Un médico ante 'El peso del mundo'
![[Img #41394]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/01_2019/1911_mercedes-094.jpg?18)
¿A quién se le ocurrió poner en escena un pequeño drama sobre el ínclito Leopoldo Panero en vísperas de la Navidad? Una idea un tanto asombrosa ya que nuestro notable personaje (y dijo ‘nuestro’ refiriéndome a los orgullosos astorganos) suele salir a pasear por las mentes y mentideros de esta pequeña ciudad más bien en primavera/verano, cuando la genista amarillea y los doctos espolean su intelecto con cálidas euforias, sacudiéndose el álgido y sereno aislamiento invernal. Panero (padre), resurge siempre con las luces del calor, con los olores del tomillar y del ámbar de los pinares. Resurge cuando empieza a recordarse que era en verano cuando venía, cuando cantaba El peso del mundo y cuando murió.
Pero el azar es caprichoso y resultó que un aragonés afincado leonés descubrió ese ‘peso del mundo’ a través de Martinez Oria, con quien se cruzó por azar una de esas tardes de cultura astorgana en la casa del Poeta. El aragonés se quedó prendado de una pequeña obra dramática de este autor que gira en torno a este admirable canto de un mundo rural ya desaparecido y que tanto amaba el Poeta, y decidió bucear en su obra. Leyó el magnífico poema El peso del mundo y se entusiasmó. Seducido por su magistral sonoridad decidió, con urgencia, poner la obra de M.Oria en escena. Este flechazo poético le surgió en otoño y el entusiasmo provocó una urgencia que no podía esperar hasta el verano, así que se arrancó con el estreno en diciembre.
Una representación, como no, en la Casa Panero. Humm, ninguna sala suficientemente adecuada para una representación de teatro de cámara. El espacio angosto y pequeño dejó a muchos espectadores fuera del alcance visual, fuera de juego. La expectación era grande.
Martinez Oria quedó encantado con la puesta en escena de su pequeña obra dramática que representa las últimas horas de Leopoldo Panero. La obra discurre alrededor de la mesa camilla en donde está sentado el Poeta escribiendo su último e inacabado poema. Ciertos rasgos del pasado, y de los hijos, se van intercalando en una larga y fragmentada conversación con su mujer, Felicidad, que entra y sale en escena y con quien el Poeta, ya con las horas contadas de un futuro sin futuro, hace planes de futuro sin tener en cuenta las celadas del destino. También interrumpe su inspiración lírica la visita del lugareño Juan Pintor, a quien está dedicado el poema. A lo largo de la obra se intercalan voces en off con la lectura de los poemas que sustentan la función. Una escenografía sencilla e íntima con un acertado juego de luces. Los lugares que recrea el Poeta en sus versos son proyectados sobre el fondo del escenario dando un toque de apertura a la recogida escena doméstica.
Y… ¿a quién se le ocurrió la feliz idea de ofrecernos este bonito espectáculo? Pues nada más y nada menos que a un médico aragonés reciclado a director de teatro leonés.
Pedro Lobera es un hombre muy curioso. Médico de profesión y director de teatro de devoción. Un aragonés instalado en las tierras leonesas desde sus inicios profesionales. Su primer destino como médico fue la ciudad de La Bañeza y desde entonces hasta hoy, ya jubilado, sigue pisando esta tierra. Tierra leonesa que conoce bien pues ha ejercido su profesión por distintas comarcas, desde el Bierzo, pasando por la capital y la Vega, hasta instalarse en Maragatería. Cuando le llegó el tiempo del descanso sanitario retomó con alegría su antigua pasión: el teatro. En su época de estudiante, alentado por el fulgor del existencialismo, combinaba la producción de obras de teatro vanguardista con la medicina. Jean-Paul Sartre y Samuel Beckett le inspiraban su devoción. Los inconvenientes que ‘la oficialidad’ ponía, en aquella época, a ese tipo de manifestaciones intelectuales, fueron suficientes para que la obra que el estudiante Pedro Lobera, amante del teatro atrevido, estaba a punto de representar bajo su producción y dirección: Esperando a Godot, fuera vetada, excomulgada, proscrita.
El entrañable médico tuvo que esperar varias décadas de su vida (no quiero contar cuántas) para retomar su verdadera pasión: producir y dirigir teatro.
Afincado en Maragatería, concretamente en Lagunas de Somoza, Lobera ha luchado a ‘brazo partido’ por sacar adelante una pequeña compañía de teatro: Asociación Cultural Lagunas de Somoza. Actores aficionados, prácticamente todos de la localidad de Lagunas, jubilados y no jubilados, profesionales en distintas materias, que se apuran en sacar horas para los repetitivos y necesarios ensayos, para realizar los decorados, conseguir las vestimentas adecuadas… Con mucho entusiasmo realizan un gran esfuerzo personal por amor al arte teatral.
Pedro Lobera ya ha conseguido poner en escena, a pesar de las muchas dificultades con las que se ha topado y que le han llevado, en otras tantas ocasiones, a pensar en tirar la toalla y dejarse ganar por la indolencia cultural que domina el sistema social actual, pues, como digo, a pesar de todos los pesares ha puesto en escena: Las mujeres sabias de Moliere, Don Juan de Zorrilla, tres entremeses de Cervantes y ahora se atrevió con algo tan riesgoso como poner en escena al admirado poeta Leopoldo Panero en la casa de Leopoldo Panero frente a los apasionados Paneristas astorganos. Bravo. Lo consiguió con éxito.
La gran ilusión del maño-leones es recorrer los pueblos de la comarca con el teatro a cuestas transportando sus decorados y representando las obras que él adapta en las plazas de los pueblos o donde se tercie. Le gustaría recuperar el espíritu ambulante y popular del teatro de la Barraca de Ugarte y Lorca. Entonces (1932) era importante y necesario ‘educar’ al mundo rural. Ahora es necesario e importante ‘educar’ al mundo, y se puede empezar por el rural. Lobera ya está poniendo su granito de arena. Ilusión no le falta.
Alabanzas y aplausos a este espíritu emprendedor y altruista, por su paciencia infinita y por esa tenacidad generosa. Gracias Pedro Lobera.
O témpora, o mores.
![[Img #41394]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/01_2019/1911_mercedes-094.jpg?18)
¿A quién se le ocurrió poner en escena un pequeño drama sobre el ínclito Leopoldo Panero en vísperas de la Navidad? Una idea un tanto asombrosa ya que nuestro notable personaje (y dijo ‘nuestro’ refiriéndome a los orgullosos astorganos) suele salir a pasear por las mentes y mentideros de esta pequeña ciudad más bien en primavera/verano, cuando la genista amarillea y los doctos espolean su intelecto con cálidas euforias, sacudiéndose el álgido y sereno aislamiento invernal. Panero (padre), resurge siempre con las luces del calor, con los olores del tomillar y del ámbar de los pinares. Resurge cuando empieza a recordarse que era en verano cuando venía, cuando cantaba El peso del mundo y cuando murió.
Pero el azar es caprichoso y resultó que un aragonés afincado leonés descubrió ese ‘peso del mundo’ a través de Martinez Oria, con quien se cruzó por azar una de esas tardes de cultura astorgana en la casa del Poeta. El aragonés se quedó prendado de una pequeña obra dramática de este autor que gira en torno a este admirable canto de un mundo rural ya desaparecido y que tanto amaba el Poeta, y decidió bucear en su obra. Leyó el magnífico poema El peso del mundo y se entusiasmó. Seducido por su magistral sonoridad decidió, con urgencia, poner la obra de M.Oria en escena. Este flechazo poético le surgió en otoño y el entusiasmo provocó una urgencia que no podía esperar hasta el verano, así que se arrancó con el estreno en diciembre.
Una representación, como no, en la Casa Panero. Humm, ninguna sala suficientemente adecuada para una representación de teatro de cámara. El espacio angosto y pequeño dejó a muchos espectadores fuera del alcance visual, fuera de juego. La expectación era grande.
Martinez Oria quedó encantado con la puesta en escena de su pequeña obra dramática que representa las últimas horas de Leopoldo Panero. La obra discurre alrededor de la mesa camilla en donde está sentado el Poeta escribiendo su último e inacabado poema. Ciertos rasgos del pasado, y de los hijos, se van intercalando en una larga y fragmentada conversación con su mujer, Felicidad, que entra y sale en escena y con quien el Poeta, ya con las horas contadas de un futuro sin futuro, hace planes de futuro sin tener en cuenta las celadas del destino. También interrumpe su inspiración lírica la visita del lugareño Juan Pintor, a quien está dedicado el poema. A lo largo de la obra se intercalan voces en off con la lectura de los poemas que sustentan la función. Una escenografía sencilla e íntima con un acertado juego de luces. Los lugares que recrea el Poeta en sus versos son proyectados sobre el fondo del escenario dando un toque de apertura a la recogida escena doméstica.
Y… ¿a quién se le ocurrió la feliz idea de ofrecernos este bonito espectáculo? Pues nada más y nada menos que a un médico aragonés reciclado a director de teatro leonés.
Pedro Lobera es un hombre muy curioso. Médico de profesión y director de teatro de devoción. Un aragonés instalado en las tierras leonesas desde sus inicios profesionales. Su primer destino como médico fue la ciudad de La Bañeza y desde entonces hasta hoy, ya jubilado, sigue pisando esta tierra. Tierra leonesa que conoce bien pues ha ejercido su profesión por distintas comarcas, desde el Bierzo, pasando por la capital y la Vega, hasta instalarse en Maragatería. Cuando le llegó el tiempo del descanso sanitario retomó con alegría su antigua pasión: el teatro. En su época de estudiante, alentado por el fulgor del existencialismo, combinaba la producción de obras de teatro vanguardista con la medicina. Jean-Paul Sartre y Samuel Beckett le inspiraban su devoción. Los inconvenientes que ‘la oficialidad’ ponía, en aquella época, a ese tipo de manifestaciones intelectuales, fueron suficientes para que la obra que el estudiante Pedro Lobera, amante del teatro atrevido, estaba a punto de representar bajo su producción y dirección: Esperando a Godot, fuera vetada, excomulgada, proscrita.
El entrañable médico tuvo que esperar varias décadas de su vida (no quiero contar cuántas) para retomar su verdadera pasión: producir y dirigir teatro.
Afincado en Maragatería, concretamente en Lagunas de Somoza, Lobera ha luchado a ‘brazo partido’ por sacar adelante una pequeña compañía de teatro: Asociación Cultural Lagunas de Somoza. Actores aficionados, prácticamente todos de la localidad de Lagunas, jubilados y no jubilados, profesionales en distintas materias, que se apuran en sacar horas para los repetitivos y necesarios ensayos, para realizar los decorados, conseguir las vestimentas adecuadas… Con mucho entusiasmo realizan un gran esfuerzo personal por amor al arte teatral.
Pedro Lobera ya ha conseguido poner en escena, a pesar de las muchas dificultades con las que se ha topado y que le han llevado, en otras tantas ocasiones, a pensar en tirar la toalla y dejarse ganar por la indolencia cultural que domina el sistema social actual, pues, como digo, a pesar de todos los pesares ha puesto en escena: Las mujeres sabias de Moliere, Don Juan de Zorrilla, tres entremeses de Cervantes y ahora se atrevió con algo tan riesgoso como poner en escena al admirado poeta Leopoldo Panero en la casa de Leopoldo Panero frente a los apasionados Paneristas astorganos. Bravo. Lo consiguió con éxito.
La gran ilusión del maño-leones es recorrer los pueblos de la comarca con el teatro a cuestas transportando sus decorados y representando las obras que él adapta en las plazas de los pueblos o donde se tercie. Le gustaría recuperar el espíritu ambulante y popular del teatro de la Barraca de Ugarte y Lorca. Entonces (1932) era importante y necesario ‘educar’ al mundo rural. Ahora es necesario e importante ‘educar’ al mundo, y se puede empezar por el rural. Lobera ya está poniendo su granito de arena. Ilusión no le falta.
Alabanzas y aplausos a este espíritu emprendedor y altruista, por su paciencia infinita y por esa tenacidad generosa. Gracias Pedro Lobera.
O témpora, o mores.






