Aidan Mcnamara
Sábado, 19 de Enero de 2019

Ligar (sic) en público

 

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A veces escribo en la cama. Eso, cuando tengo tiempo libre. Ahora bien, no redacto en la  cama porque eso sería anti-social, o, quizás, contraproducente. Claro, aquí escribir significa ligar pensamientos de manera hipnopómpica. La palabra duermevela me vale también. Es una palabra magnífica, porque su uso es válido en ambos géneros y de forma poética podemos adscribir el masculino al sueño (con humedad optativa) y el femenino al estado espabilado, consciente.

 

Hoy he decidido no opinar sobre la actualidad política porque estoy cansado de ella. Pero no tengo sueño. Iba a escribir un artículo sobre la farsa La Reina Podrida de Gran Bredaña E Irlanda Hortera pero me he dado cuenta de que la diferencia entre el arte y la vida es que en el arte hay un todo y que en la vida tan sólo un culebrón: ¿Cómo se puede reseñar un acto que no ha concluido? ¿Cómo podemos opinar sobre una eventualidad, un suceso posible aunque no previsible?  Y especular es aburrido por ser demasiado fácil… si no estás de copas.

 

Está en boga entre la clase intelectual (académicos con nómina, versificadores de la aldea que dicen que no hace falta ir al Tíbet y a renglón seguido dicen van ellos mismos a la India, ex presidentes con bigotes caducados…) pasar de la tele.  Lo comprendo. Dios mío que si lo comprendo. Pero es una pena, porque la tele sigue siendo una fuente enorme de percepciones agudas, hasta placenteras, de índole sociológica y antropológica. Hay que conocer la basura para poder tratarla, cuando no reciclarla. Y la tele, a pesar de Netflix  y la red, sigue siendo aquel espejo de Platón, la mimesis de Aristóteles y, por supuesto, el espejismo del gran Cervantes.

 

En Telecutre, (La Cuatro), hay un programa que se llama First Dates (primeras citas) que se emite a la hora de cenar de lunes a jueves. Se trata de un reality, o sea un show que pretende fingir, reproducir o simular la realidad. El origen y el formato del espectáculo nacen en Londres. La franquicia ha sido un exitazo -alguien se ha forrado-  en los siguientes países además de en La Reina Podrida: Estados Unidos, Canadá, Australia, Irlanda, Nueva Zelanda, Italia, Holanda, Alemania, Polonia, Francia, Suecia, Brasil, Argentina e Israel. La versión española es presentada por Carlos Sobera, un señor que tiene un apellido casi perfecto.

 

A diferencia de otros realities, como Gran Hermano o cualquier farándula tipo vamos a buscar leña menuda en una playa tropical donde podremos lucir carne de gimnasio, First Dates destaca por la cantidad de interacción verbal entre los novios y las novias en potencia que acuden al plató en forma de restaurante pero con comida de verdad. He averiguado que la tele les invita, o sea paga las cenas, pero todavía no he pillado las pautas algorítmicas que les juntan. Perdón, se trata de citas a ciegas. Sin guión.

 

Lo radical del show es que nos presenta y nos introduce en el mundo de ciudadanos anónimos de todas las edades, de todos los estamentos y de todas las orientaciones sexuales. El gancho para el/la televidente es adivinar si va a triunfar la cita en el sentido de que si querrán volver a verse cuando estén apagadas las cámaras y los focos. Sin embargo, el quid de esta columna es el siguiente: lejos de meterme con la clase política (que es un chollo chupado) que no sabe predecir los miedos del pueblo o el precio de un café (con o sin leche, Ana), invito a los señores lectores a contemplar un par de episodios si realmente quieren conocer el nivel de la peña más allá de su propio gremio o entorno. Y, con cariño (hacia la humanidad), debo añadir que en First Dates hay de todo, desde Voxeros a agnósticos (eso sí, quitando el tipo de ser humano que trafica con otros) y representa una foto fija digna del CIS, ayudándonos a comprender que la soledad impera tanto como el afán de lucrarse sin piedad que, a menudo, es meramente otra manera de evitar el espejo, Don Rodrigo.       

 

 

 

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