Eloy Rubio Carro
Domingo, 25 de Noviembre de 2018

Piter Kill, entre la magia y la ciencia

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Pudiera ser que el antecedente de la cámara oscura estuviera en las celdas silenciosas donde se meditaba y oraba en el medievo. La iluminación y las visiones se secularizan y aun permaneciendo inmateriales apuntan a la exterioridad.

 

Tal vez hubo un momento de no retorno en el que el ver la realidad, el mundo exterior al habitáculo, hubo que hacerlo de esta manera.

 

De esta manera, situado frente a la fachada de la Catedral ya terminada, podía ver. No podía hacerlo con el sol de frente, pues era albino; nadie podría hacerlo como él lo hacía sin sentir vergüenza, mirando atrás, adelante, de su mirada: “En este torbellino se retorcían retazos de imágenes arrancadas del auto de fe celebrado en la Plaza de la Catedral (...) recordaba como al día siguiente había caminado junto al viejo rabí sobre aquella superficie calcinada. El viejo rabí se había agachado a recoger cuidadosamente de entre los tizones apagados unos huesecillos ligeros y blanquecinos, buscando entre ellos la luz de tradición hebraica que resistía las llamas.”

 

En otros tiempos Piter Kill habría sonreído ante estas supersticiones de cabalista.

 

En otras ocasiones, si había dormido en la cámara oscura, salía del sueño como a la sala de los suplicios sobre todo cuando el cielo carecía del “fuego inaccesible de los astros”. En su cabeza se desplegaba la rosa de la ordalía que extendía sus pétalos y rasgaba su cerebro, sangrándole la razón. La palabra que daría la vida parecía imposible de encontrar por más combinaciones de las letras hebreas que llevaran hechas.

 

 

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Piter Kill conoció al poco de llegar a Astorga al rabí Cardoso, juntos pasearían desde la calle Portería, por Juego de Cañas hasta la Muralla, en las noches estrelladas de invierno; por aquel entonces se podía circunvalar el adarve. Comentaban la iconografía de la portada de la catedral de la Biblia Ferrariense; "no, de la de Amberes", le replicaba Piter Kill. Discutían también de la doctrina de los átomos: “Principios de las cosas naturales. Semillas de las cosas. Corpúsculos sólidos, tan compactos y mínimos que no pueden ser divididos.” También reflexionaban sobre los colores de los cuales en su ‘Panegírico del color verde’, Cardoso había escrito que no eran propiedad de las cosas, “sino que son la misma luz refracta, ‘reflexa ac disposita’". Seguirían platicando sobre la teoría del fuego, sobre la luz y las sombras. 

 

En otra ocasión, en otra noche distante, vio o soñó o ambas cosas, que penetraba por el agujero de mirar la Catedral un teatro de titiriteros. La gente se apoyaba en el chaflán de su casa, en el medio una comedia digna de una estampa de Doré: ”Don García de Navarra o el príncipe celoso.”  Las voces  retumbaban en el duermevela, irreconocibles, muy lejanas, de la dimensión de las estrellas en la velocidad de escape.

 

‘La luz’, le vino como en inspiración: “La luz es el gran misterio del universo: vivimos en su esencia, medimos su presencia (...) La  luz, la energía que sostiene la realidad.”


En compañía de esa inspiración obtuvo también la idea del ‘Teatro óptico’, algo más que la reproducción del interior del ojo, pues eso siempre había estado allí, y siempre podía capturarse con el receptor adecuado, no así la intelección de lo que se reproduzca. La inteligencia humana, eso no. Eso requería de la palabra adecuada, con ella sería posible insuflar la vida. 

 

Esto lo comentaría con el rabino en otro de sus paseos. Cardoso, un obseso de la cábala, traductor de ‘El jardín del Edén’ de León Hebreo, rondaba una combinatoria mágica en las letras del hebreo, hermano del alfabeto adánico. Era tan solo cosa de paciencia que de esta ‘ars combinatoria’ emergiera la palabra esperada y pudiera insuflarla a una masa inerte, un autómata con facha humana en este caso. A ambos les rondaba la creación del Golem. No les era suficiente con una copia del mundo, sino que esta copia tendría que albergar vida, ser autónoma. “Un paso no más allá."

 

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Piter Kill, discípulo de Athanasius Kircher, había recalado en Astorga en 1695 procedente de Holanda por requerimiento del Cabildo de la Catedral para que asesorase sobre la iconografía de la fachada. Traía consigo curiosidades y conocimiento de instrumentos peligrosos para él, ya que el desconocimiento de los mismos y el asombro, haría que los astorganos lo tildaran de mago, de sombrío y sin sombra. Eran tales, la cámara oscura para situarse en el interior del ojo y deleitarse en la visión, las anamorfosis que desvelarían desde la fachada de la catedral otras portadas de infinidad de posibles e incomposibles palacios desmoronados ya antes de ser, en una especie de 'ars combinatoria' lulliana, o como la que tenía enredado al rabino barajando variaciones de la palabra Astorga: Usterga, Astorja, Asturga, Astygi, Astyra, Astorgia, Astorgía..., con el solo fin de insuflar vida no desde la nada, no.

 

Dar vida a lo nonato que, aun no siendo composible, sería posible. Primero habría de ser lo composible, entendieron, y luego lo posible; o a un mismo tiempo tendría que llegar ese soplo que era luz y ‘lua’, le acaeció ese lapsus. Luz de luna.

 

Un viaje por el tiempo es lo que tiene que suceder en el interior de la ‘Casa del Sacristán’. Todo lo allí ab(and)onado lo propicia; y todo cabe allí. No la ocupa materialmente la Catedral de piel de almagre, pero cabe y sobra la Catedral pensada, todas cuantas pudieran pensarse. El ojo del tiempo está de nuevo abierto, la mirada escrutadora y nueva tendrá que venir de manos de los visitantes, “en quienes fuera preciso que el amor vuele.” 

 

La ‘Casa del Sacristán’ no es el único residuo de todo aquello. Aquello que pueda verse se verá de otra manera. Así los arbotantes de la fachada se descubren a esta mirada de desigual tamaño, también la longanimidad de los elefantes, la danza coral de las sirenas de seducción vampira a la noche, el griterío animalesco que llama a la animalidad perdida y recobrada de lo humano.

 

 

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Se dice que Piter Kill “mediante prismas acosaba el espectro de la luz.” Tal vez haya un lugar en el interior de 'La 'Casa del Sacristán’ donde esconda su tesoro; tal vez esté a punto de hallarse en donde la mirada recomponga la anamorfosis de los arbotantes desiguales de la catedral invertida.

 

Apunto está de abrirse en Astorga una rosa,  ‘La Casa del Sacristán’ “con aspecto rudo de Torreón de vigía.”

 

Astorga tendrá desde ahora la posibilidad de un viaje para reconstruir sus anamorfosis, los vacíos inexplicados para los que la imaginación dispondrá del instrumento, que es a un tiempo el enigma de Piter Kill, el Don Quijote de los alarifes, que después de muerto vigila desde el culmen de la Catedral con capacete cabalístico. 

 

 

Más información:

Web de la Casa del Sacristán

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