  los fertilizantes químicos… que son los utilizados en las cosechas tradicionales del mundo mundial? Evidentemente  industria farmacéutica. Como ejemplo, la más importante, la Bayer.
 
Y todo va relacionado. Aquí comienza la cadena: Estos productos químicos, de gran toxicidad, que se emplean a destajo en las cosechas de todo el mundo pasan su ‘veneno’ a los alimentos que comemos y al aire que respiramos. La salud del consumidor, por tanto, se ve afectada a corto o a largo plazo, dependiendo de la sensibilidad de cada uno, por estos ‘químicos’. Entonces aparece en el escenario la farmacéutica que con sus medicamentos va a tratar de remediar el efecto pernicioso de sus pesticidas.
 
 He aquí el negocio. Un bucle que nunca se acaba y siempre hay un ganador: La industria. La misma industria que nos envenena elabora los productos para la supuesta curación. Si te duele la cabeza después de utilizar un insecticida Bayer, Bayer te proporciona una aspirina para quitar el dolor que te ha producido su producto. Ingenioso. Horroroso. 
 
El interés ataca. Hay mucho dinero por medio.
 
O tempora, o mores
 
        
        
    
       
            
    
        
        
	
    
                                                                                            	
                                        
                                                                                                                                                                                                    
    
    
	
    

Se ha desatado una desaforada e impúdica guerra en contra de las terapias alternativas de la salud. ¿Qué pasa? ¿Qué hay detrás de todo este alboroto? ¿Por qué de repente se levanta una ola de descrédito hacia estos sistemas de sanación diferentes de la medicina establecida por el ‘sistema’?
He leído hace poco vehementes artículos en contra de la homeopatía publicados en el periódico El País. Uno de ellos sostenía su ardiente ataque enumerando algunos casos de personas con cáncer que el tratamiento homeopático no les había salvado de su enfermedad. ¿Cuántas personas mueren de cáncer con tratamientos de la medicina alopática, medicina occidental o biomedicina? Muchísimos, no se podrían enumerar. Por ahora no hay tratamientos infalibles. Resulta un poco pueril valorar el todo por una pequeña parte. Todos los tratamientos tienen sus aciertos y sus fallos. También los tratamientos llamados científicos unos funcionan y otros no; unos curan y otros no. ¿Quién nos asegura que esos enfermos de cáncer se hubieran salvado con los productos químicos?
En cualquier caso, para ser objetivos en estos enfrentamientos de tratamientos de salud habría que evaluar sus eficacias valorando muchos baremos.
Analizo el panorama. La medicina llamada científica está respaldada por una infinidad de medicamentos. Medicamentos que salen de la factoría de las grandes industrias farmacéuticas. Estas grandes industrias farmacéuticas son las que controlan el mundo a través del control de las enfermedades y, también, del control de los alimentos.
La industria alemana Bayer se ha hecho, por 54.000 millones de euros, un pellizco, con Monsanto, la multinacional americana que controla las semillas transgénicas y los herbicidas, y Bayer ha constituido la mayor empresa agroquímica del planeta siendo, a la vez, una de las farmacológicas más importantes del mundo.
El argumento más extendido, y obvio, en defensa de la medicina biomédica frente a ‘las alternativas’ es el de que gracias a ella la expectativa de vida cada día es mayor. Desde luego. La medicina y sus tratamientos científicos han alargado la vida al ser humano. Hoy los progenitores de mi generación están llegando a más de 90 años, y con frecuencia a los 100 años. Es un gran avance para la humanidad. Cierto. Pero veamos la otra cara de la moneda. Estos longevos ancianos viven, a partir de los setenta (más o menos) atiborrados de pastillas. Todos, esclavizados a las pastillas, manejan un pastillero para saber cuántas por la mañana, cuántas al mediodía y cuántas por la noche tienen que ingerir. Total, consumen una gran cantidad y variedad de tamaño y colores de píldoras. Con este pastillaje la vida se alarga, en mejor o peor estado, ganando a la Parca de quince a veinte años. Y ¿quién gana además del individuo anciano? Pues evidentemente las empresas que hacen las pastillas. Y ¿Quiénes son? Las grandes multinacionales farmacéuticas que distribuyen su producto al mundo entero y recogen negocio del mundo entero.
La cuestión. A estas empresas no les interesa que la gente se muera porque se quedan sin consumidores de su producto. Les interesa alargar al máximo la vida de las personas utilizando un juego malabar con sus medicamentos. Unos funcionan si van acompañado de otros, y estos otros, a su vez, necesitan de otros para solventar los efectos secundarios de los primeros…, y así. El interés (filón) está en que la gente viva muchos años consumiendo muchas pastillas. Pastillas que encadenan la acción con la reacción y la reacción con la anti-reacción, lo que conlleva una retahíla de medicamentos de efectos encontrados para un solo fin sanador. Se vive más ¿pero se vive mejor?
¿Y quién es el que mejor vive en este sistema medicamental? Indudablemente las industrias farmacéuticas. ¿Cuántos miles de millones mueven en este sistema? Incalculables.
¿A quién NO le interesa que la humanidad empiece a utilizar otros sistemas de sanación en los que sus pastillas no tienen cabida? Indiscutiblemente a la industria farmacéutica.
Es una cuestión de control del mercado. Un mercado de pingües beneficios que no están dispuestos a renunciar los que lo controlan.
Argumento acusador: “Que la homeopatía es azúcar”. “Que es efecto placebo”. No es cierto pero ¿Y qué si así fuera si a la gente le sirve para sentirse mejor? Si el efecto placebo funciona será que el mal era psicológico y con un ‘poco de azúcar’ se ha liberado de ese mal sin necesidad de utilizar pastilla tras pastilla con sus múltiples efectos.
Pero esto no le conviene a los magnates de la ‘sanación científica’, va contra sus intereses y su mercado. La alerta ha sonado. Ponen en marcha el ataque para proteger su Imperio.
Frentes: Por un lado ha surgido una importante tendencia de la humanidad a buscar terapias sanadoras menos agresivas (y más dirigidas al defecto no al efecto, es decir a tratar de resolver el fondo y no la forma, la causa y no los síntomas).
Por otro lado se está imponiendo en el hábito humano una conciencia de necesidad de comer sano, lo que provoca nuevas formas de cultivos más saludables. El crecimiento de la demanda de productos ecológicos es imparable. El mercado está cambiando. Esta necesidad actual de cultivar los productos alimenticios sin químicos afecta también, enormemente, a la industria farmacéutica. ¿Quién elabora los pesticidas, los fungicidas, los insecticidas, los fertilizantes químicos… que son los utilizados en las cosechas tradicionales del mundo mundial? Evidentemente industria farmacéutica. Como ejemplo, la más importante, la Bayer.
Y todo va relacionado. Aquí comienza la cadena: Estos productos químicos, de gran toxicidad, que se emplean a destajo en las cosechas de todo el mundo pasan su ‘veneno’ a los alimentos que comemos y al aire que respiramos. La salud del consumidor, por tanto, se ve afectada a corto o a largo plazo, dependiendo de la sensibilidad de cada uno, por estos ‘químicos’. Entonces aparece en el escenario la farmacéutica que con sus medicamentos va a tratar de remediar el efecto pernicioso de sus pesticidas.
He aquí el negocio. Un bucle que nunca se acaba y siempre hay un ganador: La industria. La misma industria que nos envenena elabora los productos para la supuesta curación. Si te duele la cabeza después de utilizar un insecticida Bayer, Bayer te proporciona una aspirina para quitar el dolor que te ha producido su producto. Ingenioso. Horroroso.
El interés ataca. Hay mucho dinero por medio.
O tempora, o mores






