Estampas navideñas
![[Img #40988]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/12_2018/1917_orgullo-1.jpg?26)
La maniquí del escaparate lleva en la cabeza un arbolito descomunal a modo de peluca y un vestido rojo. Varias ristras de bolas doradas cuelgan de arriba abajo. Moda ‘friqui’, le dicen a eso. Dentro, en el reducido probador, dos hombres se aman de espaldas a sí mismos, de espaldas al mundo. Acaban de conocerse. Cualquiera que empuje la puerta del establecimiento se sorprenderá de que no puede entrar, pero eso a simple vista nadie lo sabe.
Unos metros más abajo tres adolescentes caminan hacia Gran Vía. Uno de ellos dice que se ha pedido la bayoneta 1+2 para Wii, otro un proyector de hologramas, mientras el tercer chico permanece callado.
-¿A ti qué te traerá Papá Noël?
-No sé- contesta lacónico.
Aunque sus notas han sido impecables, ayer oyó en casa que había llegado una carta de desahucio.
En la misma calle, decenas de personas hacen cola frente al comedor social.
-¿Tú que te vas a pedir? ¿Bocadillo o caliente?
-Yo caliente, además hoy habrá cena especial. Me acuerdo lo rico que estaba el caldo el año pasado… y seguro que también hay turrón y sidra.
En una esquina dos mujeres adultas, fondonas, hacen la calle. Sus minifaldas exageradas, sus botas por encima de las rodillas y sus rostros pintarrajeados denotan que venden su cuerpo por placer ajeno -y tal vez propio-.
-Pues yo soy muy buena en la cama -dice una.
-Anda, déjate de pavadas. ¡A ver si acabamos pronto y por un día puedo retirarme temprano a cenar con mi Manolo!
La Puerta del Sol es un tumulto incontenible de gente haciendo acopio de los últimos regalos. Eso y el mayor despliegue de luces de colores por metro cuadrado del país imprimen al ambiente un carácter apocalíptico, como si esa noche se fuera a acabar el mundo y mañana no existiese. Globos y petardos acarician el cielo de Madrid sin llegar nunca a tocarlo.
En un piso cercano el comedor espera. Lo tiene todo, árbol de Navidad, Belén con figuras de firma, velas, mesa impecablemente puesta con vinos, frutas escarchadas, licores… La familia no se ve más que tres veces al año y una de las veces es ésta. El comedor sabe por otros años que cada uno de sus miembros está deseando, nada más entrar, que la cena acabe cuanto antes para irse. Siempre que llega el momento del brindis chocan las copas con el semblante serio, forzado. Al comedor, consciente de que no está a su alcance cambiar el curso de la historia familiar, le da mucha pena esa alegría triste como un oxímoron que se respira el día de Navidad entre sus cuatro paredes.
Casi en tinieblas, un anciano recuerda las navidades de su infancia. Le viene a la cabeza la imagen de un cestillo con nueces, castañas y naranjas que le regalaron hace muchos años. Él que ya casi no recuerda nada, recuerda que una de esas naranjas cayó al suelo rodando escaleras abajo. Corrió hasta alcanzarla, cuando la llevó a la boca le supo amarga y pensó -qué tonterías piensa uno a veces-, que ese sabor era consecuencia de la caída. Hoy que casi lo ha desaprendido todo sabe que la naranja era así de nacimiento. Acerca su silla de ruedas a la ventana, enciende una vela, entona bajito: “La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos…”
Mientras los amantes de la estampa uno, bellos como animales, se siguen amando. Bulle el espíritu de la Navidad y cada uno lo vive, lo mismo que ocurre con la vida, como buenamente puede.
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La maniquí del escaparate lleva en la cabeza un arbolito descomunal a modo de peluca y un vestido rojo. Varias ristras de bolas doradas cuelgan de arriba abajo. Moda ‘friqui’, le dicen a eso. Dentro, en el reducido probador, dos hombres se aman de espaldas a sí mismos, de espaldas al mundo. Acaban de conocerse. Cualquiera que empuje la puerta del establecimiento se sorprenderá de que no puede entrar, pero eso a simple vista nadie lo sabe.
Unos metros más abajo tres adolescentes caminan hacia Gran Vía. Uno de ellos dice que se ha pedido la bayoneta 1+2 para Wii, otro un proyector de hologramas, mientras el tercer chico permanece callado.
-¿A ti qué te traerá Papá Noël?
-No sé- contesta lacónico.
Aunque sus notas han sido impecables, ayer oyó en casa que había llegado una carta de desahucio.
En la misma calle, decenas de personas hacen cola frente al comedor social.
-¿Tú que te vas a pedir? ¿Bocadillo o caliente?
-Yo caliente, además hoy habrá cena especial. Me acuerdo lo rico que estaba el caldo el año pasado… y seguro que también hay turrón y sidra.
En una esquina dos mujeres adultas, fondonas, hacen la calle. Sus minifaldas exageradas, sus botas por encima de las rodillas y sus rostros pintarrajeados denotan que venden su cuerpo por placer ajeno -y tal vez propio-.
-Pues yo soy muy buena en la cama -dice una.
-Anda, déjate de pavadas. ¡A ver si acabamos pronto y por un día puedo retirarme temprano a cenar con mi Manolo!
La Puerta del Sol es un tumulto incontenible de gente haciendo acopio de los últimos regalos. Eso y el mayor despliegue de luces de colores por metro cuadrado del país imprimen al ambiente un carácter apocalíptico, como si esa noche se fuera a acabar el mundo y mañana no existiese. Globos y petardos acarician el cielo de Madrid sin llegar nunca a tocarlo.
En un piso cercano el comedor espera. Lo tiene todo, árbol de Navidad, Belén con figuras de firma, velas, mesa impecablemente puesta con vinos, frutas escarchadas, licores… La familia no se ve más que tres veces al año y una de las veces es ésta. El comedor sabe por otros años que cada uno de sus miembros está deseando, nada más entrar, que la cena acabe cuanto antes para irse. Siempre que llega el momento del brindis chocan las copas con el semblante serio, forzado. Al comedor, consciente de que no está a su alcance cambiar el curso de la historia familiar, le da mucha pena esa alegría triste como un oxímoron que se respira el día de Navidad entre sus cuatro paredes.
Casi en tinieblas, un anciano recuerda las navidades de su infancia. Le viene a la cabeza la imagen de un cestillo con nueces, castañas y naranjas que le regalaron hace muchos años. Él que ya casi no recuerda nada, recuerda que una de esas naranjas cayó al suelo rodando escaleras abajo. Corrió hasta alcanzarla, cuando la llevó a la boca le supo amarga y pensó -qué tonterías piensa uno a veces-, que ese sabor era consecuencia de la caída. Hoy que casi lo ha desaprendido todo sabe que la naranja era así de nacimiento. Acerca su silla de ruedas a la ventana, enciende una vela, entona bajito: “La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos…”
Mientras los amantes de la estampa uno, bellos como animales, se siguen amando. Bulle el espíritu de la Navidad y cada uno lo vive, lo mismo que ocurre con la vida, como buenamente puede.






