La 'lingua ignota' de la arquitectura de las colmenas
Raquel Ramírez de Arellano. La arquitectura de las colmenas; Devenir, el otro; Madrid 2018

La arquitectura de las colmenas, -Premio de Poesía Blas de Otero Villa de Bilbao 2017- es el segundo poemario, tras de ‘Riego automático’ (2014), de Raquel Ramírez de Arellano
El poemario consta de seis series de poemas con título. La primera de las series lleva por título ‘365 árboles y una manzana’. Quizás en el final de ‘La edad del bosque’, donde se incluye el verso que da título a esta primera serie encontremos una clave interpretativa del quehacer de este poemario: “La unión del significante y el significado, Señor Ferdinand de Saussure, / ha asesinado al signo lingüístico del deseo en la estructuración de la escuela de Ginebra.”
El signo lingüístico del deseo, esa expresabilidad anulada que ha podido matar al “carboncillo con agua, el tacto de la dorada planicie donde reciben mansas las ideas / lo que no palpita con la urgencia del gramófono, del aire que avisa a las metáforas / cuando tocan a la puerta del pecho resbaladizo de los ángeles” (24). El poema termina en necrológica: “22 de febrero De 1913, descanse en paz el carboncillo con agua.”
El abordaje saussiriano del lenguaje que manifestaba la arbitrariedad del significante en el signo lingüístico, hacía posible una resurrección de un uso arbitrario, poético, del deseo, de la asignación y articulación de esos significantes en la frase; eso sí, no sabemos si en esta escritura cuando se dice manzana, tendríamos que entender manzana, ni si el desplazamiento de manzana a la otra cosa sería permanente o de ocasión. Creemos que sí, con lo que habríamos perdido el idioma en favor de los sonidos, del canto. Pero esto es solo una opción terminal que se pudo detectar ya en poetas Dada, como el ‘Iolifannto bammmblo oh falli bammblo’ de Hugo Ball, o el sexto canto de ‘Altazor’ de Huidobro. Esto precisamente es lo que no llega a suceder en el presente poemario. Pues en cualquier caso “en esta perturbación del orden de las orillas” el orden gramatical permanece indemne, mientras que las palabras parecen aludir a las mismas cosas que convencionalmente designan. El secreto de esta ‘conmoción’ parece residir en la articulación de las palabras en la frase y en el discurso guiado en ocasiones por algunas marcas o regularidades temáticas.
Entre esta “cascada de imágenes encamadas” que incorpora al lenguaje, o mejor, que del lenguaje incorpora a lo mental desapercibidas relaciones entre los seres (Una extrañeza cultural y un contrasentido nominal, lo de incorporar un cuerpo a un alma, a lo espiritual; como una rebelión de la máquina sobre su fantasma), aún percibimos las expresiones del deseo, del amor. Tal vez ese lenguaje se esfuerce por designar lo que sucede al margen del corsé limitador y estanco de las palabras y de las frases y de las relaciones percibidas entre las cosas, y pretenda abordar el incognoscible, el desdibujo de los lenguajes sobre la realidad que representan.
En cualquier caso impregnarse en la lectura de este poemario es tener una sensación acuática, fetal, placentaria, a pesar del agridulce del “amor y sus desastres”.

‘Taxi disléxico’ (28) contiene en su título un guiño a esta desviación, a ese mínimo clinamen que se produce al uso de lenguaje. Aquí es Vygotsky el convocado. Nos iconvoca a “(...) ser asaltado(s) por la creación de los escolares. Rememore tres veces al día el deseo de conversar / con el basurero disléxico de la caligrafía…” Y en ese estado de resonancia se nos insta a la creación de poemas, desprendiéndonos, como un perro que se sacude del agua del baño, del “yugo del pronombre relativo entre las sábanas de la sintaxis(...). Todo esto se ejemplifica continuamente a nivel semántico pero nunca nivel sintáctico.
En todos estos poemas las conexiones habituales entre las cosas o de las emociones están desplazadas. Pueden ir más allá de los sueños, donde los contenidos ya aparecens trastocados por los mecanismos de la simbolización, desplazamiento, transferencia, condensación etc, mientras se mantiene las continuidades espacio-temporales.Es como asistir a “un happening lingüístico” donde cualquier tipo de categorización regional es alterada por esos mecanismos, quedando indemnes tan solo la gramática y las palabras... Es por ello una poesía post-surrealista, post-humanista.
En ocasiones parece darse un extraño modo de culturalismo vinculado a los nombres de las personas, tal vez una especie de anclaje a los deslizamientos conceptuales producidos por la ligazón ¿al azar? de las palabras (clinamen). Estas Marcas culturalistas proporcionan pistas para satisfacer la ansiedad de comprensión intelectual que como humanos querríamos ver satisfecha. Así, en ‘Veneno para pájaros’ (13) las marcas comprensivas son la retahíla de mujeres escritoras suicidas, y por poner otro ejemplo muy diferente, en ‘Golpe de castigo’ (92) las marcas son el lenguaje del rugby, de ese “(…) gran slam de la tristeza” en el que sobrevivimos.
Lo que sucede en esta primera parte del poemario es que “del encuentro azaroso entre una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección” surgen vitalismos en las cosas que actúan de forma inverosímil.
En “La ejecución de los panes, la resurrección de los peces.” (35) se hace explícita de forma irónica la autocrítica de esta escritura: “ (…) el mapa boquea exhausto, los filólogos preguntan a qué viene tanta imagen, no dan crédito a esos versos tan largos con la sota de oros siempre en mitad de la página. / Si a fin de cuentas no se entiende nada, si desconectas el bluetooth de las grabaciones discográficas, si acudes sin blanca a las carreras de caballos.”
Pero algo se entenderá, digo yo, cuando tratamos de entender y seguimos escribiendo sobre esto: Las alusiones a la memoria histórica de la última guerra civil, la tiranía teocrática de los occidentales en el archivo de Yad Vashem, la perfidia del ensayo del cambio climático: “Por favor señores pasajeros: apaguen la máquina de coser en ciernes, es la hora de la aniquilación.”

Comienza entonces la segunda serie de poemas de las seis que conforman el libro ‘No eran aves, solo abejas (Traducción alemana sin dentífrico)’ (37). Ya a simple vista ha desaparecido la forma versal del poema. Poemas en prosa. El fraseo aunque ligado es cada vez más automático. Versos en hábito de greguerías, “lo que gritan los seres confusamente desde su inconsciente”. Las palabras, como en la cita que se hace de Mayakovsky, deben de ser aceptadas como vengan y cuando vengan, renunciando a la voluntad de selección.
De esa consumación con las palabras se revela una especie de ’creacionismo’ que recuerda a los cinco primeros poemas de ‘Altazor’. Lo que parece conseguirse, en “esa perturbación de la estabilidad de las orillas”, es que esa segunda naturaleza en la que vive el humano, ese ser de las cosas a la mano, se vuelva naturaleza primera, animal, antihumana, trayendo a la presencia el poso oculto de lo animalesco, en una percepción menos decorada. De paso, algo más común, prestar a esas naturalezas unos artilugios, unas fábricas, que de ninguna manera le encajan, por serle ajenas, de otra especie, de esa tanta extrañeza. ¿Pero quiénes se extrañan?
Otras características de este escrito: una especie de deslocalización en los útiles, usos y actividades: “Para los ilusos y los hombres de signo zodiacal Escorpio es de gran trascendencia que las hembras mantengan el pecho erguido y embistan esas arenas con piolets.” (41) Por otra parte las cualidades de las cosas se han vuelto permeables, o lo son las cosas por sufrir de cualidades impropias, como el magma descrito por Anaxágoras de las cosas antes de ser, todavía sin el orden racional. Pudiera entonces ocurrir que lo todavía no asignado fuera en el lenguaje, en un paraíso en el que Adanes y Evas juzgarán aún con signos propios (antepalabras), palabras sin sentido tratando de aplicarlas (asignándolas al hacerlas signos) a algo. Es por ello también que acudimos a una ordenación paradisíaca de l(os) otro(s) mundo(s) posible(s)…, de las otras formas de vida: “Noventa grados de saliva burlan al radar nocturno, gestor del tiempo, mientras los ebanistas del viento cierran los trinos con que amanecen en los patios las alondras.” O “ El electrocardiograma que acuna avispas con alas de sed sin entrada a los clubes de alterne sordos y gratuitos.” (42)
En las restantes secciones del libro el procedimiento viene a ser el mismo. En ‘Calendario de ensueño’ (51) se dice: “Este verso termina dónde empieza sujeto a una cadencia de ensoñaciones. Por ejemplo: el vientre de la lluvia en otoño doma nidos de colibríes qué rizan grietas de nube sobre su alforja.” (51) El mundo del ensueño ordenado en el lenguaje puede ser narrado como mundo posible en el que la lógica aún permanece, solo que los axiomas son al arbitrio. Intento en el avance de la lectura entender esas lógicas y lo que pudieran tener de innatas, de antehumanas. Por ello también el lector debería de tomar el vehículo de su ensueño con la gasolina de estos textos. Imaginemos un niño de pocos meses ya dotado de lenguaje y una gramática de adulto, (cualquiera de las de antes de Babel) pero que no pudiera aún percibir su entorno. Juega con sus manitas, con sus pies; los hermanos corretean a su vera, mientras la madre al fondo se atarea con un biberón; huele a pollo asado. Los niños tienen hambre y reclaman la comida. El bebé posee un diccionario y una gramática, pero no una enciclopedia. Si se echara, como Buda, a hablar; si tuviera que describir sus sensaciones, iría designando las fantasmagorías que siente sin saber qué: “esa perturbación de la estabilidad en las orillas". Esa distancia del lenguaje con el mundo generaría encuentros inusitados, hallazgos. Si pudiéramos escucharlo, la poesía brotaría para nosotros de sus labios purísimos.

Quizás la poesía de Raquel Ramírez de Arellano no quiera ir tan lejos, a lo indecible; pero sí adopta alguno de esos modos: “Esta mañana el viento cambió las esquinas de sitio. Los gorriones grises malabaristas, dejaban trinos sin lazo en el buzón: obsequio de los carteros sin migraña.” (55) Lo que quiero remarcar es que esta poesía no sucede en el lenguaje, sino en el puro signo.
Las alusiones culturalistas son constantes a lo largo del poema, sea a personas, sean a sucesos. En ‘Las acequias de 1937' rememora la injusticia de los fusilados enterrados en las cunetas, solicitando el testimonio de Justa Freire, maestra republicana con calle en Madrid. Pero esto es tan solo un ejemplo entre las alusiones a la Shoa, a las mujeres suicidas de la vanguardia, al cambio climático, a la mitología griega, a Nuccio Ordine, a Bocaccio o a Mayakovsky por citar unos pocos.
El principal problema de esta manera de poetizar es que los lectores de poesía ya no sabemos ser niños. Y aunque se trate de un juego de lenguaje tan especial como el de este poemario, siempre trataremos de entender lo que en "esa nada total" pudiera haber querido decir. No en vano la poesía contemporánea es un reto a la razón. En esto somos un poco griegos, parmenídeos, no podemos creernos todavía que el lenguaje pueda decir nada. Pero claro, como el bebé, habremos de esperar y de seguir escuchando hasta que las palabras queden colgadas de las cosas, de algunas cosas, de las mismas perchas en que los otros las cuelguen.
Hay lugares en este libro donde figuran expresiones que tocan la poesía de Artaud. Solamente citarlos: “Mi demencia está llena de palabras. Palabras que me asaltan en la escuela y en el tiovivo de los parques infantiles frente al Museo Arqueológico del último silbido si mis dedos rapelan por tus alas.” Y en ese mismo poema, ‘Tildes sobre toldos’ (79), un poco más adelante: “Hay en este lugar, mudanzas de mí que no conozco, (...)” o “En mi demencia duermen esqueletos (...) la infamia de escribir que es mi locura mientras se cuecen las tildes de los otros poemas en el horno.”
En páginas cómo estás nos encontramos ante un ignoto continente de lenguaje que revela las infinitas posibilidades todavía indesignadas. Esos mundos imposibles a los que nos estaría vedado entrar sin el reclamo de la poesía o del ensueño.
Raquel Ramírez de Arellano. La arquitectura de las colmenas; Devenir, el otro; Madrid 2018
La arquitectura de las colmenas, -Premio de Poesía Blas de Otero Villa de Bilbao 2017- es el segundo poemario, tras de ‘Riego automático’ (2014), de Raquel Ramírez de Arellano
El poemario consta de seis series de poemas con título. La primera de las series lleva por título ‘365 árboles y una manzana’. Quizás en el final de ‘La edad del bosque’, donde se incluye el verso que da título a esta primera serie encontremos una clave interpretativa del quehacer de este poemario: “La unión del significante y el significado, Señor Ferdinand de Saussure, / ha asesinado al signo lingüístico del deseo en la estructuración de la escuela de Ginebra.”
El signo lingüístico del deseo, esa expresabilidad anulada que ha podido matar al “carboncillo con agua, el tacto de la dorada planicie donde reciben mansas las ideas / lo que no palpita con la urgencia del gramófono, del aire que avisa a las metáforas / cuando tocan a la puerta del pecho resbaladizo de los ángeles” (24). El poema termina en necrológica: “22 de febrero De 1913, descanse en paz el carboncillo con agua.”
El abordaje saussiriano del lenguaje que manifestaba la arbitrariedad del significante en el signo lingüístico, hacía posible una resurrección de un uso arbitrario, poético, del deseo, de la asignación y articulación de esos significantes en la frase; eso sí, no sabemos si en esta escritura cuando se dice manzana, tendríamos que entender manzana, ni si el desplazamiento de manzana a la otra cosa sería permanente o de ocasión. Creemos que sí, con lo que habríamos perdido el idioma en favor de los sonidos, del canto. Pero esto es solo una opción terminal que se pudo detectar ya en poetas Dada, como el ‘Iolifannto bammmblo oh falli bammblo’ de Hugo Ball, o el sexto canto de ‘Altazor’ de Huidobro. Esto precisamente es lo que no llega a suceder en el presente poemario. Pues en cualquier caso “en esta perturbación del orden de las orillas” el orden gramatical permanece indemne, mientras que las palabras parecen aludir a las mismas cosas que convencionalmente designan. El secreto de esta ‘conmoción’ parece residir en la articulación de las palabras en la frase y en el discurso guiado en ocasiones por algunas marcas o regularidades temáticas.
Entre esta “cascada de imágenes encamadas” que incorpora al lenguaje, o mejor, que del lenguaje incorpora a lo mental desapercibidas relaciones entre los seres (Una extrañeza cultural y un contrasentido nominal, lo de incorporar un cuerpo a un alma, a lo espiritual; como una rebelión de la máquina sobre su fantasma), aún percibimos las expresiones del deseo, del amor. Tal vez ese lenguaje se esfuerce por designar lo que sucede al margen del corsé limitador y estanco de las palabras y de las frases y de las relaciones percibidas entre las cosas, y pretenda abordar el incognoscible, el desdibujo de los lenguajes sobre la realidad que representan.
En cualquier caso impregnarse en la lectura de este poemario es tener una sensación acuática, fetal, placentaria, a pesar del agridulce del “amor y sus desastres”.
‘Taxi disléxico’ (28) contiene en su título un guiño a esta desviación, a ese mínimo clinamen que se produce al uso de lenguaje. Aquí es Vygotsky el convocado. Nos iconvoca a “(...) ser asaltado(s) por la creación de los escolares. Rememore tres veces al día el deseo de conversar / con el basurero disléxico de la caligrafía…” Y en ese estado de resonancia se nos insta a la creación de poemas, desprendiéndonos, como un perro que se sacude del agua del baño, del “yugo del pronombre relativo entre las sábanas de la sintaxis(...). Todo esto se ejemplifica continuamente a nivel semántico pero nunca nivel sintáctico.
En todos estos poemas las conexiones habituales entre las cosas o de las emociones están desplazadas. Pueden ir más allá de los sueños, donde los contenidos ya aparecens trastocados por los mecanismos de la simbolización, desplazamiento, transferencia, condensación etc, mientras se mantiene las continuidades espacio-temporales.Es como asistir a “un happening lingüístico” donde cualquier tipo de categorización regional es alterada por esos mecanismos, quedando indemnes tan solo la gramática y las palabras... Es por ello una poesía post-surrealista, post-humanista.
En ocasiones parece darse un extraño modo de culturalismo vinculado a los nombres de las personas, tal vez una especie de anclaje a los deslizamientos conceptuales producidos por la ligazón ¿al azar? de las palabras (clinamen). Estas Marcas culturalistas proporcionan pistas para satisfacer la ansiedad de comprensión intelectual que como humanos querríamos ver satisfecha. Así, en ‘Veneno para pájaros’ (13) las marcas comprensivas son la retahíla de mujeres escritoras suicidas, y por poner otro ejemplo muy diferente, en ‘Golpe de castigo’ (92) las marcas son el lenguaje del rugby, de ese “(…) gran slam de la tristeza” en el que sobrevivimos.
Lo que sucede en esta primera parte del poemario es que “del encuentro azaroso entre una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección” surgen vitalismos en las cosas que actúan de forma inverosímil.
En “La ejecución de los panes, la resurrección de los peces.” (35) se hace explícita de forma irónica la autocrítica de esta escritura: “ (…) el mapa boquea exhausto, los filólogos preguntan a qué viene tanta imagen, no dan crédito a esos versos tan largos con la sota de oros siempre en mitad de la página. / Si a fin de cuentas no se entiende nada, si desconectas el bluetooth de las grabaciones discográficas, si acudes sin blanca a las carreras de caballos.”
Pero algo se entenderá, digo yo, cuando tratamos de entender y seguimos escribiendo sobre esto: Las alusiones a la memoria histórica de la última guerra civil, la tiranía teocrática de los occidentales en el archivo de Yad Vashem, la perfidia del ensayo del cambio climático: “Por favor señores pasajeros: apaguen la máquina de coser en ciernes, es la hora de la aniquilación.”
Comienza entonces la segunda serie de poemas de las seis que conforman el libro ‘No eran aves, solo abejas (Traducción alemana sin dentífrico)’ (37). Ya a simple vista ha desaparecido la forma versal del poema. Poemas en prosa. El fraseo aunque ligado es cada vez más automático. Versos en hábito de greguerías, “lo que gritan los seres confusamente desde su inconsciente”. Las palabras, como en la cita que se hace de Mayakovsky, deben de ser aceptadas como vengan y cuando vengan, renunciando a la voluntad de selección.
De esa consumación con las palabras se revela una especie de ’creacionismo’ que recuerda a los cinco primeros poemas de ‘Altazor’. Lo que parece conseguirse, en “esa perturbación de la estabilidad de las orillas”, es que esa segunda naturaleza en la que vive el humano, ese ser de las cosas a la mano, se vuelva naturaleza primera, animal, antihumana, trayendo a la presencia el poso oculto de lo animalesco, en una percepción menos decorada. De paso, algo más común, prestar a esas naturalezas unos artilugios, unas fábricas, que de ninguna manera le encajan, por serle ajenas, de otra especie, de esa tanta extrañeza. ¿Pero quiénes se extrañan?
Otras características de este escrito: una especie de deslocalización en los útiles, usos y actividades: “Para los ilusos y los hombres de signo zodiacal Escorpio es de gran trascendencia que las hembras mantengan el pecho erguido y embistan esas arenas con piolets.” (41) Por otra parte las cualidades de las cosas se han vuelto permeables, o lo son las cosas por sufrir de cualidades impropias, como el magma descrito por Anaxágoras de las cosas antes de ser, todavía sin el orden racional. Pudiera entonces ocurrir que lo todavía no asignado fuera en el lenguaje, en un paraíso en el que Adanes y Evas juzgarán aún con signos propios (antepalabras), palabras sin sentido tratando de aplicarlas (asignándolas al hacerlas signos) a algo. Es por ello también que acudimos a una ordenación paradisíaca de l(os) otro(s) mundo(s) posible(s)…, de las otras formas de vida: “Noventa grados de saliva burlan al radar nocturno, gestor del tiempo, mientras los ebanistas del viento cierran los trinos con que amanecen en los patios las alondras.” O “ El electrocardiograma que acuna avispas con alas de sed sin entrada a los clubes de alterne sordos y gratuitos.” (42)
En las restantes secciones del libro el procedimiento viene a ser el mismo. En ‘Calendario de ensueño’ (51) se dice: “Este verso termina dónde empieza sujeto a una cadencia de ensoñaciones. Por ejemplo: el vientre de la lluvia en otoño doma nidos de colibríes qué rizan grietas de nube sobre su alforja.” (51) El mundo del ensueño ordenado en el lenguaje puede ser narrado como mundo posible en el que la lógica aún permanece, solo que los axiomas son al arbitrio. Intento en el avance de la lectura entender esas lógicas y lo que pudieran tener de innatas, de antehumanas. Por ello también el lector debería de tomar el vehículo de su ensueño con la gasolina de estos textos. Imaginemos un niño de pocos meses ya dotado de lenguaje y una gramática de adulto, (cualquiera de las de antes de Babel) pero que no pudiera aún percibir su entorno. Juega con sus manitas, con sus pies; los hermanos corretean a su vera, mientras la madre al fondo se atarea con un biberón; huele a pollo asado. Los niños tienen hambre y reclaman la comida. El bebé posee un diccionario y una gramática, pero no una enciclopedia. Si se echara, como Buda, a hablar; si tuviera que describir sus sensaciones, iría designando las fantasmagorías que siente sin saber qué: “esa perturbación de la estabilidad en las orillas". Esa distancia del lenguaje con el mundo generaría encuentros inusitados, hallazgos. Si pudiéramos escucharlo, la poesía brotaría para nosotros de sus labios purísimos.
Quizás la poesía de Raquel Ramírez de Arellano no quiera ir tan lejos, a lo indecible; pero sí adopta alguno de esos modos: “Esta mañana el viento cambió las esquinas de sitio. Los gorriones grises malabaristas, dejaban trinos sin lazo en el buzón: obsequio de los carteros sin migraña.” (55) Lo que quiero remarcar es que esta poesía no sucede en el lenguaje, sino en el puro signo.
Las alusiones culturalistas son constantes a lo largo del poema, sea a personas, sean a sucesos. En ‘Las acequias de 1937' rememora la injusticia de los fusilados enterrados en las cunetas, solicitando el testimonio de Justa Freire, maestra republicana con calle en Madrid. Pero esto es tan solo un ejemplo entre las alusiones a la Shoa, a las mujeres suicidas de la vanguardia, al cambio climático, a la mitología griega, a Nuccio Ordine, a Bocaccio o a Mayakovsky por citar unos pocos.
El principal problema de esta manera de poetizar es que los lectores de poesía ya no sabemos ser niños. Y aunque se trate de un juego de lenguaje tan especial como el de este poemario, siempre trataremos de entender lo que en "esa nada total" pudiera haber querido decir. No en vano la poesía contemporánea es un reto a la razón. En esto somos un poco griegos, parmenídeos, no podemos creernos todavía que el lenguaje pueda decir nada. Pero claro, como el bebé, habremos de esperar y de seguir escuchando hasta que las palabras queden colgadas de las cosas, de algunas cosas, de las mismas perchas en que los otros las cuelguen.
Hay lugares en este libro donde figuran expresiones que tocan la poesía de Artaud. Solamente citarlos: “Mi demencia está llena de palabras. Palabras que me asaltan en la escuela y en el tiovivo de los parques infantiles frente al Museo Arqueológico del último silbido si mis dedos rapelan por tus alas.” Y en ese mismo poema, ‘Tildes sobre toldos’ (79), un poco más adelante: “Hay en este lugar, mudanzas de mí que no conozco, (...)” o “En mi demencia duermen esqueletos (...) la infamia de escribir que es mi locura mientras se cuecen las tildes de los otros poemas en el horno.”
En páginas cómo estás nos encontramos ante un ignoto continente de lenguaje que revela las infinitas posibilidades todavía indesignadas. Esos mundos imposibles a los que nos estaría vedado entrar sin el reclamo de la poesía o del ensueño.