María José Cordero
Sábado, 12 de Enero de 2019

Vestigios

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Pensé, por un instante, que aquello cobraba vida ante mis ojos: “No te confundas, -alguien me susurró al oído- viva está”. Supuse que la afirmación iba cargada de metáfora, de reflexión y de un halo de misterio que yo esperaba.

Era cierto. Estaba tan viva que toda ella era como un gran libro  narrando una larga historia: el rictus de su boca, la hendidura en su occipital derecho; el inexistente pulgar izquierdo; la digestión del que fuera manjar, en la oquedad de sus tripas.

La Momia reza. La Momia sueña. Es casi una niña, pensé. De un resto del hilo de un cabello, puede leerse toda una constelación. La Momia es algo más que un ser que existió en otra cultura, en otra orilla remota del pasado. Del resto de una sola de sus lágrimas, corren fecundos ríos de sabiduría. Es como un mapa. Y ese vestigio, esa reliquia casi invertebrada, porque sus delicados huesos son cuentas de polvo en abalorios, va a decir toda la verdad, esa verdad que puede sustraerse gracias a los adelantos de la técnica; a los estudiosos que no han cejado en analizarla, descubrirla poco a poco, interpretarla, con el mimo sigiloso hacia un recién nacido indefenso y quebradizo.

La Momia ha vuelto a nacer. Espero un poco de luz para la historia, el esclarecedor momento ansiado, la emoción contenida en el descubrimiento: lectura esperada que apunta a la verdad.

Después de años de incertidumbre, dicen los egiptólogos que murió de un tumor sin remedio. Éste, acabó con su vida en plena e iniciada juventud. Se derrumban, entonces, las cien mil conjeturas de un cruel asesinato, las intrigas palaciegas para quitar de en miedo a la que, por aquellos años del imperio, sustentaba todo el poder. 

Ríos de tinta durante siglos, se disuelven en nada: La Momia ha hablado.

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