Juan Antonio Cordero Alonso
Viernes, 21 de Diciembre de 2018

Otros recuerdos...

.

[Img #40861]

 

 

Rafael Torre García, más conocido como Rafa Téllez o más simplemente Rafa, el de ‘Rafa y Gelo’, es un músico que se ha dedicado también al diseño de piezas de joyería.

 

Aprendí de él, cuando yo era un crío y él más aún, los primeros acordes de guitarra y el acompañamiento de “Here come the sun”. También me regaló algunas púas… que aún conservo… pero no sé dónde para ser sincero. Después nos debimos desaparecer unos 40 años, tras los cuales hemos vuelto a hablar y lo he podido volver a admirar por sus composiciones, por sus habilidades y por sus recuerdos.

 

Algunos de ellos son los que recogemos aquí. Los escribo lo más fielmente que puedo en base a lo que él me ha ido contando, y lo hago porque me parecen significativos de la época, de esos tiempos y espacios… si bien con un punto de vista y unas percepciones distintas de las mías… porque distintos eran los cristales y lupas con los que mirábamos cada uno. Miradas distintas, a veces distantes, pero complementarias en la interpretación de la realidad, sea esta la que fuera.

 

La realidad se muestra a veces tan ambigua e interpretable que no es tarea fácil seguir su estela. Tampoco lo será, supongo, la narración de los textos de este apartado donde dos narradores se entrecruzan y se entremezclan dos percepciones, de las infinitas posibles, de la misma Astorga. No se trata de pretender confundir ni dificultar la lectura, sino, más bien, poner un poco de perejil y color en un relato que no quiere ser único ni se niega a ser contrapuesto con otras opiniones. 

 

Gracias Rafa por tus aportaciones. Creo que tus recuerdos y confidencias aportan una sensibilidad complementaria que estos textos necesitan. Y gracias por la generosidad, compromiso, disponibilidad y ayuda que me has prestado. 

 

 

[Img #40871]

 

 


10.1 Academia San Fernando. Un férreo método.

 

Era un 20 de Enero del año 2018, único como todos días, eso sí, entrada ya la magia que trae la noche, al calor de los taninos del vino con crianza y clase y de los sarmientos ardientes que bailan su última danza desde la chimenea, rodeado de montañas y de naranjos secos por abundancia de no lluvia. La mano sostiene una copa y los recuerdos, patria de desertores de un presente incierto, el ánimo.

 

Así, con los ojos embobados que miran sin ver nada, sin oír ni tan siquiera el silencio, concentrado y ensimismado, di un largo paso atrás que me dejó, en esa Astorga, que yo veía desde mi niñez como la capital de todas las enseñanzas posibles, con infinitos sitios donde aprender colegios primarios, institutos, otros de curas, de frailes, monjas de distintas órdenes… todo ello hoy, incluso el resto de la ciudad, venido a menos, perdiendo población sobre todo joven y menesterosa.

 

Centros y centros docentes, unos públicos, otros concertados, gran cantidad de academias, cuando y donde el acto de aprender y enseñar era, afortunadamente, negocio, que viene del latín (nec + otium =: negotium es decir, literalmente, ‘lo que no es ocio’).

 

Dentro de aquella profusión de academias, algunas explicaban y enseñaban las mates cojas del Instituto y otras, más bien dedicadas a lo que hoy diríamos actividades extraescolares, eran contenedores de niños para que no dieran tanto por allí, en la calle o en casa. Y es que, a veces, la escuela vuelve a sus orígenes que no eran otros que cuidar de los niños mientras los papás trabajan en la fábrica, de sol a sol, y ahora algo menos. 

 

En una calle de Astorga, seguramente es la más larga y recta de la ciudad, que va desde Fátima hasta la intersección con la Calle San Pedro (hoy San Pedro, Puerta Obispo y Hermanos de la Salle), y justo antes de llegar a lo que entonces era el Centro de Higiene (hoy hay un Carrefour Express), enfrente del Bar, en aquel entonces, famosísimo de Horacio… sobre el que ya hemos hablado en el punto 8.16 ‘Horacio y los carameleros’, existió un edificio donde trabajaba de conserje la madre de un buen amigo y donde se situaba la Academia San Fernando, de la que yo, me cuenta Rafa, fui alumno.

 

Era una época en la que existían unos lapiceros que competían con los normales y al mezclarlos con saliva se ponían a escribir de color violeta, efecto que duraba mientras existía humedad en la mina. No sé el porqué de esta práctica. Seguramente una de las causas por las que utilizábamos ese tipo de lápiz es que su mina era más duradera, o simplemente simulaba escribir tinta con humedad. Es posible que no escribieran muy bien secos y por eso tuvieran menos desgaste, los afiláramos menos y así duraran más tiempo. Si, esa era la miseria en la que nos movíamos.

 

Dicha Academia estaba dirigida, creo, por un alemán muy alto y muy feo. Yo tenía la costumbre de chupar la punta del lápiz para mojarlo en saliva, por cierto costumbre que estaba muy extendida, incluso generalizada. Tenían en la Academia San Fernando una enseñanza tan férrea que dejaba en pañales las maneras pedagógicas del resto de centros de la ciudad… al menos de los conocidos por mí.

 

Un día, tras repetir por enésima vez, y sin conciencia de pecado, el chupeteo del lápiz, se acercó el susodicho alemán. Primero a mi pupitre y luego a mí, que estaba sentado y escribiendo. No me dijo nada, sólo me miró y con sus ojos sobraban las palabras. Me dibujó en el margen izquierdo de mi cuaderno una calavera sobre sus dos correspondientes tibias cruzadas… 

 

Descartada intuitivamente la descendencia o procedencia directa del alemán de los Templarios y con la armada pirata más grande del mundo en el S XIII, sólo quedaba una hipótesis: la calavera sobre tibias era la anunciadora de muerte en los cementerios. O veneno.

 

Bonita forma de explicar que aquella práctica podría ser venenosa. 


Con métodos tan directos, expeditivos y extendidos me cuesta explicar cómo no fue necesario reconvertir el famoso Centro de Higiene de Astorga en un Psiquiátrico Infantil. Al fin y al cabo tampoco íbamos tan sucios… Debió de ser por el gen maragato que traemos puesto de origen.

 

10.2 León y Tigre. Una historia de perros.

 

Debía de correr el año 1962 o 63 y Rafa, quién esto me cuenta, de 6 o 7 años, asistía a clase en el prestigioso Colegio de las Escolapias… que no debía de llevar mucho tiempo en funcionamiento.

 

Un gran Colegio con un gran patio y un enorme huerto con frutales y hortalizas, cuidado primorosamente por el Señor Antonio, separado del exterior por una esbelta tapia de ladrillo… que no nos impedía, aunque si nos dificultaba, ni saltar para jugar en sus columpios y toboganes, ni robar alguna fruta no madura de sus árboles frutales.

 

 

[Img #40864]


 

Ellas, las monjas, que debían de estar cansadas de las diversiones que teníamos las pandillas de los niños del barrio, que estropeábamos más que hurtábamos, decidieron comprar dos grandes perros de vigilancia para ver si nos metían algo de miedo o al menos nos frenaban cuando se acercaban ladrando al personal ajeno… subido ya en la tapia.

 

Uno era un mastín leonés, bastante viejo, con un gran cabezón, que se llamaba León. El otro, se llamaba Tigre, era más joven, menudo y esbelto y tenía la piel de su cuerpo repartido de manchas claroscuras. Ni con uno ni con otro parece que se gastaron mucho tiempo en buscarles nombre.

 

Aparte de la funcionalidad anteriormente descrita de los perros, como custodios, León y Tigre formaban parte del decorado Escolapio y tenían un comportamiento amable y cariñoso con los niños que asistían a clase, se supone que sólo porque entraban por la puerta principal. Su función la cumplían a la perfección: vigilar la propiedad, corretear por el huerto entre hortalizas y frutales y hacer la vida un poco más feliz a los que se movían por allí dentro, monjas, alumnos, profesores... 

 

Recibían con alegría a los alumnos por la mañana y por la tarde los despedían, con igual o mayor alegría, con caricias y coqueteos de los alumnos, acompañándolos hasta el autocar que devolvía a los niños con sus papás en la Plaza de los Taxis.

 

Es como si los perros tuvieran una especial aversión a los visitantes que pretendíamos entradas alternativas, distintas a las puertas. Vamos, por la tapia. Es como si fuesen capaces de distinguir entre el bien, los de dentro, y el mal, los de fuera que querían estar dentro: chavales y delincuentes... básicamente. 

 

Un frío día de Enero, me cuenta, cuando llegamos al Colegio vimos el cristal de una ventana del gimnasio roto. En el interior, todo estaba revuelto y las monjas notaron que faltaban algunas cosas que no puedo recordar exactamente. El informe oficial concluyó que era obra de los cacos, unos ladrones que tenían cierta pericia y profesionalidad.

 

No se oyeron por la noche ni ladridos ni alboroto de los perros… que yacían muertos al lado de una de las tapias, la de la cuesta que baja a la antigua Plaza del Ganado. León y Tigre habían sido vilmente envenenados.

 

Yo tenía poca edad, pero creo que comprendí lo aleatorio e injusto de la vida y de la crueldad humana. A los chorizos los debieron de coger unos días después. Eran tiempos de Franco… y seguramente les tocó una buena paliza, pero los canes se fueron. León y Tigre se fueron para siempre. 

 

Bueno, no, alguien los lleva todavía consigo en su memoria.

 

Sirva este recuerdo como homenaje a todos los perros.

 


10.3 Escolapias. El baile de disfraces.

 

El 11 de Junio de 1963 se le reconoce con carácter definitivo al Colegio Paula Montal (las Madres Escolapias) la capacidad de dar clases de Primera Enseñanza, convirtiéndose muy pronto en un centro donde las élites, o al menos lo más granado de la sociedad astorgana, llevaba sus hijos, lejos del mundanal ruido.

 

En los años 63 y 64, asistían a este centro, mayoritariamente femenino, también alumnos varones de primaria, que normalmente vivían en el centro de la ciudad, donde lo hacían las clases más pudientes, para los que la educación de Blanco de Cela… debía ser insuficiente.

 

El desplazamiento… no se hacía caminando los 10 minutos de rigor que se tarda en ir de la antigua Plaza de los Taxis hasta el fin de trayecto, en el Colegio. No. Había un autobús de color marrón y de estado bastante más precario que los que hoy no pasan la ITV, y que hacía el transporte diario: dos idas y dos vueltas, de mañana y de tarde, desde la mencionada Plaza de los Taxis, donde también estaba la Telefónica, hasta Oliegos 52.

 

Los papás de esos niños eran tan selectos como ellos, es una manera de hablar, y solían ser miembros (en aquel entonces no existían miembras, sólo miembros) del Casino, reservado a las grandes familias de Astorga, con las tiendas o empresas ‘de siempre’… en aquellos momentos, profesiones liberales con prestigio (médicos, abogados,…), funcionarios de alto rango (forense, notario, registrador, juez, militares de alta graduación…), y otros eternos aspirantes al reconocimiento y ascenso social… que no pasaban de ser meros aportadores de cuota mensual.

 

 

[Img #40865]

 

 

El caso es que el Casino solía organizar una fiesta para Carnaval en la que, aparte del baile de Disfraces para los adultos, había una fiesta-concurso para niños en la se otorgaban premios a los disfraces más logrados, divertidos u originales.

 

Uno de estos bailes fue el detonante de una fuerte reprimenda, que quién esto nos cuenta, Rafael Téllez Torre, así le llamábamos permutando el orden de sus apellidos, uno de los protagonistas de la represalia, lo recuerda con todo lujo de detalles.

 

Nuestro confidente debía tener 7 u 8 años y debía correr el año 63 o 64. Recuerda que a raíz de uno de aquellos bailes, un día entraron de sopetón, en el aula donde él estaba, y llevaron a cabo una identificaron de todos los niños que habían estado en el baile de disfraces del Casino, que eran todos o casi todos, y les culparon de haber estado allí, en esa fiesta-baile de disfraces, pagana, y que ellos (los niños) y sus padres, a través de ese acto se estaban situando al margen de la moral y de la religión católicas.

 

Tras la acusación, a los niños les fueron colocados unas orejas de burro grandes y una lengua de cartón, de color, que llegaba hasta el suelo, y con esta porte y guisa fueron llevados y exhibidos por las clases de las niñas (se supone que internas y que por tanto no habían asistido al mencionado concurso). Y esto fue lo que más hirió a nuestro informador, el paseíllo por delante de las niñas, que gritaban llamándoles repetidamente demonios.

 

Posteriormente hubo una reunión de padres y una protesta contra esta coacción o represión a los niños de la clase… que no tenían más de ocho o nueve años pero parece ser que no hubo una respuesta seria y contundente por parte de la dirección del Colegio.

 

Todo esto ocurría en el Colegio de las Escolapias, donde llegó a haber más de 500 alumnas en régimen de internado, con dos categorías muy claramente diferenciadas: las estudiantes de Bachiller o de Magisterio, de pago, muchas de ellas futuras ‘Madres’ de la Congregación o no, y las aspirantes, que no pagaban, dedicadas más bien al trabajo que al estudio, generalmente pobres y/o de vocación, futuras ‘Hermanas’... ocupadas en tareas manuales (lavandería, cocina, limpieza, huerta…).

 

El clasismo era perceptible en las Escolapias de aquella época desde lejos. No hacía falta ser monaguillo en una de sus múltiples capillas durante dos o más años, como es el caso de quien esto escribe, para verlo, pues tampoco se escondía u ocultaba demasiado este tratamiento dual frente al dinero. Así se las gastaba alguna parte de la Iglesia en esta época. Y seguramente por ello, y por otras cosas, claro, fue necesario un Concilio Vaticano II, en el cual se enfatizara y apostara por una Iglesia menos anquilosada y más puesta al día que, reconociera cambios en el fondo y en la forma de sus ocupaciones, un cambio de talante y de lenguaje que sirviera más para acercar y afrontar los problemas que para blindarse frente al exterior, frente al pensamiento y comportamiento, fuera de su moralidad que aún aspiraba a ser la moral única.

 

Años posteriores, en los Cursos 1971-72 y 1972-73 también desde dentro, al menos como observador privilegiado pues estudié Magisterio en ese Colegio, pude comprobar que estas actitudes desaparecieron, las orientaciones vaticanistas llegaron a término, y la Enseñanza gozó de amplios márgenes de aperturismo, yendo más allá de lo que el Régimen franquista daba por aceptable.

 

10.4 Los Mini Twist.

 

Debía correr el Curso 1965 a 66 y unos meses antes había hecho la Prueba de Ingreso a cursar Enseñanzas Medias, como era preceptivo. Una Prueba temida e hipervalorada, un Rubicón para ir haciendo boca de los aconteceres de los próximos años…. y en la que nunca creí demasiado.

 

El Instituto estaba casi recién estrenado pero como ya todo el mundo conoce a estas alturas, se quedó pequeño ya casi en el parto. El caso es que Primero de Bachiller, la clase de quien esto nos cuenta, sería mixta, de niños y niñas juntos dentro de la misma Aula… realidad que debió reventar alguna de las costuras del Sistema. Ellas con faldita de cuadros… rebeca de lana azul sobre camisa blanca y como toque sexy a la par que fundamentalista una gorrita-boina también azul con un pitorro en la parte superior cuya función más importante era servir de cachondeo para el sexo opuesto. Pensaban en todo. El masculino, pantalón gris, camisa blanca y suéter azul con el escudo de fieltro en la parte superior izquierda del pecho.

 

Esta clase mixta se situaba justamente encima de la puerta principal del Centro y estaba configurada de una forma rara, especial e insólita. Tenía solo dos mesas que eran unas enormes encimeras de formica de color marrón apoyadas sobre una estructura metálica... como para reunir a la Gerencia o el Consejo de Administración de una gran compañía petrolera, paralelas y perpendiculares a la puerta de entrada, una para las chicas y otra para chicos.

 

Estaba presidida por un gran crucifijo situado a bastante altura, como dando relieve con su presencia, que era más bien ostentosa, y de espaldas a la mesa del profesor.

 

Dentro de la clase, y entrando a la derecha había una especie de gran armario, de pared a pared… del que no recuerdo las puertas… lo que facilitaba el acceso a los materiales e instrumentos que dicho armario-estantes contenían.

 

El Director del Centro, en aquellos tiempos, era Don José Gregorio Martín Moreno y el Jefe de Estudios, Don Abelardo San Román.

 

Del primero recuerdo casi sólo bondades: la amenidad de sus clases, su convencimiento, su rectitud, sus grandes dotes como comunicador, su forma de explicar…. Muchas de sus lecciones, que no sólo eran de Geografía e Historia, de alguna manera las sigo utilizando hoy… porque de su vehemencia y apasionamiento me contagiaron y yo he hecho de ellos mi bandera. Era como gran excepción a la regla. Del segundo, todo lo demás y contrario. 

 

En mis vivencias pesan más los aspectos negativos, el autoritarismo, la rigidez, la represión, los recuerdos me llevan a otros profes que en un momento u otro me dieron clase y algún que otro disgusto: un cura que no quiero ni nombrar con su diente reluciente de oro a lo Pedro Navaja, otro profe cabezón, vamos de cabeza grande sin llegar a intelectual, algo patizambo, con una mala leche difícil de imaginar fuera de los sargentos chusqueros del ejército americano cuando los americanos se ponen a hacer autocrítica o apología de sus virtudes… que no siempre se distinguen nítidamente. 

 

Desde niño fui aficionado a la música, creo que de manera innata. De forma muy natural fui reclutando otros niños, liderando, contagiando y compartiendo música. Y como en otras muchas historias, un día, como por casualidad se produjo un detonante de enorme transcendencia para mi vida. 

 

Mi tía Aurora, la hermana pequeña de mi madre, enfermera, residente en Madrid y más abierta que lo que se estilaba en nuestra muy leal, noble y benemérita Ciudad se enteró de mis tempranas aficiones musicales y me regaló una batería en la que rezaba el nombre MINI TWIST. Ese fue justamente el nombre del primer grupo que formé.

 

 

[Img #40862]


 

Y ya con un nombre y una batería, lo de convencer a otros para formar un grupo… fue un tema no excesivamente complicado. Recluté a mis acólitos, que tenían tantos conocimientos musicales como yo, es decir, ninguno, a saber: Daniel Andrés (hijo del abogado de mismo nombre) a la guitarra rítmica, Juan José Rodríguez Iglesias (hijo de D Esteban… fundador de la Academia Astorga que estuvo en varios locales, y ya fusionada con la del Coronel, encima del Maragat, en la Muralla) y Arturo Tejerina García, hijo del Director del Banco Santander del mismo nombre a la otra guitarra… muy tempranamente fallecido.

 

Un día de invierno, por la tarde, en hora de ‘mates’, los tres compañeros y yo le pedimos al Profesor permiso para abandonar la clase para hacer algo fuera del Instituto.

 

El profesor era Don Esteban, joven, enjuto, de piel blanca y gafas de pasta negra, con una sonrisa casi permanente algo forzada que dejaba ver sus dientes, blancos y grandes.

 

Lo que nos proponíamos los cuatro músicos incipientes era dejar su clase media hora antes para poder asistir a una actuación-festival que había en el Cine Gullón. Íbamos en calidad de participantes al concurso que allí se celebraba.


La respuesta fue única… pero en tres versiones: No, Nooo, y Noooo. Permiso denegado… que entendimos con el primer no y que hicieron ociosos los otros dos.

 

Ni cortos ni perezosos, los cuatro del Mini Twist, nos fuimos de clase dirección al Teatro Gullón.

 

Nunca fuimos castigados… y sigo, a día de hoy, sin entender por qué. No era norma de la casa dar la callada por respuesta, pero así fue. Ni castigos, ni represalias.

 

Para mis adentros guardo que aquel día fue el inicio de mi andadura como músico. Música a la que tanto tiempo he dedicado y tantos momentos buenos, regulares y malos me ha procurado. Mis compañeros de grupo tuvieron caminos muy diferentes y el tiempo y mi pasión me llevaron a ir sustituyéndolos a unos por otros a lo largo de prácticamente toda la vida. 

 

Así de rompedor fue el inicio oficial los Mini Twist… y también el inicio del propio recorrido de Rafa, al que yo considero un músico de raza, con algunas canciones sublimes y dignas de estar en lo más alto, vocacional, apasionado, con los típicos brotes de genialidad, y a veces de incomprensión, que los artistas suelen mostrarnos.

 

10.5 La máquina del Ríos.

 

Hablando de recuerdos de una época y de unos lugares comunes que envolvieron nuestra primera juventud o al menos una parte de ella… no podemos dejar en el tintero y sin mención el bar Ríos, que estaba en señor Ovalle y que pertenecía al Señor Joaquín, padre de César, el del Ríos obviamente, que desgraciadamente nos dejó bien pronto, hace unos años.

 

 

[Img #40866]

 

 

Vendían vino, yo lo recuerdo bastante peleón… como casi todos los de la época, pinchos de tortilla de mejor calidad o sabor que el vino y buena música o cuanto menos música actualizada.

 

Ciertamente, la música del Ríos formó parte esencial del crecimiento personal de los que pasábamos por allí, en plena pubertad dispuestos a dejarnos influir por los aires de los nuevos sonidos y melodías. Dejarnos influir por nuevas estéticas que, como casi siempre, protegen nuevas éticas.

 

Aquella máquina de música maltrecha por el uso masivo, situada a la entrada del bar, a la derecha, fue cómplice de muchas miradas, roces, amores y demás variopintas experiencias como algún beso furtivo. Tres canciones un duro, es decir 5 minutos de puertas abiertas a los ritmos que venían de fuera, que entraban y que iban consolidando un cambio bastante más profundo del que podía preverse a simple vista. Cambios favorecidos por la abundancia de inexperiencia y testosterona, mitad y mitad, de una adolescencia que nos adoptó y nos poseyó.
Cuantas veces, con Gelo, mi hermano adoptivo -cuenta Rafa- voz en grito, cantábamos (de forma manifiestamente mejorable) para que las niñas nos admirasen y poder ligar un poquito…

 

Eran los tiempos del Apolo XI y sonaban con fuerza los Beatles, Bee Gees, Procul Harum… y otros de los que tanto aprendimos, con los que tanto, en silencio, amamos, con los que tanto soñamos e imaginamos... Allí estaba la máquina del Ríos, un estandarte de la época por la que forzosamente entraba la modernidad en nuestras cabezas, entre vasos de vino avinagrado, pinchos de tortilla y tapas de mollejas. Con esta tragaperras, una especie de Facebook de la época en Astorga y donde el Ríos hacía de conexión WIFI, supimos que Los chicos con las chicas deben estar, que los Creedence… estuvieron en el Woodstock de 1969 y que tras convertirse en un enorme barrizal, Fogerty escribió Who'll Stop The Rain? y los Beatles de A day in the life o Here comes te sum, e In the Gheto de Elvis… y un largo etc.

 

 

[Img #40863]

 

 

Un pequeño homenaje a la tragadiscos mecánica del Ríos, de color indeterminado, de un olor a modernidad que jamás se vio por la capital de la Maragatería. Nos acogía en las Semanas Santas de cine prohibido plagadas de limonadas y peladillas, donde matar judíos no era un tema de odio racista ni censurable sino una forma de hablar, allí, cuando hablábamos como se hablaba, sin pensar en los censores de la corrección que ahora están al acecho listos para adjetivarnos como outsiders de la nueva verdad revelada, léase del lenguaje inclusivo, no sexista, ni racista, ni clasista… ni no sé qué más. 

 


Más de un matrimonio inició su recorrido al amparo de la máquina del Ríos, y también algún músico inició allí su andadura. Más importante fue que Pedro Mato, que vigila Astorga y que Colasa y que Juan Zancuda que tañen las campanas del Ayuntamiento… porque estos representan la historia y el pasado frente a la caja de música que significaba la modernidad y el futuro.


Y esto bien merece un breve recuerdo aunque sólo sea por cortesía.

 

Próxima entrega: 11. El Himno de INEMA

Para consultar artículos anteriores pincha aquí

 

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.