Samuel Yebra Pimentel
Sábado, 15 de Diciembre de 2018

La razón de la sinrazón que a mi razón se hace

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Se venía oliendo en los últimos días, en las redes sociales, que Fernando Sánchez Dragó no tenía buena prensa entre algunos círculos de activistas, sobre todo de mujeres. Se le repudiaba por alguna de sus bravuconadas en las que hizo gala de aprovecharse de unas jovencitas, hace unos años en Tokio. Tal vez también porque su personaje de novela, Dionisio, en ‘La prueba del laberinto’ se sosiegue tras su iniciación a los misterios eleusinos, como buen guerrero, beneficiándose a unas 'putitas' menores de edad en Thailandia. Queda bastante claro. Pero sería absurdo desprestigiar al novelista por las exacciones de un personaje de novela, cosa que se ha hecho recientemente con un villancico de hace más de treinta años. El personaje de Sánchez Dragó tal vez sea repudiable, exagerado, no digo que no, pero habría que ser más cauto/a. Habría que saber cuánto tienen de cierto sus exageraciones vitales, aunque solo el hacer gala de ellas pudiera causarnos repulsa.


A Astorga venía en condición de escritor, y a Astorga le ha dedicado unas cuantas páginas laudatorias y amorosas. Aunque sus novelas sean ‘de menor cuantía”, su ‘Gárgoris y Habidis’, al menos en su primer libro, es una de las construcciones literarias de la época de la transición que se lee con delectación, si no morosa, cuanto menos placentera. En un estilo manierista, con gran dominio del lenguaje y del diccionario, es un deleite formal e intelectual.


Podríamos empezar por diferenciar, no digo separar, a la persona o al personaje del escritor, y por lo menos antes de rechazar en bloque y sin analizar, escuchar. Cosa que en Astorga y tal vez en toda la península a excepción de Portugal no se hace. Pasó ya con Juan Manuel de Prada. Hay un tinte moralista casi curial y requeteinquisitorial que aparentando liberación y proclamándose bienpensante lleva la intransigencia adentro. Sucede siempre que un pensamiento o una idea se convierte en ideología, entonces la búsqueda de la verdad ya no importa, creyéndose amos/as de la razón, cuando la razón solo se tiene, cuando se tenga, en usufructo.


La intransigencia es de tal calibre que en un experimento mental en el que comparáramos los libros que prohibía el ‘Índice’ y los que prohibiría este ‘Índice de biempensantes/as’, los lectores/as libres saldrían ganando con la prohibición sacrosanta del franquismo. ¿Dónde nos resguardaríamos para leer a Villón, ladrón convicto? “Quoy qu`on tient belles langagieres”; ¿Quiénes osarían hacerlo con Jean Genet?, “la florescencia perfecta de la abyeción”,  abundando en los vocablos ‘maricón’ y ‘mariquita’, lanzados de manera agresiva, como una pedrada, y cuyos personajes eligen deliberadamente hacerse en el mal. ¿Cómo leeríamos a Henry Miller?: “¿A quién le gusta una puta delicada?” ¿Quién todavía se atrevería a leer 'El segundo sexo' de Simonne de Beauvoir conociendo su práctica y defensa de la pedofilia?. Son los primeros ejemplos que se me vienen a la cabeza, pero habría muchos otros: Navokov, Celine, Joyce, Dostoievski, Ezra Pound, Nietzsche, Leopoldo María Panero, Aristóteles, Giordano Bruno, Rimbaud,Heidegger, y no sé si por ser mujer se salvaría de la quema Anais Nin. 


Mientras Sánchez Dragó dictaba su amenísima conferencia, en el exterior de la Casa Panero se colocaron a matacandelas unos carteles vergonzantes, ‘rabelesianos’, ‘hembrilatinos’, ‘sinecdoquiales’... “Ya entienden ‘vuesas’ mercedes, y si no, hagan cuenta que se oye.” ... La pena fue que los operarios del Ayuntamiento los censuraran, no ser que los vieran los oidores de la conferencia. ¡Qué magnifica oportunidad perdida para favorecer la libertad de expresión y la chirigotada!

 

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